'Depredador', el hombre de barro

'Depredador', el hombre de barro
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...sangra…bestia…

- Dutch

A menudo efectúo un ejercicio suicida: acudo a la Fnac (la sección de DVD de El Corte Inglés es un caos) y me paro delante de las estanterías que contienen “cine de aventuras”. Por supuesto, dentro de ese extraño género cabe prácticamente de todo, y los que se encargan de incluir los títulos en esa sección a veces sorprenden por sus elecciones. Pero hago esto para echar un vistazo general a un centenar de títulos disponibles. Entre ellos hay historias más o menos violentas, más o menos realistas, más o menos ambiciosas. Pero muy poco, o casi nada, de nervio narrativo, de violencia salvaje pero interesante. De aventuras, en definitiva. De modo que entro en depresión pre-suicida. Pero luego encuentro títulos como ‘Depredador’, y se me pasa un poco esa oscura sensación.

Muchos directores y guionistas y productores se lanzan a hacer cine de aventuras, y son poquísimos los que logran algo decente. Muchos menos los que consiguen algo importante. A menudo se preocupan más por la escenografía, por lo externamente bonito, por la fotografía o por los estilos de moda, que por contar una historia potente de aventuras. Es decir, por electrificar la pantalla, por sorprender, emocionar, llevarnos al límite, proponer un viaje sensorial, por respetar la inteligencia del espectador, por jugar con nuestras expectativas. Por suerte, durante varios años, John McTiernan fue uno de esos directores elegidos.

Pienso que ‘Depredador’ no existiría, si pocos meses antes no se hubiera estrenado ‘Aliens’ (Cameron, 1986), que viene a ser como la gran madre de todo filme de guerra de Sci-Fi. Aquí nos encontramos, de nuevo, con un grupo de soldados que se enfrentan a un adversario formidable y desconocido, contra el que las tácticas de combate habituales nada pueden hacer, y que va a ir diezmándoles poco a poco, sin que logren encontrar una forma eficaz de defenderse. Algunos la llamaron un cruce entre ‘Rambo’ y ‘Alien’, pero no es una descripción que le haga justicia, pues creo que es un relato con autonomía y personalidad propia.

El despellejador de hombres

Una particularidad que, veintitrés años despúes de su estreno, aún sigue presente en sus imágenes, es el pasmoso salvajismo de un relato muy sencillo pero al mismo tiempo muy denso, que se aleja de cualquier coartada intelectual o moral y nos zambulle en una pesadilla muy física, casi atroz, siguiendo a un grupo de super soldados en una misión de rescate en la jungla. Por supuesto, la misión de rescate no es más que una excusa, y los misterios de la jungla (el helicóptero derribado, los cadáveres colgados de ramas y desprovistos de piel) pronto se volverán una realidad dolorosa para el grupo.

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Por eso el plano inicial es, a mi juicio, toda una equivocación. Mostrando cómo una nave espacial llega a la tierra, el espectador ya se hace una idea aproximada de qué es lo que observa al grupo y comienza a atacarles. En lugar de jugar con la ambigüedad, para luego desvelar la verdad, se vende casi todo el pescado. En cierto momento de la película, en un descanso, la guerrillera que llevan como rehén les explica alguna oscura leyenda sobre un cazador de hombres, que nadie sabe de dónde surge en los veranos de mucho calor. Hubiera sido interesante que el espectador se formara sus propias opciones sobre qué clase de criatura comienza a aniquilar al grupo, pero no estamos, precisamente, en un relato sutil.

El protagonista, el que todos sabemos que va a salir triunfador (aunque va a pasarlas canutas y va a ser una victoria muy dolorosa…), es un trasunto absoluto de Conan, el bárbaro. Y está interpretado por el actor que le dio vida en la versión de John Milius, para más inri. Creo que Arnold Schwarzenegger está muy bien como Dutch, un papel que le va a medida. Quizá sea su mejor trabajo fuera de la saga Terminator (seamos justos, interpretar a una máquina sin sentimientos no es algo tremendamente complejo…), y tiene mucho del personaje creado por Robert Erwin Howard, mucho más, de hecho, que la sosa adaptación de Milius, sólo que en lugar de espada, tiene armas automáticas.

