10 años de 'Speed Racer', la obra maestra incomprendida de las hermanas Wachowski

10 años de 'Speed Racer', la obra maestra incomprendida de las hermanas Wachowski

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10 años de 'Speed Racer', la obra maestra incomprendida de las hermanas Wachowski

Hace una década del estreno de la que podemos calificar sin lugar a dudas de la película eternamente incomprendida de las hermanas Wachowski (entonces aún hermanos). Una adaptación del mítico anime de los sesenta 'Meteoro' y que significaba la reválida de ambas, cinco años después del cierre definitivo de la trilogía de 'Matrix', que les consagró internacionalmente.

Habrá quien defienda que en realidad solo dirigieron una película con sustancia, la primera de la trilogía, y el resto de su cine (incluidas 'Reloaded' y 'Revolutions') han sido sobrevalorados ecos de aquel impacto. Particularmente, estoy por aseverar justo lo contrario: las secuelas de 'Matrix' son extraordinarias (aunque no tan redondas como la primera, está claro), y en el resto de su cine hay brillantez hasta en películas irregulares como 'El destino de Júpiter'. Pero todos podemos estar de acuerdo en que ninguna de ellas tuvo la recepción frontalmente negativa que sufrió 'Speed Racer'.

El motivo es obvio y desde luego las Wachowski no fueron las primeras en sufrirlo: 'Speed Racer' no era Matrix, no era una 'derivación', ni siquiera era estéticamente afín a las deprimentes aventuras de Neo. Era una verbena de colores y despreocupación, una celebración de la velocidad y una película mainstream absolutamente experimental. No era una reverencia a los fans, sino un proyecto personal y único: cuando 'Matrix' ya había desatado decenas de imitaciones, sus legítimas creadoras decidieron no imitarse a sí mismas. Y eso el público no suele perdonarlo.

El proyecto llevaba en pie desde 1992, y en él se había visto implicada gente como Henry Rollins (dando vida a Racer X), Johnny Depp (como Speed) o Julien Temple a los mandos -sustituido poco después por gente como Gus Van Sant y Alfonso Cuarón-. Vince Vaughn también estuvo implicado como productor e intérprete de Racer X, pero de nuevo se frustró el proyecto, casi siempre por cuestiones presupuestarias. Un agujero del que ni las aparentemente infalibles Wachowski ni Joel Silver (afín al proyecto desde el principio) supieron salir: finalmente costó 120 millones de dólares y recaudó solo 93'9 millones.

Fast & Furious

El inconveniente más grave para 'Speed Racer' a la hora de encontrar espectadores estuvo en su asumida personalidad como aparatoso armatoste de acción para todos los públicos. Curiosamente viniendo de los creadores de una de las películas de acción "madura" más importantes de finales de los noventa (aunque con alma de pura tardoadolescencia destilada), 'Speed Racer' no es una versión oscura y pesimista del anime original, sino una blanquísima película con sentimientos puros, malos malísimos, niño, familias, artes marciales no violentas, coches chulísimos y un mono. Esos elementos son innegociables.

Sin embargo, y al mismo tiempo, 'Speed Racer' no es una película fácil, pese a lo que se pueda deducir de su argumento, en el que el joven piloto Speed Racer (Emile Hirsch) pertenece a una estirpe familiar consagrada a los coches, desde sus padres Pops (John Goodman) y Mom (Susan Sarandon) a su fallecido hermano Rex (Scott Porter). El propietario de una multinacional automovilística (Roger Allam) hace una sustanciosa oferta a Speed, pero éste la rechaza, tras lo cual descubre una conspiración en el mundo de las carreras que le llevará a competir en la carrera más peligrosa del mundo colaborando con un rival, el misterioso Racer X (Matthew Fox).

Ese argumento, ya enrevesado de por sí, se adereza con una duración de más de dos horas, momentos inusualmente dramáticos que bregan con la muerte de un ser querido no del todo superada, monólogos del villano sobre finanzas (esto descoloca a cualquiera) y continuos saltos adelante y atrás en el tiempo. Pero a la vez, todo ello -dirigido en un principio, a un público más maduro- y lo señalado anteriormente se disponen de forma simultánea -porque el mono está siempre presente, por así decirlo-. Y sin perder un tono unitario, quizás porque cierto tono de humor extravagante y aires cartoon -reforzado por la brillante estética de dibujos animados de carne y hueso- lo unifica todo.

Esa unificación, que permite chistes de trompazos con cáscaras de plátano (ese mono es un arma de destrucción masiva) y a la vez disquisiciones sobre la naturaleza de la fama y si es posible compaginarla con una vida familiar saludable, fructifica en las carreras, rodadas literal y metafóricamente como si fueran combates de artes marciales. Literalmente, porque están coreografiadas hasta el más mínimo detalle, y porque el realismo queda siempre en segundo plano, a expensas de la espectacularidad, la diversión y el impacto.

Y metafóricamente, porque como en una buena película de artes marciales, los combates / carreras hacen avanzar el argumento y cuentan cosas. Son espectaculares, son lo nunca visto, pero además incluyen flashbacks, ahondan en los personajes, y suceden cosas que llevan al argumento dando bandazos de un lado a otro. Posiblemente, fue demasiado para el espectador (adulto; los niños no suelen tener tantos prejuicios) acostumbrado a una visión más "pornográfica" de la acción, más de argumento + acción + argumento + acción, sin entremezclarse como en un mal videojuego, y eso llevó a más de uno a afirmar que las carreras eran demasiado largas, o densas o confusas.

(Por cierto, hablando de videojuegos -medio del que las Wachowski siempre han bebido de forma muy obvia: la forma de conducir los vehículos en la película, basada en derrapes continuos, facilita la filmación de los rostros de los actores, que permanecen fijos mientras el vehículo oscila tras ellos; pero también recuerda al estilo de conducción de la saga 'OutRun', especialmente a su soberbia entrega 'Coast 2 Coast', donde había que convertirse en maestros del derrape controlado para avanzar. A todo se añade el concepto de los coches-fantasma, un elemento presente en el género desde hace décadas)

Con derrapes o sin ellos, las carreras de Speed Racer son lo nunca visto (con la salvedad del anime original, ya bastante chiflado), hasta un extremo que diez años después merece ser celebrado: lisérgicas, hipercinéticas, cada una trabajadísima y con su propia personalidad, y que culmina en una carrera final cuya conclusión es una obra maestra de la abstracción sensorial que se cuenta entre las mejores piezas de creación audiovisual pop de este siglo.

Diez años después, 'Speed Racer' sigue sin encontrar su sitio, como por desgracia no lo terminan de encontrar las Wachowski. Pero hoy, como entonces, su principal atractivo es el mismo: es movimiento puro, un experimento plástico que no se parece a nada. Acude a ella sin prejuicios, buscando solo sentimientos limpios, carreras perfectas y un mono haciendo el ganso, y nada fallará. Nada puede fallar cuando pisas el acelerador a ciegas y sin pensar en el qué dirán.

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