'Molly's Game', Chastain y Elba son lo mejor de una partida ágil pero sin sorpresas

'Molly's Game', Chastain y Elba son lo mejor de una partida ágil pero sin sorpresas

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'Molly's Game', Chastain y Elba son lo mejor de una partida ágil pero sin sorpresas

Hay dos tipos de biopic actual, el que trata de explorar la personalidad compleja de un creador, o una personalidad, añadiendo capas a los mitos, como ‘Rebelde entre el centeno' (Rebel in the Rye, 2017) o ‘Jackie’ (2016), por poner dos ejemplos recientes, o los que narran una historia extraordinaria de éxito de alguien que pasa de ser un don nadie a conseguir tener una fortuna. Esta última clase, bastante habitual en el imaginario americano, se ha convertido prácticamente en la contrapartida realista al cine de superhéroes.

Es decir, personajes reales que, de alguna manera, consiguen colarse entre las grietas del sistema como un fluido ambivalente sin sabotearlo, pero sí aprovechando para agarrar con la mano abierta la bandeja de monedas de oro prohibidas que otros no se atreven a hacer suyas. De este tipo de películas hay muchos ejemplos recientes, que van desde ‘El lobo de Wall Street’ (The Wolf of Wall Street, 2013), ‘El fundador’ (The Founder, 2016), ‘Gold: la gran estafa’ (2016) o la última ‘Barry Seal: El traficante’ (American Made, 2017).

El modelo Sorkin

Todas ellas han surgido en una época especialmente proclive a ello: el mensaje del éxito asociado a la individualidad, al yo me lo guiso, y el fuerte convencimiento de que el triunfo es consecuencia del atajo. Un reflejo de la cultura neoliberal proyectada por una sociedad de valores de consumo. Y en esto, Aaron Sorkin, baluarte del biopic con pedigrí ha ido pasando de reflejos políticos con dinamismo al análisis de las personalidades sin escrúpulos, dotando de necesaria humanidad a capullos integrales como Mark Zuckerberg o Steve Jobs.

Mollys Game 1

Al final, su estrategia es al tiempo desmitificadora y cómplice, puesto que por mucho que nos deje ver la personalidad irascible de unos, intratable de otros, sobre el fondo siempre se deja ver una misión final más o menos noble con la que el guionista parece querer hacernos simpatizar, y en muchas ocasiones, esa partida de logros y objetivos esconde una fascinación por el proceso en sí, y es ahí donde conecta el discurso de su últimas películas. ‘Molly’s Game’ es otra de esas historias, pero en este caso las intenciones se ven más claras.

Como un intrincado puzzle, la misión final del ahora director es tejer un complejo diagrama en el que se entrecruzan las motivaciones y huecos vitales con el proceso por el que sus protagonistas llegan a tener dinero hasta en las mudas de ropa interior. Por ello, si Facebook nació por una pataleta amorosa o si el iphone es producto natural de una paternidad pobre y mal curada, la cruzada de timbas clandestinas de Molly Bloom es el escarmiento para un padre demasiado exigente y autoflagelación por un secreto familiar obviado por la memoria.

Malabarismo emocional

Lo cierto es que la revelación catárquica del origen del viacrucis del personaje está un tanto traído por los pelos, lo que no quita que sea mucho más efectivo en su ejecución que la empalagosa horterada de ‘Steve Jobs’ (2015). Y al fin y al cabo, el núcleo emocional de la película es lo que acaba moviendo su historia de póker y lujo, que se hace bola al intentar crear una matriz de buenas intenciones para justificar lo que en esencia es una trama de crímenes de evasión de impuestos.

Pero dejando a un lado su mirada amable al personaje, el camino está lleno de detalles de interés, al entender cómo funcionan un poco las entrañas del póker clandestino y las relaciones que tiene con Hollywood, las mafias y la legislación que lo permite. Desde luego es un tema más apasionante que el fichaje de jugadores de béisbol de la liga americana, y en su debut, Sorkin ha comprendido el grueso de su habitual didáctica informativa en el arco de un personaje con ciertas notas de alegato feminista.

Jessica Chastain, dura y vulnerable, brilla y matiza el perfil de su protagonista dándole una escalera de color a su director, que salvo algún recurso más propio de cine de hace quince años, maneja muy bien la edición y el ritmo. En consecuencia, ‘Molly’s Game’ nunca deja de ser trepidante a pesar de parecer otro vídeo motivacional para aspirantes a CEO con el símbolo del dólar tatuado en el pecho y el pollo de coca en el bolsillo, un poco la tónica del conjunto de películas que viene escribiendo su autor en los últimos años.

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