Añorando estrenos: 'Cuna de héroes' de John Ford

Añorando estrenos: 'Cuna de héroes' de John Ford

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Añorando estrenos: 'Cuna de héroes' de John Ford

La mejor juventud del mundo la traemos aquí, los instruímos, les hablamos del deber, del honor y de la patria… y luego los enviamos al matadero

De entre todas las películas que protagonizó Maureen O’Hara, una de a las que más cariño le tengo es ‘Cuna de héroes’ (‘The Long Gray Line’, John Ford, 1954), el particular homenaje de su director a la Academia militar West Point. Al igual que sucede con ‘Misión de audaces’ (‘The Horse Soldiers’, 1959), la presente no suele estar considerada entre las grandes obras de Ford —en líneas generales, ya que somos unos cuantos los que sí la incluimos en ese selecto grupo—, quizá por esa aparente primera impresión de que Ford ensalza la vida militar.

Inspirada en la biografía de Marty Maher —recogida en el libro ‘Bringing Up the Brass’—, quien pasó casi toda su vida en West Point, lo cierto es que prácticamente toda la historia en la película es inventada. Se recogen únicamente algunos de los nombres, y por supuesto algunos importantes hechos históricos de eco mundial, como las dos grandes guerras, más un crucial partido de fútbol americano. El resto no se corresponde con la verdadera historia, y sirve a su director, que filmaba por primera vez en Cinemascope —formato que Ford terminó criticando sobremanera— una metáfora sobre la vida, como si ésta fuera un desfile. El resultado es uno de los films más emotivos de su autor.

Honrando una vida

‘Cuna de héroes’ da comienzo con una reunión entre Marty Maher y el presidente Eisenhower, tras cincuenta de vida militar del primero, quien acude al alto mando para no ser jubilado, ya no de un estamento, sino de una forma de vida para él, quien no conoce nada más fuera de las fronteras de la Academia militar. Un largo flashback narrará la vida de Maher desde el momento en el que llegó a West Point, y precisamente será el recuerdo de esa vida lo que prevalezca por encima de ideologías, o patriotismos, tantas veces la causa de que Ford fuese tachado erróneamente con adjetivos nada acertados.

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Si a la frase del inicio sumamos que Ford integra otras dos en boca de Maher al llegar a la academia —“¿qué es este lugar, un manicomio o una prisión?”—, y una más en boca del soldado que hace guardia, la visión del director sobre el estamento militar, tiende más hacia la ambivalencia que hacia el homenaje puro y duro hacia el estamento. De hecho, el protagonista, a lo largo y ancho del film se verá forzado, continuamente, a elegir la vida militar por razones que le superan. Se gradúa pare no sufrir severos castigos si mete la pata, reengancha por la aparición, y enamoramiento instantáneo, como sólo el cine sabe mostrar, de Mary O’Donnel (Maureen O’Hara), y así continuamente hasta el final de sus días.

‘Cuna de héroes’ posee dos tramos separados por un trágico hecho en la vida de Maher, la pérdida de su hijo recién nacido. Si hasta ese instante, el film hacía gala de un sentido del humor verdaderamente encomiable —atención a cómo el protagonista intenta llamar la atención de Mary sobre un ring, la planificación elegida por Ford es lo que produce la carcajada, no la situación—, tras ese crucial momento, el films se oscurece —excepcional labor de Charles Lawton Jr. y Charles Lang— cada vez más, y la estupidez de las guerras es mostrada en las reacciones humanas, con Maher siendo testigo de personas que llegan y se van, no sólo los cadetes a los que ayuda generación tras generación.

Tyrone Power se reúne por segunda vez con O’Hara demostrando una más que perfecta compenetración, aunque lo cierto es que la pelirroja actriz tenía un facilidad asombrosa para ser la perfecta partenaire de cualquier actor tal y como demuestra su filmografía. La estilización a la que somete a su personaje, algo a lo que contribuyó, y mucho, Ford —por cierto, se llevaron a matar durante el rodaje, en el cual el director no hacía más que humillar a O’Hara—, hace que O’Donnel tenga vida más allá de los rasgos de la intérprete. Hay instantes en los que parece más una bailarina que otra cosa; atención a cómo se mueve dentro del encuadre.

Sentimientos

Será precisamente un personaje femenino, en una película digamos masculina, el que haga ver al personaje central su carácter de “padre” para con todos los jóvenes muchachos que van a West Point a cambiar, nunca mejor dicho, sus vidas. Un personaje que da la oportunidad a Ford de servir dos de los instantes más imperecederos de su cine. El primero es aquel en el que se Maher, con su esposa, abandona West Point porque no puede soportar más muertes —de las cuales tenemos noticia por las secuencias en las que el protagonista marca, con cinta negra, el libro de los cadetes—, y visitan a su vieja amiga Kitty (Betsy Palmer), viuda y con un recién nacido.

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El sentimiento materno de Mary, que ya no puede tener más hijos tras la pérdida de uno, queda patente en dicha visita. Ford realiza la que posiblemente sea la elipsis más bestia de toda su filmografía, marcando así el paso del tiempo, una de las constantes de su cine. De un plano del bebé llorando —algo que parece un chiste, como si supiera la vida que le espera— se pasa a un plano de formación de los cadetes de West Point, y de ése al del niño ya crecido —Robert Francis, que moriría al año siguiente del rodaje—. El color azul, símbolo de los sentimientos que trascienden el tiempo, baña los tres planos. Sundstrom Jr. será, en cierto modo, el hijo que nunca tuvieron.

El segundo instante es uno que contradice al propio Ford cuando opinaba sobre el formato scope. Se trata de la muerte de Mary, uno de los más emotivos de toda su filmografía, y sin duda, el instante por excelencia de ‘Cuna de héroes’. Con una cámara alejada del porche donde descansa Mary, Ford se muestra íntimo, y con poco, el grado de emoción es mayúsculo. Son varios los “marcos” que nos separan de la escena, incluyendo la puerta final. El nombre, dicho dos veces, de la mujer, y “madre”, amada, es suficiente antes del fundido en negro que ya sabemos qué representa.

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'Cuna de héroes' dura más de dos horas, y resume cincuenta años en la vida de su protagonista; durante todo ese tiempo Ford siempre conserva el punto de vista de Maher, sin variarlo ni una sola vez. Es por ello que la visión de todo lo que le rodea, de todo lo que le sucede, es siempre su interpretación. Un irlandés de pura cepa, representado por otro irlandés —de corazón—, cuya nostalgia por los tiempos pasados y su adorada Irlanda, le permiten ser respetuosos con un detalle muy revelador: Maher sueña con volver a su país natal, pero tanto Mary como el padre de él —Donald Crisp en una composición parecida a la de ‘¡Qué verde era mi valle!’ (‘How Green Was my Valley’, 1941)—, hablan de una Irlanda pobre a la que no desean por nada del mundo volver. Todo un detalle con Maher, el real.

Como gran fabulista que fue, Ford concluye su película con un desfile, otro de los tantos que se producen en la película, esta vez en su honor, en el tiempo en el que arranca el film. En el mismo incluye las apariciones fantasmales de todas las personas importantes de su vida; la manera de hacerlo es una de las muestras por las que Ford marcaba la diferencia. Simplemente manteniendo la cámara desde un ángulo bajo con respecto a los “fantasmas”, los cuales son vistos —recordemos, el punto de vista— por un Marty viejo como algo real, como algo que aún permanece vivo en sus recuerdos y que forman la verdadera esencia de toda una vida. Puro Ford.

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