Decía William Faulkner que, para tener éxito como escritor, debías "matar a tus queridos" —traducción espantosa de "kill your darlings"—. Un inteligentísimo consejo que pretende advertir sobre los peligros de enamorarse de ciertos pasajes de la historia hasta el punto de no ser consciente de que, en realidad, son un palo en la rueda para el correcto funcionamiento de la misma.
Esta máxima puede aplicarse del mismo modo al medio cinematográfico, terreno en el que el "síndrome del autor pluriempleado" está a la orden del día, manifestándose en producciones en las que el director hace igualmente las veces de guionista y montador; siendo el máximo responsable de las tres escrituras de la película —sobre el papel, en set y en la sala de edición— y, por norma general, siendo incapaz de desprenderse de esos lastres invisibles a los que alude Faulkner.
Este es, precisamente, el principal problema de 'El apóstol', la nueva y soñada cinta de Gareth Evans —director de 'The Raid' y su brillante secuela 'Berandal'— que, tras años guardada en un cajón, ha conseguido ver la luz gracias a una Netflix que no ha dudado en dar carta blanca —para bien y para mal— al realizador galés; quien desata sin filtro alguno todo su talento y creatividad en un largometraje, cuanto menos, sorprendente.
Evaluando en cómputo global sus dilatadas más de dos horas de duración, puede concluirse que el adjetivo que más se ajusta a 'El apóstol' es "excesiva". Porque el filme, protagonizado por un Dan Stevens que exuda carisma —qué vamos a decir a estas alturas—, no teme en arriesgar con una amalgama de géneros en constante evolución que deambula entre el drama aventurero, el thriller sectario de corte más clasicista, el fantástico y un terror salvaje y contundente.
Esta tendencia a abarcar demasiado se ve igualmente reflejada en una narrativa que se dispersa a través de subtramas algo innecesarias a las que se da un peso que podría considerarse desmesurado, pero que ayuda a cocinar a fuego muy lento el atmosférico ejercicio de horror de 'El apóstol'; en un constante crescendo hacia una feroz explosión de violencia que viste a la perfección las tesis teológicas del relato.
A pesar de la incapacidad de Evans a la hora de sacar la tijera y mutilar su obra durante el proceso de montaje para solventar unas carencias rítmicas que muchos no sabrán perdonar, pero que otros, como servidor, consideramos necesarias para dar solidez a su ambientación, es el inconmensurable talento del director en la puesta en escena y en la planificación lo que eleva 'El apóstol' a un nuevo nivel.
Así, podemos vislumbrar de nuevo ese nervio en el trabajo de cámara que disfrutamos en 'Merantau' y, sobre todo, en ambas entregas de 'The Raid': descontrolada, libre y sin ningún tipo de ataduras. Exactamente igual que un propio Gareth Evans que podría haberse convertido en el principal enemigo de su ambiciosa producción y que, en última instancia, se ha coronado como su principal salvador con un sobrecogedor e inusual salto al vacío creativo.
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