El pasado fin de semana llegó a las carteleras otra película basada en un cómic, aunque de corte más modesto que las que han arrasado en taquilla este verano, como ‘Los Vengadores’ (‘The Avengers’, Joss Whedon, 2012), la última de Batman o el reboot de Spider-Man. ‘Dredd’ (Pete Travis, 2012) vuelve a llevar a la gran pantalla al violento juez Dredd, diecisiete años después de la fallida versión protagonizada por Sylvester Stallone —‘Juez Dredd’ (‘Judge Dredd’, Danny Cannon, 1995)—.
Karl Urban —comenzó a ganar seguidores tras encarnar a Eomer en ‘Las dos torres’ (‘The Lord of the Rings: The Two Towers’, Peter Jackson, 2002) y forma parte de la rejuvenecida tripulación del Enterprise en ‘Star Trek’ (J.J. Abrams, 2009) y ‘Star Trek Into Darkness’ (Abrams, 2013)— toma el relevo de Stallone y se pone el casco del popular personaje de cómic creado por el guionista John Wagner y el ilustrador Carlos Ezquerra (español) en 1977, un despiadado y mordaz agente de la ley —inspirado en el Eastwood de ‘Harry el sucio’ (‘Dirty Harry’, Don Siegel, 1971)— en un futuro post-apocalíptico, desesperanzador y ultraviolento, con millones de personas hacinadas en unas pocas megaciudades —¿el destino de la humanidad?—. Para tratar de controlar la caótica situación, los policías son también jueces, jurados y verdugos.
A diferencia de la anterior adaptación, que se alejó del material original para montar un espectáculo al servicio de su estrella —los fans de Stallone son los únicos que la siguen defendiendo—, ‘Dredd’ apuesta por la fidelidad al cómic —un detalle significativo es que nunca vemos el rostro de Urban, no se quita el casco en ningún momento (se supone que Dredd representa la impersonalidad de la justicia)— y compensa su limitado presupuesto —escaso para las cifras que maneja la industria norteamericana, 45 millones, la mitad de lo que costó el film de 1995— con un planteamiento sencillo y eficaz. No dedica tiempo a mostrar los orígenes del protagonista, no se va por las ramas, va al grano, centrándose en mostrar a Dredd durante una jornada de trabajo particularmente intensa.
El contexto, el protagonista y sus métodos quedan explicados breve y adecuadamente en los primeros minutos de la película, cuando la cámara nos introduce en la superpoblada y corrupta Mega-City Uno y nos muestra a Dredd —con la voz de Batman— dando caza de manera implacable a tres criminales. La primera secuencia de acción, aparte de dejar en evidencia las carencias de Pete Travis —director de ‘En el punto de mira’ (‘Vantage Point’, 2008)—, sirve para presentar uno de los elementos principales de la trama, una nueva y poderosa droga; los responsables del film aprovechan la excusa de los efectos que experimenta el consumidor de la sustancia —cree que todo ocurre a menor velocidad de lo normal— para colar un puñado de llamativas escenas a cámara lenta que rompen la dinámica visual de ‘Dredd’. A unos espectadores les encantarán —sobre todo en 3D—, a otros les sobrarán; yo creo que es un acierto pero deberían durar menos.
La distribución de la droga está controlada por Ma-Ma, una exprostituta psicópata con el rostro desfigurado —Lena Headey demostrando lo bien que se le dan los papeles de villana, recordemos su personaje en ‘Juego de tronos’ (‘Game of Thrones’, 2011-2012)—. Un sangriento ajuste de cuentas lleva a Dredd hasta el inmenso rascacielos desde donde opera la banda de Ma-Ma; al protagonista lo acompaña una novata, Anderson (Olivia Thirlby), una chica con habilidades especiales —otro pretexto para distorsionar la imagen con resultados discutibles—. Cuando Dredd y Anderson arrestan a uno de los traficantes, Ma-Ma bloquea los accesos del edificio y los encierra, quedando a merced de un auténtico ejército de matones. Y básicamente, todo se resume en los dos jueces tratando de sobrevivir mientras los cadáveres se amontonan…
El aprovechamiento de este simple esquema es uno de los grandes aciertos de ‘Dredd’, que mantiene la esencia del cómic —aunque no es necesario haber leído ni una página para disfrutar de la película— y ofrece justo lo que cabe esperar de un producto de estas características: un honesto, crudo y desenfadado entretenimiento cargado de violencia —que en ocasiones recuerda a ‘Jungla de cristal’ (‘Die Hard’, John McTiernan, 1988) o la reciente ‘Redada sangrienta’ (‘The Raid: Redemption’, Gareth Evans, 2011)—. Dos importantes puntos débiles: le falta humor —o quizá debería decir que los chistes son bastante malos— y la torpe puesta en escena cuando estalla la acción —imposible saber lo que está pasando cuando Dredd se enfrenta a un tipo prácticamente idéntico a él—. Temía lo peor desde que Travis fue apartado de la post-producción y la película quedó en manos de Alex Garland —guionista y productor— pero el resultado es sorprendentemente satisfactorio.
Ma-Ma no es la ley, YO soy la ley.(Dredd)
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