'El club de los lectores criminales' es un desvergonzado 'Scream' de Hacendado en Netflix que lo único que consigue matar es el propio interés en la película

'El club de los lectores criminales' es un desvergonzado 'Scream' de Hacendado en Netflix que lo único que consigue matar es el propio interés en la película

Ni siquiera Álvaro Mel y Veki Velilla pueden subir el nivel de un guion para el que "originalidad" es una palabra inexistente

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No siempre es posible ser el más original, y no pasa nada. Ahí están productoras como The Asylum o Video Brinquedo para demostrar que uno puede sobrevivir a base de coger ideas de otras películas y rehacerlas con un presupuesto mínimo bordeando la peligrosa línea entre la inspiración y el plagio. 'El club de los lectores criminales' intenta también hacer malabares en esa línea, pero le sale mal y cae por un lado: el de la copia más sinvergüenza y atroz.

¿Te gustan las novelas de terror?

Puede que si no has visto 'Scream' la nueva propuesta de terror de Netflix te sorprenda. Y es que su director, Carlos Alonso, ha cogido las escenas más reconocibles de la saga y las ha montado, una tras otra, confiando en que haya una generación que no haya visto nunca el clásico de Wes Craven. Solo que, en este caso, cambia la influencia de las películas por la de las novelas de terror, algo que podía funcionar en su formato original literario pero que, desde luego, aquí queda emborronado y sin razón de ser.

Al poco de empezar la película, en una escena absolutamente fusilada de la clase de cine de 'Scream 2' donde hablan sobre secuelas en el cine, un profesor pontifica sobre la literatura de terror y cómo siempre tiene un nivel bajísimo. Una alumna resabiada indica que hoy por hoy algo "no es plagio, es fanfiction", como queriendo responder a los espectadores que a estas alturas ya se han dado cuenta de que el juego metalingüístico de la cinta va a tener la sutileza de un martillo hidráulico.

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Ni los asesinatos tienen la más mínima gracia (de hecho, muchos de ellos se ocultan al espectador escatimando en gore), ni los personajes tienen carisma o son distinguibles entre ellos, ni los actores hacen nada por insuflar vida en un guion perdido a la deriva. Y, por supuesto, la resolución de quién ha cometido los asesinatos es tan sorpresivo como un episodio de 'Dora la exploradora'. Si has visto 'Scream', aún menos. No niego que la gente que haya trabajado en ella hiciera un gran trabajo, pero el resultado final, desde luego, no lo muestra. Y es una pena.

Sé lo que hicisteis en vuestra universidad

'Scream' funcionaba porque el grupo de amigos era fácil de asimilar, comprender e incluso querer: cada uno tenía su propia personalidad y estaban unidos ante la desgracia, pero siempre protegiéndose las espaldas. Pero en 'El club de los lectores criminales' ya desde el primer momento todo son caras ariscas, insultos, enfrentamientos y borderías en una pandilla formada a partir de un grupo de lectura improbable en el que jamás leen un solo libro. En lugar de hacer referencia a Stephen King o Edgar Allan Poe, al igual que en la película de Wes Craven se creaba familiaridad nombrando 'Viernes 13' o 'La noche de Halloween', la película pronto se olvida de que son estudiantes de literatura y se centra en un saja-raja sin gracia, identidad, originalidad ni, ya puestos, sangre.

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No ayuda que los jóvenes actores, encabezados por Veki Velilla y Álvaro Mel en sus peores interpretaciones hasta la fecha, parezcan no haber tenido ensayos previos o un buen director de actores. Los diálogos, que ya son suficientemente infames -"Eh, que es un 5G", dice una chica a la que le acaban de romper el móvil. "Pues ahora es un 5 trozos", le contestan ante la incomprensión del público de lo que aparentemente es un chiste hilarante-, se mascullan como en una obra de teatro de primero de la ESO y ni siquiera un montaje solvente, que hace lo que puede con lo que tiene, es capaz de salvar la sensación de apatía general que provoca el metraje.

Me gustaría, de verdad, salvar una escena, pero más allá de un plano final tan incomprensible como estilizado, se me hace imposible. Es tosca y chusca: más que un estreno profesional parece un proyecto de segundo de Comunicación Audiovisual con una narrativa aún por refinar que no deja ver ningún tipo de personalidad o intención tras la cámara. Todo es tan estándar y aburrido, al menos cuando no se dedica a plagiar (esa escena con la protagonista mostrando el dedo corazón al asesino mientras hablan por WhatsApp), que no hay manera de levantarla.

Las normas de la literatura de terror

Hay incluso un momento en el que 'El club de los lectores criminales' amaga con contar "las reglas de las novelas de terror", pero habría sido demasiado y acaba reculando. No habría desentonado: al fin y al cabo, su mayor punto diferencial (el hecho de que el asesino esté escribiendo un fanfiction con los asesinatos cometidos y deja elegir al público quién será el siguiente en morir) se olvida muy pronto y pasa a un segundo plano en lugar de ser potenciado: ¿Quién está votando? ¿Por qué no contrarrestan contando la verdad desde una cuenta anónima? ¿Hay manera de proteger al elegido para morir? ¿A quién nos recuerda el estilo literario del payaso asesino? ¿Hay alguna manera de mirar su IP? Ninguna de estas preguntas tienen respuesta porque ni siquiera llegan a plantearse.

Parece como si su guionista se hubiese olvidado a mitad de camino de aquello que habría hecho especial a la historia y se dedicara a, simplemente, coger prestado de aquí y de allá sin aportar nada al género. Esta película nace con la intención de ser un slasher eficiente, pero como tantas otras, cae en la olla del "contenido". Es exactamente aquello que la gente que no ve cine español cree que es el cine español: un despropósito de 90 minutos que -ojo- hace buena incluso a 'Tuno negro'.

Hay talento en 'El club de los lectores criminales', pero absolutamente desenfocado y desperdigado, más preocupado en que el plagio de 'Scream' quede diluído que en hacer algo realmente original. Al final no deja de ser una de esas películas de Netflix creadas por y para que un reparto joven atraiga a la generación Z gracias a un marketing machacón para TikTok e Instagram en la que parece que lo que menos importa es la coherencia, la originalidad y la narrativa. Sobre todo, pudiendo fusilar sin ningún tipo de complejo y cruzando los dedos porque ese público objetivo no llegue a darse cuenta jamás del engaño.

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