'El último mohicano', la épica de lo salvaje

'El último mohicano', la épica de lo salvaje
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“Magua entiende que el hombre blanco es un perro para su mujer. Cuando ellas quieren comer, él pone su tomahawk al servicio de su pereza”

- Magua (Wes Studi) en idioma hurón

Michael Mann es actualmente un director admirado por ciertos sectores de la crítica y el público, como un hombre capaz de aunar espectacularidad, densidad conceptual y gusto por los grandes géneros o las grandes historias americanas. Personalmente, no comparto dicha admiración, pues su cine me parece, las más de las veces, epidérmico y autocomplaciente, y de la casi docena de películas que ha dirigido, la gran mayoría me deja absolutamente frío. Mann, creo yo, tiene más perfil de productor que de director, y aunque nadie le puede negar su profundo conocimiento del medio y su gran capacidad de trabajo, yo jamás le consideraría un cineasta de referencia, ni en el cine de acción, ni en sus temas, ni en sus obsesiones. Pero como ya hemos dicho otras veces, el cine es muy curioso, y directores de carreras irregulares cuentan en su filmografía con alguna que otra joya que nada tiene que ver con el resto de su obra.

‘El último mohicano’ (‘The Last of the Mohicans’, 1992) es, para quien esto firma, la película más redonda de Michael Mann, con muchísima diferencia. La hizo seis años después de su última película como director, en uno de sus paréntesis televisivos (Mann es un nombre muy importante en la televisión estadounidense), y su vuelta no pudo ser más grata y más estimulante. A medio camino entre el filme histórico, la película de aventuras y un pre-western, Mann filma con notable destreza esta adaptación homónima (que no es la primera en el cine americano) del original de James Fenimore Cooper, publicada en 1826, y una historia situada en la Guerra de los Siete Años, con las potencias que eran Gran Bretaña y Francia enfrentadas por el control de las colonias norteamericanas, en 1757. Es decir, mucho antes de la Declaración de Independencia de 1776. Un crisol de aventuras que se nutre la de épica de lo salvaje como verdadera leyenda americana.

Lo primero que llama poderosamente la atención en ‘El último mohicano’ es su cuidadísimo aspecto visual y sonoro, y la magnífica reconstrucción histórica de la que es objeto. Verdadera superproducción que echa mano de todo el poderío de Hollywood para hacerse realidad, pero que a la hora de la épica, se vale sobre todo de una puesta en escena rebosante de fuerza y de buen gusto. El encargado de hacer revivir ese tiempo pasado fue el diseñador de producción Wolf Kroeger, que ya había hecho maravillas en ‘Lady Halcón’ (‘Ladyhawke’, Richard Donner, 1985), y que cuidaría hasta el mínimo detalle varias culturas, como la europea, la iroquesa, la hurón, la mohicana… y debería reconstruir el fuerte William Henry, y de encontrar los maravillosos bosques y montañas de Carolina del Norte para aparentar lo que en verdad eran los bosques del norte de Nueva York. El operador Dante Spinotti, que colaboraría en el futuro con Mann en varios títulos, realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, con una magnífica utilización del scope para extraer de los maravillosos escenarios toda su belleza, y con un uso muy fluido de la cámara.

Ojo de Halcón y la hija del coronel

Dentro de esta historia, como en todos los grandes relatos de aventuras, laten varias historias. Por un lado la historia global, la del futuro de un país que está gestándose, en una fase muy primaria, claro. Por otro lado, la de unas etnias en decadencia prematura, las nativas. Y por otro una historia de amor que atraviesa las otras dos como un estallido incontenible: una bella y refinada mujer, hija del coronel Munro, se enamora del hijo blanco de un mohicano, por nombre Nathaniel Poe, pero al que llaman Ojo de Halcón (Hawkeye). Es mérito del guionista Christopher Crowe, y del propio Mann, que firma el libreto al alimón con él, equilibrar perfectamente cada uno de estos planos narrativos, sin que ninguno de ellos fagocite al otro, o lo desestabilice. Pero lo más interesante, al menos para mí, de ‘El último mohicano’, es su condición de cine ultra-romántico y ultra-violento, cine catártico, en el que las emociones de amor, deseo y odio vesánico se muestran en su más alta pureza, y terminan confudiéndose entre sí, como si el odio no fuera más que un amor retorcido y el deseo una mezcla de odio y de amor.