Pero Dutch es todo lo que debería ser Conan en un mundo fantástico (que es mucho más que un musculitos descerebrado, hacha en mano): tiene carisma, capacidad de liderazgo, es un hombre de acción total muy creíble, incluso dice frases sacadas de Howard (“si sangra, puede morir”), y en general el relato está presidido por un espíritu muy conciso de aventura, que limita la historia a muy pocas horas de acción real para los personajes, como si se tratara de un capítulo breve de una saga mayor, a la manera de un cómic frenético.

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La capacidad visual de McTiernan

Hay mucho talento, y hay dinamismo en la cámara de McTiernan, a la hora de contar esta historia en la jungla, sin llegar a aburrirnos nunca con el entorno natural, si no siendo capaz de hacer que sintamos la humedad, la opresión de la vegetación, y los mil y un recovecos que pueden ocultar a un demonio invencible. Este hombre, que ahora vuelve a la profesión tras varios problemas con la justicia, es un verdadero artesano, de los varios que han aportado en Hollywood un nervio a la puesta en escena y un sentido visual más que notable, con una filmografía que incluye verdaderas joyas no siempre apreciadas por la crítica especializada, más “preparada” para alabar dramas intimistas que aventuras adrenalíticas.

McTiernan está muy dotado para la acción, pero también para el suspense y el horror, y aquí lo demuestra con creces, a pesar de ser tan solo su segundo largometraje. Hay varias secuencias que son un ejemplo excelente de lo que estamos hablando:

1. El primer ataque de la criatura, que combina acción y suspense, con una violencia brutal pero en off.

2. El segundo ataque, en el que podemos ver, por fin, un poco más directamente al adversario alienígena, como si se fuera corporeizando poco a poco, pues casi representa un miedo de los personajes cada vez más físico y real. Resultado de esta secuencia son varios planos detalle de la criatura sin el camuflaje visual, curándose a sí misma, y concluyendo con un trepanador alarido de dolor.

3. La gran secuencia de suspense que significa la muerte de Dillon (Carl Weathers), pues en ella existe una fabulosa dilatación del tiempo, y un tratamiento muy psicológico del dolor, como consecuencia física de los propios primitivos miedos.

4. El fabuloso bloque final, sin lugar a dudas lo mejor de la película, con Dutch enfrentándose al monstruo cara a cara, y pagándole con su misma moneda, el camuflaje casi total, convertido en un hombre de barro que no despide calor humano y que no puede ser detectado.

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Hay algo profundamente físico, y tremendamente psicológico, en esta película, que termina culminando en ese climax arrollador en el que el último hombre vivo, en lugar de huir, se enfrenta al invencible alienígena empleando la astucia y vengándose de su superior tecnología. Es un bloque de acción y aventura sin límites, en el que dos fuerzas antagónicas, por el espacio de diez minutos, miden sus fuerzas, y está desarrollado con ingenio y veracidad. La brutalidad de su final, con el depredador ya desenmascarado y proponiendo un combate cuerpo a cuerpo (agotadas ya todas las armas, desaparecidos ya todos los camuflajes), es absoluta, así como la extraña melancolía que se desprende de su final.

Si el resto de caracteres, a parte de Dutch, hubiera poseído algo más de entidad, si hubieran sido capaces de jugar con la ambiguedad que proponía el relato, incluso podrían haber alcanzado algo más grande. Pero fue un éxito y es película de aventuras famosa, con toda justicia. Lástima que se prolongara con una sosa secuela, y el mito se desintegrara con los penosos ‘Aliens vs. Predator’.

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