'Mucho ruido y pocas nueces', Branagh y Shakespeare

'Mucho ruido y pocas nueces', Branagh y Shakespeare
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Kenneth Branagh nunca ha tenido demasiada suerte como director. Dejando a un lado los éxitos de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ o ‘Frankestein’ (y en este caso contagiado por el buen recibimiento del film de Coppola, ‘Drácula’, que ejerce de productor en ésta), los films de Branagh rara vez han hecho taquilla, el público generalmente le ha dado la espalda. Sólo en cierto sector cinéfilo, e incluso crítico, se le ha tenido muy en cuenta, valorándolo como lo que es: un genio incomprendido. ¿Exagerado? Tal vez. Pero para el que esto suscribe no lo es en absoluto; su obra habla por sí sola, y ‘Mucho ruido y pocas nueces’ es el exponente más claro. En ella su amor por el cine y el teatro (Shakespeare) queda plasmado como pocas veces un director moderno ha logrado.

No leer si no se ha visto la película.

Nunca un director se ha dedicado tanto durante su carrera a la obra de unos de los grandes de la literatura. En tiempos pasados, directores consagrados como Laurence Olivier, Orson Welles o Roman Polanski, por poner tres ejemplos, realizaron algunas de sus películas más controvertidas y polémicas basándose en alguna de las obras del escritor inglés. Eran versiones muy teatrales, casi literarias, algo a lo que Branagh no renuncia cuando adapta a Shakespeare. Pero el director de ‘Morir todavía’ consigue además una comunión perfecta entre el lenguaje cinematográfico y el escrito.

En este vídeo vemos el inicio de la película, en el que una esplendorosa Emma Thompson (en aquel entonces pareja de Branagh en la vida real, algo reflejado en la perfecta complicidad de sus interpretaciones) recita los versos de una canción, repetida dos veces más a lo largo de la película, en dos momentos clave de la misma. En el tema se hace hincapié en el carácter volátil del hombre en cuestiones amorosas, mientras se recomienda a las mujeres no sufrir ni lamentarse por ello. Son tiempos de amor inocente y puro, machacado por artimañas para conseguir a la persona amada, de desdén, según Shakespeare el mejor arma en el amor (y cuanta razón tenía el jodido). Un tratamiento del sentimiento amoroso al que hay que acercarse con cierta complicidad, sobre todo en estos días en los que ya se han perdido ciertos valores.

La historia de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ da comienzo con el final de una guerra militar que da paso a una guerra entre hombres y mujeres en terreno amoroso. Se concentra esto a través de dos historias de amor tan distintas como iguales. Una representa la belleza de la inocencia, del primer amor, de sentimientos virginales; y otra un amor más adulto, con la experiencia como base, resultando mucho más rica en matices, con el desdén de los enamorados, pero que terminan rendidos en el momento en el que el sentimiento florece no con poca ayuda. Ambas historias se complementan a la perfección, ofreciendo una visión del amor muy festiva. Una celebración por todo lo alto, que la cámara de Branagh filma con una envidiable vitalidad, contagiando su evidente alegría al espectador.

Atención al plano secuencia (de los muchos que hay en la película) en el siguiente vídeo. Se interpreta la misma canción, esta vez cantada por un hombre, y que sirve para dar paso a la historia que une a Beatrice y Benedick, después de que ambos se insulten con comentarios a cada cual más ingenioso (¿cuántas parejas han nacido del rechazo inicial?). El delicado movimiento de cámara alrededor de la fuente retrata un breve momento de paz y tranquilidad, de descanso y reflexión, de ése que se necesita antes de dedicarse a la ardua tarea del amor. La calma que precede la tormenta.

‘Mucho ruido y pocas nueces’ está llena de excelentes interpretaciones de prácticamente todo su elenco. Un reparto totalmente entregado, actores que se creen sus personajes y los hacen suyos. Desde el feeling que hay entre Brangah y Emma Thompson (¿ha salido esta actriz alguna vez más guapa que en esta película?), hasta un asombroso Denzel Washington, pasando por unos primerizos Robert Sean Leonard (intentado sacarse su imagen de ‘El club de los poetas muertos’) y Kate Beckinsale (que por aquel entonces estudiaba en Oxford, y pudo hacer la película en sus vacaciones de verano). Sorprenden especialmente Keanu Reeves, que por una vez aprovecha al máximo la inexpresividad de su rostro, dando vida a un infecto ser que hace el mal por simple satisfacción; y Michael Keaton, cuyo divertido personaje entra de lleno en la parodia exagerada, el humor absurdo por excelencia, sin desentonar ni lo más mínimo con el resto.

Vista 16 años después, ‘Mucho ruido y pocas nueces’ no ha perdido ni un ápice de su encanto, conservando su fuerza y pasión. En su momento, los productores emplearon unos diez millones de dólares de la época para publicidad (estamos hablando de un film de bajo coste) de cara a conseguir nominaciones importantes en los Oscars, entregando a cada miembro de la Academia un pack con regalos de toda índole. El resultado: ni una triste nominación (recordemos que aquel año la triunfadora fue la impresionante ‘La lista de Schindler’). No importa, para mí, sigue siendo de lo mejorcito que se realizó durante la pasada década, tal y como dije en su momento.

Sólo por la escena final (en el siguiente vídeo) merece la pena ver la película. Un virtuosismo aprovechado para la ocasión con inusitada pericia. Branagh remata su film a lo grande, un travelling prodigioso que termina en lo más alto, mientras suena de nuevo el tema musical, esta vez interpretado por todos. Muchos verán exageración y artificiosidad; yo veo una declaración de amor absoluta a William Shakespeare. Branagh termina demostrando que la obra del escritor inglés podría tener un abierto carácter cinematográfico, ofreciendo la posibilidad de unir su mundo al del cine, arte que indudablemente Shakespeare amaría con toda su alma.

Una rotunda obra maestra, realizada con una energía que sólo Branagh sabe transmitir. Hace tiempo, un querido amigo dijo que este director tendría que morirse para que le reconocieran su talento. Creo que no se equivoca ni lo más mínimo.

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