'La zona de interés' es una gélida y estomagante obra maestra que explora una suerte de "cara B" del Holocausto

'La zona de interés' es una gélida y estomagante obra maestra que explora una suerte de "cara B" del Holocausto

Jonathan Glazer ha vuelto con hiperrealismo y un punto de vista casi voyeurista en uno de los ejercicios más brillantes del cine de la II Guerra Mundial

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Exceptuando honrosas excepciones que se desmarcan de la tónica general, hacer alusión a la II Guerra Mundial en el cine o la televisión implica aterrizar casi de forma inconsciente a la grandilocuencia mejor o peor entendida, ya sea a través de grandes espectáculos bélicos que retratan la crudeza del campo de batalla desde la primera línea de defensa —o ataque— o a través de ejercicios menos enfocados a la acción, pero más propensos al melodrama con aroma a explotación.

No obstante, más allá de esta mercantilización de la catástrofe —que nos ha dejado grandísimos largometrajes, todo sea dicho—, han sido muchos los cineastas que han apostado por la contención, la sobriedad y el realismo más asfixiantes para sumergirnos en la convulsa Europa de finales de los 30 y principios de los 40; siendo uno de los grandes referentes de la última década una 'El hijo de Saul' que encontró en el fuera de campo su mayor catalizador del horror.

Casi como si de una "cara B" ambientada al otro lado del muro del magnífico título dirigido por László Nemes se tratase, 'La zona de interés' trae de vuelta el genio indiscutible de Jonathan Glazer diez años después de la fantástica 'Under the Skin' para convertirnos en testigos del lado más mundano, banal y repugnante del Holocausto en un prodigio técnico, narrativo y, sobre todo, discursivo hiperrealista y digno de las más terribles pesadillas.

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El contraplano del horror

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La desbordante inteligencia de 'La zona de interés' ya queda plasmada en su, a priori, sencilla premisa, que nos invita a instalarnos en el domicilio del comandante de las SS Rudolf Höss, colindante al campo de concentración de Auschwitz, y a presenciar su día a día desde una gélida distancia similar a la que el militar y su familia mantenían con el exterminio que ocurría a escasos metros de su hogar.

A pesar de poseer cierto componente narrativo, principalmente ligado a la evolución del trabajo de su protagonista para las Schutzstaffel y el conglomerado Nazi, y al desarrollo de la conocida como "Operación Höss", el verdadero núcleo de la cinta huye de lo dramático para volcarse en lo puramente discursivo. Lo verdaderamente importante no es exponer una serie de hechos, sino reflexionar sobre sus implicaciones morales en los participantes directos y, en consecuencia, en el espectador.

De este modo, Glazer condensa en poco más de 100 minutos, a los que la palabra "desasosegantes" no termina de hacer justicia, un estudio sobre la banalización del mal o la tolerancia que desarrollamos al horror frente a una exposición constante al mismo huyendo en todo momento de lo explícito a nivel visual. Una carencia que no se traduce en la falta de impacto gracias, en buena parte, a un tratamiento del sonido escalofriante y sublime tanto en diseño como edición.

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El cineasta británico, a través de detalles sutiles —sobrecogedor ese plano de barro y sangre que desprenden las botas de Höss mientras se limpian— y del uso del off, demuestra una vez más que esa frase hecha que apunta que "sugerir es mejor que mostrar" esconde una gran realidad tras de sí; especialmente cuando el público cuenta con un gran arma a su favor como es el contexto histórico para terminar de rellenar los huecos que se le niegan voluntariamente desde la sala de montaje.

Si hay algo que termina de elevar la que, desde su estreno, ya es una de las películas más relevantes sobre la Shoah, es la obsesión de Glazer y el director de fotografía Lukasz Zal —responsable de joyas como 'Ida' y 'Cold War'— por el realismo; lo cual comienza por una planificación que transmite la sensación de estar capturando la acción a través de cámaras de vigilancia, aportando un punto de vista objetivo, casi voyeur, que nos hace prisioneros del entorno de Höss mientras no obliga a ser partícipes de su vida, nos guste o no.

Con 'La zona de interés' y, particularmente, con un tercer y último acto tan lúcido como impactante, Jonathan Glazer traza líneas entre pasado y presente para volver a dejar clara la importancia del séptimo arte para comprender nuestra historia y a nosotros mismos. Puede que no esa experiencia cómoda y agradable que muchos buscan cuando buscan refugio en una sala de cine, pero esta pequeña y estomagante obra maestra es tremendamente necesaria en múltiples aspectos.

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