'Cyrus', los actores salvan un mediocre relato

'Cyrus', los actores salvan un mediocre relato
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En ‘Step Brothers’ (distribuida en España con el desafortunado título de ‘Hermanos por pelotas’), John C. Reilly encarnaba a un inadaptado cuarentón que todavía vivía bajo el mismo techo que su padre, cuya rutina daba un brusco giro cuando éste decidía compartir su vida con una mujer que casualmente tenía un hijo casi idéntico, al que daba vida Will Ferrell. En una escena de la película, tras numerosos (y poco inspirados) conflictos, los padres reconocían que no estaban siendo capaces de sobrellevar la situación, por lo que debían separarse, y volver cada uno por su lado; cuando uno de los hijastros preguntaba si ellos habían tenido la culpa, recibía como respuesta un rotundo y sincero “sí”. Curiosamente en ‘Cyrus’ se da una situación similar con un tono y unos personajes bastante parecidos, pero Reilly cambia de lugar y ahora es él quien debe intentar soportar al peculiar hijo de su pareja.

John (Reilly) atraviesa la peor fase de su vida cuando su exmujer (Catherine Keener), de la que lleva siete años divorciado, le comunica que va a casarse de nuevo. Sin embargo, durante una fiesta en la que no deja de quedar en ridículo, la suerte de John cambia por completo; de manera inexplicable, Molly (Marisa Tomei), una bella y encantadora mujer, se siente atraída por él y esa misma noche comienzan una apasionada relación. Todo parece perfecto, un sueño hecho realidad (en especial para él, que estaba total y absolutamente desesperado). Hasta que John decide seguir a Molly para descubrir dónde vive y por qué se marcha a altas horas de la madrugada. Así es como descubre que Molly tiene un hijo de veintiún años, Cyrus (Jonah Hill). Un chico que no ve con buenos ojos al nuevo novio de su madre…

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Pese a que los actores están estupendos, en mi opinión, el primer gran problema de la película está en la elección de la actriz que da vida a Molly. No voy a negar que el amor puede ser ciego, o dicho de otra manera, que hay personas que a uno le resulta imposible que puedan estar juntas, pero lo están, y permanecen juntas con total naturalidad, como si su unión estuviera predestinada. Pero esto es una película, y uno elige los acontecimientos, así que deben resultar verosímiles, no pueden suceder de una manera que solo pueda ser justificada como “es que en la vida pasan cosas así”. Ciertamente, es la excusa de los creadores vagos, de los que creen que no hay que dedicar demasiado tiempo a pensar en los personajes o en el relato, que lo importante es grabar a los actores, tenerlos juntos en el encuadre y que parezcan enamorados, manteniendo una conversación atiborrada de clichés.

Así que Marisa Tomei da vida a Molly, una atractiva soltera, cálida y radiante, que encuentra en John al hombre que buscaba. Y no es por el físico de Reilly que resulta un hecho improbable, sino por la forma de ser y el comportamiento de su personaje. Su John es muy similar al torpe, desastroso y bobalicón tipo que interpretó en ‘Step Brothers’, alguien que parece haberse quedado estancado en la adolescencia. Tras dos noches juntos, John, desesperado por agarrarse a lo que acaba de encontrar, se convierte en un auténtico acosador, y una vez que logra entrar en la casa de Molly, tras conocer y hablar con Cyrus, se queda a cenar y a dormir, como si nada. La tercera noche. Al despertar, con la misma ropa con la que llegó, no encuentra sus zapatos, y viendo que los otros tienen su propia rutina para la mañana, se marcha al trabajo en calcetines. De este tipo de personaje hablamos, por lo que no, no pega ni con cola con la Molly que interpreta Tomei.

Y aun así, uno acaba creyendo que la conexión existe y que los dos personajes deben estar juntos. Es la grandeza de contar con actores de experiencia y talento, que conocen su trabajo y sus posibilidades interpretativas, que pueden modelarse para crear personajes que, a pesar de los desaciertos del guion o la dirección, resulten finalmente coherentes y naturales. John va desprendiéndose de las exageradas capas del principio y se convierte en un personaje mucho más creíble y razonable, simpático y cercano, al mismo tiempo que se afianza su relación con Molly, que resulta ser una mujer más excéntrica de lo que parecía inicialmente, y se complica su relación con Cyrus, que no piensa compartir a su madre con facilidad. Jonah Hill encaja perfectamente en el papel, lo hace ambiguo y marciano, desde las primeras escenas uno no sabe qué esperar de él, y si esa extraña mirada esconde diabólicas intenciones. No hay que esperar mucho para comprobar que las peores sospechas son acertadas.

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La infantil rivalidad entre el novio y el hijo de Molly, que es la que más sufre, es lo más ingenioso de ‘Cyrus’, lo que la diferencia de otras comedias estadounidenses de corte independiente (que parecen todas iguales), pero los autores (firman su tercer largometraje tras ‘The Puffy Chair’, ‘Baghead’) no profundizan lo suficiente en nada de lo que proponen, y cuando por fin estalla el conflicto entre los tres protagonistas, lo resuelven de manera rápida y convencional, en lugar de ofrecer soluciones menos trilladas. Con todo, el aspecto más negativo del film es la absurda realización de estos hermanos, que parecen meros aficionados jugando con una cámara recién adquirida; hay constantes y molestos desenfoques, por culpa de unos feos zooms que no tienen ningún sentido. Además, demuestran no tener idea alguna de puesta en escena, no saben dónde situar a los actores, así que la película tiene un aire de grabación casera de lo más mediocre. Con actores tan malos como ellos, ‘Cyrus’ sería totalmente insufrible.

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