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Este filme sigue a la novela casi punto por punto en el aspecto externo, aunque mejora mucho las relaciones interpersonales. Las hace más ricas y más ambiguas, mientras que el tema de la superioridad, física y moral, de los nativos frente a los hombres civilizados, está expuesto de forma admirable y llega más lejos, es más nítido, que en la novela de Fenimore. En ese contexto, brilla con energía casi mitológica el precioso personaje de Ojo de Halcón, interpretado por uno de los mejores actores vivos, el británico Daniel Day-Lewis, al que ya hemos dedicado grandes elogios en este blog. Es muy difícil encontrar un actor actual con el atractivo, el carisma en pantalla, y la fuerza de Day-Lewis, que llevaba tres años sin participar en una película, concretamente desde su oscarizado papel en la conmovedora ‘Mi pie izquierdo’ (‘My Left Foot: The Story of Christy Brown’, Jim Sheridan, 1989). Y es imposible no creérselo como el hijo adoptivo del último mohicano. A su lado, la siempre sensual Madeleine Stowe está eestupenda a pesar de lo corto de su papel. Wes Studi, por su parte, es el Magua más feroz que quepa imaginar.

Russell Means, que debutaría en el cine con su papel de Chingachgook, un activista tenaz por los derechos de los nativos americanos, es el perfecto contrapunto a Magua, sin llegar a caer en el falso mito del buen salvaje. Es apasionante el modo en que Mann opone las astucias y destrezas de ambos contendientes, Magua y Chingachgook, en su lucha por alcanzar sus objetivos, en un crescendo que sube más y más hasta el bestial, y catártico clímax final, de un paroxismo sensorial y anímico muy notable. Pero antes hay muchas secuencias completamente hermosas y emocionantes: el largo sitio al fuerte, la melancólica rendición final, la descarnada emboscada en el bosque, la huida con las canoas río abajo, la impresionante secuencia de la cascada con su romántico final. Mann cuenta todo esto a lo grande, a lo Ford, a lo Walsh, completamente enamorado de la historia que está contando y de su oficio de narrador, sabiendo que está rodeado de un magnífico equipo de profesionales, entregándose a la leyenda.

Impacto e imagen favorita

‘El último mohicano’ es, seguramente, una de las películas de aventuras más famosas de los últimos veinte años. Su música ha sido utilizada hasta el hartazgo, sobre todo el tema principal, que no fue creado para la película. En realidad es una versión del tema ‘The Gael’, de Dougie MacLean, incluido en su álbum ‘The Search’. Ahora, la adaptación de ese tema a cargo de Trevor Jones, es uno de los que cualquiera puede identificar a las pocas notas. La película ganó un muy meritorio Oscar al mejor sonido, que es realmente formidable, aunque no optó a ningún premio importante. Era el año de un western mucho más puro, situado más de cien años después de estos acontecimientos, el genial ‘Sin Perdón’ (‘Unforgiven’, Clint Eastwood, 1992). ‘El último mohicano’ conoció bastante éxito y una recepción mayormente positiva, y evidencia que el gran cine de aventuras es todavía posible, dentro de la basura infantiloide que nos llega todos los años. Mi imagen favorita es la de Ojo de Halcón entrando en el poblado Mohawk, recibiendo insultos y golpes por todos lados, pero levantándose y continuando a pesar de todo, para hablar con el jefe Mohawk. Sólo Day-Lewis puede hacer eso y quedar creíble.

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