'Grand Piano', pequeño suspense

'Grand Piano', pequeño suspense
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‘Grand Piano’ (id, Eugenio Mira, 2012) es una película que me deja totalmente desconcertado. Una producción española, con aportación estadounidense, of course, que apuesta muy fuerte por el cine de género —uno de los obligados caminos a seguir ante la actual situación de nuestro cine—, y que se basa completamente en la puesta en escena, algo que yo siempre he defendido por encima de todas las cosas, al ser la principal herramienta de narración en el cine del mismo modo que en literatura es el uso del lenguaje, tal y como diría Douglas Sirk, quien por cierto realizó algún que otro ejercicio de suspense en su momento. Sería interesante saber qué pensaría el director de ‘El asesino poeta’ (‘Lured’, 1947) del trabajo de Mira.

No he visto el primer largometraje de Mira, ‘The Birthday’, un título ya maldito dentro de nuestra cinematografía y que cuenta con la participación del entrañable Corey Feldman. ‘Agnosia’ (2010) me parece un producto de difícil digestión, obsesionado por encontrar una determinada atmósfera pero con un guión vacío y hasta absurdo. ‘Grand Piano’ es un salto hacia delante, y en él ha tenido mucho que ver la presencia del mucho más interesante Rodrigo Cortés, productor y director de la segunda unidad de la cinta —se filmó en Las Palmas de Gran Canaria, Barcelona y Chicago—. De hecho ‘Grand Piano’ se acerca mucho al cine de Cortés, pero mientras éste parte de premisas elaboradas —aunque su última película se pierde un poco por exceso de ambición—, la de Mira parte de una idea ridícula y poco verosímil.

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‘Grand Piano’ ha sido calificada como ejercicio hitchcockiano, algo bien evidente en la propuesta, y con algunas gotas de Brian de Palma, sobre todo en ciertos momentos en los que Mira opta por dividir la pantalla para narrar dos hechos que ocurren a la vez, algo que le viene muy bien a una película económica en su duración —90 minutos con títulos de crédito incluidos—. En las películas del mayor mentiroso de la historia del cine, el MacGuffin era utilizado sin piedad para destacar lo que realmente importaba: cómo se contaba una historia, el camino recorrido era mejor que la solución o la importancia y motivaciones del villano de turno. Eso bien podría definir a ‘Grand Piano’, una película en la que lo que importa realmente es el ejercicio de estilo del señor Eugenio Mira, quien además de músico sabe bastante, o al menos aquí lo demuestra, de composición de planos, de aprovechamientos del espacio escénico y de planos secuencia, aunque éstos estén al servicio de la nada más absoluta.

Lo que ya no parece controlar tanto es la dirección de actores. Que Elijah Wood y John Cusack sean los antagonistas de la función, responde a lógicos intereses comerciales, pero ambos simplemente prestan sus rostros y ahí se acaba todo. Ante el pase fugaz de Cusack, Wood es el responsable de aguatar todo el peso de la función, pero sus limitaciones dramáticas le impiden hacerlo con convicción. No me creo ni una sola de las caras que pone el actor intentando transmitir miedo o nerviosismo. Y de la parejita del móvil ni hablemos ya, una situación a todas luces absurda resulta de forma más absurda aún y con un trabajo actoral que roza lo patético. El resto se mueve dando bandazos, sobre todo Don McManus, que no se sabe si va a dirigir la orquesta o hacer un monólogo, y la aparición de Dee Wallace supongo que se debe a motivos nostálgicos.

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‘Grand Piano’ requiere de un esfuerzo sobrehumano por parte del espectador para obviar su más que improbable argumento. Cuando las motivaciones del villano de la función, que de amenazante tiene lo que Wood de pianista famoso, son descubiertos, se comete el error de aceptar en cierto instante que el plan en sí es bastante difícil de llevar a cabo —además de risible como idea—. No sólo resulta imposible entre dos personas, sino que había formas mucho más fáciles y menos molestas para hacerlo. Pero eso es lo de menos, lo que importa son los travellings que se marca Mira por el teatro entero, algunos de ellos terminando con Wood en primer plano —me viene a la memoria ‘Concierto macabro’ (‘Hangover Square’, John Brahm, 1945), obra maestra olvidada para beneficio de Cortés y Mira—, y sobre todo la utilización de la música, obra de Víctor Reyes —injustamente no nominada a los Goya—, y con claros ecos de Bernard Herrmann, quizá la verdadera protagonista de la función, podría haberse subrayado mucho más y no habría molestado.

Tanto John Badham como Joel Schumacher sacaron más provecho en operaciones similares como ‘A la hora señalada’ (‘Nick of Time’, 1995) y ‘Última llamada’ (‘Phoone Booth’, 2002), especialmente la segunda, uno de los mejores trabajos de su director que partía de un libreto del atrevido Larry Cohen. Aquí sí, hay mucho ejercicio visual, una puesta en escena deslumbrante, pero sólo como exhibicionismo. Lo que les pase a los personajes no me importa ni lo más mínimo. Y si estamos de acuerdo en que en el arte la forma es el fondo, en este caso la forma lleva a la nada. Una oportunidad de oro en buena medida desaprovechada.

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