'All That Jazz', bailar con la muerte

'All That Jazz', bailar con la muerte
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“A veces no sé dónde termina la patraña y comienza la verdad”

- Joe Gideon (Roy Scheider)

En la desigual y en cierta forma fascinante carrera como director de Bob Fosse, ‘All That Jazz’ (id, 1979) ocupa un lugar especial. Por muchas razones. La principal de ellas es que, siete años después de haber ganado el Oscar al mejor director (entre más de media docena) por una película con momentos estupendos y otros no tanto como es ‘Cabaret’ (id, 1972), y con aquella estimable ‘Lenny’ (id, 1974) entre ambas, Fosse lleva a cabo un ejercicio de sinceridad brutal en su cuarta película, abriéndose el pecho de par en par y mostrándose en carne viva tal y como es, con todas las mezquindades y deplorables defectos de su personalidad, algo que muy pocos artistas (Oscar Wilde en su ‘De Profundis’, Chet Baker en ‘Let’s Get Lost’, Andrei Tarkovski en ‘Nostalghia’ (id, 1983), Ingmar Bergman en ‘Saraband’ (id, 2003), entre otros, no muchos) han tenido los redaños de hacer. Pero hay otros factores que convierten a ‘All That Jazz’ en algo muy diferente. En otra cosa.

Fosse había sido designado por la naturaleza para triunfar en cualquier cosa que tuviera que ver con la música y con el baile. Salvo por un detalle que, en su oficio y en la época en la que él empezaba, era casi un estigma. O sin el casi. Se quedó prematuramente calvo. De tal modo que se vio “obligado” a convertirse en coreógrafo. En caso contrario, pudo haber sido un bailarín excepcional, pero quizá el mundo no habría visto sus notables, arriesgadas y heterodoxas creaciones, que le hicieron célebre y que son la columna vertebral de una historia compulsiva, descarnada, con Fosse mirando ya muy de cerca a la muerte (aunque aún llegaría a filmar una película más, la irregular ‘Star 80’, en 1983, con la salud muy deteriorada). Y si esa es la columna vertebral el corazón y el alma son la personalidad atormentada, tumultuosa, de ese coreógrafo al que él llamó Joe Gideon, al que seguiremos en un itinerario casi suicida pero siempre apasionante de ciento veintitrés minutos que se pasan literalmente volando y que dejan con ganas de más música, de más baile, de más verdad.

La energía de Fosse

Lo cierto es que ‘All That Jazz’ puede parecer una película anticuada en sus formas. Pero es que ya nació anticuada, y así lo quiso su creador. Filmada un poco al estilo de un falso documental, en el que la vida cotidiana del coreógrafo y director se va alternando con diálogos oníricos con una misteriosa dama que probablemente sea la Muerte, llamada Angelique (interpretada por Jessica Lange) a menudo tendremos la sensación no de estar asistiendo a una ficción, sino de estar viendo ensayos grabados, pruebas de casting reales, sucesos que un documentalista ha mezclado con la ficción de manera magistral. La serena cámara de Fosse convive con un montaje sincopado, salvaje, en parte responsable de esos montajes de ahora a lo Guy Ritchie, pero mucho más elaborado, más inteligente y más rico en su búsqueda formal. Fosse nunca fue un genio del cine, pero desde luego tenía personalidad, y sabía otorgar a las herramientas cinematográficas una fuerza, un estilo muy propio, que hacía perdonar sus carencias. Algunos han comparado esta película con ‘Fellini 8½’ (‘8½,’, 1963), y no les falta razón en lo temático, aunque quizá sí en la forma de abordar las obsesiones del creador.

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La irregularidad, la ligereza compartiendo minutos con la gravedad, son factores asumidos por Fosse, que se siente más libre que nunca, tratando un tema tan espinoso como el íntimo sentimiento de fracaso, personal y profesional. Mirándose al espejo, contemplando un reflejo que no le gusta demasiado pero con el que tiene que aprender a levantarse cada mañana, soltando ese mítico y muy significativo “It’s show time, folks.” (literalmente, “es la hora del espectáculo”, pero también, “es la hora de mostrar”, de mostrarse…). Gideon/Fosse se atiborrará sin parar, durante buena parte del metraje (y sospechamos, también en las pocas secuencias en las que no aparece) de tabaco, de licor, de sudor, de drogas, de mujeres… y de frustración, de inseguridad, de lucha por trascender el mero trabajo (por mucho que le guste) y lograr algo realmente bello, batallando sin descanso contra las propias limitaciones (¿no es ese el día a día de cualquier artista?), exprimiéndose en cuerpo y alma hasta que no queda nada de él y el cuerpo dice basta.

Al igual que ‘Cabaret’, ‘All That Jazz’ no es un musical en sentido estricto. No basta con poner números musicales o simplemente coreografías. El musical clásico se definía por incluir canciones que sustituían diálogos, y sin las cuales era imposible comprender la trama. El único musical que Fosse dirigió en toda su vida, aunque siempre a su peculiar manera, fue ‘Noches en la ciudad’ (‘Sweet Charity’, 1969), una pieza bastante valiosa, y hoy bastante olvidada, con la siempre estupenda Shirley MacLaine de protagonista. Pero da la impresión de que a Fosse el musical clásico le importaba bien poco. Ya en ‘Cabaret’ el contraste entre los números musicales y el resto de la historia era enorme, en inspiración, en ejecución, en interés. A él lo que le importa es la música, la danza, el frenesí. Todo lo demás es accesorio. Por eso quizá ‘All That Jazz’ supera al resto de su filmografía, porque por una vez lo que está al margen de la música…sigue siendo música, o tiene mucho que ver con ella. Y desde luego está filmado con su habitual imaginación con los movimientos de cámara, que van parejos con su proverbial imaginación, ingenio y descaro, en los movimientos de sus bailarines.

Descaro que llega aquí a sus cotas máximas. Fosse siempre fue un coreógrafo que tendía a la provocación, al paroxismo de la sensualidad en el cuerpo y los movimientos de sus artistas, y emociona verle defender un número en el que solamente falta sexo, porque está saturado de erotismo en cada detalle. Un número que sus productores se niegan a incluir. Y es que no falta incluso la proverbial batalla entre el creador y los representantes del dinero. O, lo que es lo mismo, la lucha entre la libertad y el pragmatismo. Porque, pese a sus luces y sus sombras, la obra cinematográfica de Fosse (la teatral, como es lógico, no tuve oportunidad de verla) es un ejemplo de libertad, de voluntad, de independencia. Y su cine va a perdurar como expresión máxima de la agitada y escandalosa personalidad de este gran hombre de la música y la danza, que se alzó (ex-aqueo con la soberbia ‘Kagemusha, la sobra del guerrero’, de Kurosawa) con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, amén de cuatro Oscar. Así que, si no la han visto, vean ‘All That Jazz’, la mejor manera que probablemente nadie tuvo de conocer el interior del alma de Fosse.

Lo mejor, lo peor e imagen favorita

Lo peor, si es que algo malo se puede decir, es que es tan personal que si no entras en ella, poco se puede hacer. Lo mejor el maravilloso Roy Scheider y todo lo que rodea la creación de coreografías. Mi momento favorito es cuando lleva a su amante al límite para lograr convertirla en una buena bailarina.

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