'El lago del ganso salvaje': un virtuoso post-noir que capta la belleza en una China decadente

'El lago del ganso salvaje': un virtuoso post-noir que capta la belleza en una China decadente

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'El lago del ganso salvaje': un virtuoso post-noir que capta la belleza en una China decadente

El cineasta chino Diao Yinan ha logrado establecerse como un valor en alza para el cine de género en su país desde su estupenda ‘Black Coal’ (Bai ri yan huo, 2014), un melancólico drama criminal lleno de suspense que ha hecho que cinco años después, hubiera expectación por esta ‘El lago del ganso salvaje’ (Nan Fang Che Zhan De Ju Hui, 2019), otro neo-noir que, tal vez no alcanza el carácter de su predecesora, pero consolida la reputación de Diao como uno de los mejores directores contemporáneos de China.

Llena de estilo y tensión, es un film más pulp, pero no menos fascinante, que sigue a un criminal llamado Zhou (Ge Hu) que se encuentra con la misteriosa Liu Aiai (Kwei Lun-mei) escondido en las sombras de una parada de autobús. La trama empieza a condensarse desde el primer momento, en el que sabemos que realmente estaba esperando a su esposa y está buscado por asesinato. En ese momento Zhou, relata el clásico “se preguntarán cómo he llegado hasta aquí” con una estructura de ida y vuelta al pasado.

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En su primer acto, la narración no es lineal y Diao deja respirar el espacio entre sucesos para hacernos partícipes del mundo en el que se mueven los protagonistas y los parámetros morales, o amorales, por donde discurrirán sus desventuras. Mientras, nos permite observar el día a día de ladronzuelos de motos de poca monta que se toman el crimen como un trabajo de explotación, como cualquier repartidor de Glovo, y al mismo tiempo son perseguidos por una bofia torpe que no genera ningún respeto.

Después de la perdición

Quizá el punto más interesante que todo lo que propone ‘El lago del ganso salvaje’ es esa descripción de una estructura criminal utilitarista, llevada al extremo de la chapuza y el menudeo como reflejo de la propia falta de glamour de la vida de otras clases más “respetables”, hasta el punto en el que no parece que haya una separación tan radical entre unos y otros, creando una idea post-noir muy acorde con los tiempos.

En esas primeras escenas, hay set pieces de acción silenciosas, con exabruptos de violencia que podría firmar el director de Hong Kong Johnnie To. Pero Diao tiene un don extraordinario de explotar la ubicación para hacer que secuencia de persecución o acción tenga un dinamismo único que, sin embargo, no es la tónica general ni abunda en el relato. Por el contrario, hay una paciencia atípica al establecer una atmósfera propia y personal.

En ‘El lago del ganso salvaje’ hay un uso del color extraordinario, consiguiendo una estética deliberadamente no realista, opresiva y a veces inquietante en lo que es una panorámica que parece querer mostrarnos la China actual desde dentro, casi como cine social. Cualquier pequeña escena sirve para mostrar una localización diferente, los planos son amplios y a menudo hay muchos elementos sin importancia ocurriendo en segundo plano, componiendo un fascinante collage casual.

Inundado con luces de neón febriles, también hay cierto enfoque Nouvelle vague, lleno personajes dirigiendo escenas enteras con la mirada, con una épica silenciosa a lo Jean-Pierre Melville que se codifica en cierta opacidad narrativa y parece no estar contando nada. Al mismo tiempo, deja hervir en sus imágenes un paisaje que explica él solo mucho de lo que lleva a los personajes a actuar así. Hasta tal punto, que el final cobra sentido cuando hemos vivido junto a ellos el día a día en su ecosistema infernal.

Lírica urbana entre neones y sombras

El lago del ganso salvaje’ es una película que hace de su ambientación nocturna un óleo en donde proyectar juguetonas fuentes de luz que atraviesan la oscuridad, desde los faros de las bicicletas y los automóviles, al resplandor de las bombillas que cuelgan de los húmedos puestos callejeros, o los led en las suelas de los zapatos de un grupo de policías encubiertos cercando a un detenido tras bailar en formación el 'Rasputin' de Boney M, para disimular.

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Callejones con tiendas de fideos y playas junto al lago, patios de vecinos y zonas colindantes que empiezan a ser colonizadas por la vegetación más alta, son lugares insólitos que dan lugar a escenas tan creativas como la del zoológico, que lleva a cotas de pura extrañeza la presencia de la oscuridad, con ojos de animales retratados en primer plano, miradas de tigre en un montaje deliberadamente misterioso, hasta llevar a las ideas visuales puramente estéticas como el irónico uso de un paraguas como arma.

Cuando la trama deja de moverse hacia adelante y hacia atrás en el tiempo queda claro que estamos asistiendo a la inevitable caída de un hombre condenado y una mujer joven que busca salir de un horrible mundo de dominación y abuso. La edición, que parece caprichosa, se revela muy inteligente al relacionar orgánicamente vital la trama y el tema, empujando implacablemente a los dos personajes hacia un agujero negro.

Fatalismo de cine negro clásico

Liu Aiai, estupenda Gwei Lun-Mei, pasa del clásico estereotipo de mujer fatal en un mundo de hombres a una víctima atrapada en una trampa sin solución, de la misma forma que el protagonista, está atrapada por las circunstancias llevando el relato a las raíces de clásicos del cine negro como ‘La senda tenebrosa’ (Dark Passage, 1947), ‘Los amantes de la noche’ (They Live By Night, 1948) o incluso ‘A quemarropa’ (Point Blank, 1967), compartiendo ese fatalismo sin adulterar mientras renueva y reubica el relato dentro de un creíble escenario decadente.

La elecciones formales se mueven entre lo dramáticamente poético e irreal heredado de Seijun Suzuki—ese gorro blanco hundiéndose en el lago, como presagio oscuro tras el momento íntimo entre los protagonistas— hasta lo extravagante y de terror onírico, como esa cabeza cantante en el salón de los espejos propia de un film de Sion Sono. Hay en todo ello una mirada general a una sociedad que se derrumba en tiempo real, con la propia arquitectura destartalada como acicate de la huida.

El lago del ganso salvaje’ cocina su naturaleza hard boiled a verdadero fuego lento, y sus espacios de oxígeno pueden impacientar a algunos, pero tiene un uso de las elipsis magistral y modula sus cambios de ritmo con una facilidad pasmosa, conteniendo vibrantes escenas de violencia y humor negro que la alejan de los experimentos huecos de tantos otros y confirmando a Diao Yinan como uno de los directores de género orientales más capaces de aunar el romanticismo de lo clásico con la realidad decrépita urbana más creíble y contemporánea.

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