'Happy Feet 2', con la música a otra parte

'Happy Feet 2', con la música a otra parte
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Cuando en el 2006 nos llegó ‘Happy Feet’ (id, Goerge Miller) la sorpresa fue mayúscula para muchos. El director de films como ‘Mad Max’ (1977) y sus secuelas, nos dejaba con la boce abierta al hacerse cargo de un film de animación, alzándose ese año además con el Oscar a la mejor película en dicho campo, superando a la todopoderosa Pixar, que aquel año presentaba la muy odiada por muchos —no por mí— ‘Cars’ (John Lasseter, 2006). En cualquier caso y para quien esto firma, Miller nos brindó su mejor trabajo, un film que, aunque con algunos altibajos, era una clara muestra de emoción en el cine. Debido al espectacular éxito, una secuela era más que previsible, y con Miller de nuevo al frente, las expectativas tenían que ser altas. De esa forma la decepción puede ser mucho mayor, y así ha sido. ‘Happy Feet 2’ (‘Happy Feet Two’, George Miller, 2011) es uno de los films de animación más pobres visto en años, y evidentemente una secuela de lo más innecesaria.

Como era de esperar, el protagonista de la primera entrega ha crecido, ahora es padre y trata de entenderse con su hijo, el cual tiene enormes problemas para mostrarse al mundo tal y como es. Todo lo que se desarrolla a partir de esa más que machacada premisa no está a la altura de lo expuesto en el film original. Una aventura de mucho menor fuelle, y el mensaje ecológico tampoco podía faltar. Todo ello servido de forma aparatosa, sin nada en el trabajo de animación que deje con la boca abierta, o que sorprenda un mínimo, o sin necesidad de ello, que nos proporcione un festín visual. Miller se muestra cansado, y la realización de esta segunda parte parece responder únicamente a necesidades económicas. El problema es que la falta de pasión a veces se paga, y en este caso, el film no ha sido tan taquillero como su predecesor. Con todo hay alguna cosa salvable en ‘Happy Feet 2’.

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Una de ellas es referente a los personajes secundarios del film, muchos más interesantes que los centrales. En esta segunda entrega las fugaces, por lo poco que salen, estrellas de la función son dos cigalas llamadas Will y Bill. Clara metáfora sobre la importancia del individualismo frente a la masa popular, del ser diferente, de marcar estilo al margen de lo establecido, y el hecho de ser los primeros en la cadena alimenticia forma parte del mesanje ecológico del film, algo que ya contenía el primer título aunque mejor insertado en la trama. Will y Bill son los dos personajes gracioso, la ansiada búsqueda de algo más poir parte de uno de ellos convierte su aventura en algo mucho más provechoso que el resto del film. Las voces de Brad Pitt y Matt Damon, que prestan sus divertidas cuerdas vocales a ambos personajes, es otro aliciente más y se nota lo bien que se lo han pasado ambos en tan divertidos roles.

Para mí se acaba ahí todo el posible interés de ‘Happy Feet 2’. El resto se reduce a un trama mínima, en la que el vástago del pingüino de la primera entrega, encontrará al igual que su padre su propio lugar en el mundo. Un mundo caótico y destructivo en la que la presencia del hombre es vital. En ese aspecto Miller no juega sus bazas como en la primera entrega, en la que el hombre era tratado con suma inteligencia en una historia que trataba de advertir el mal que estábamos haciendo al planeta. La mezcla de animación e imagen real no resulta tan afortunada como antes, y al igual que muchos de los elementos del film, parece sólo diseñado para demostrar los avances tecnológicos en este tipo de cine. El problema radica en lo pobre que resulta la historia y la enorme falta de interés puesta en ella. Da igual que haya virtuosismo escénico en pantalla, el film resulta demasiado aburrido.

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En cuanto a las canciones que inundan el film, prácticamente todas resultan insoportables, algo que no sucedía en la primera entrega, que era todo un festival de ritmo y emoción en ese aspecto. Notemos como con el paso del tiempo algo que era muy habitual en un filn animado, sobre todo de la vieja Disney, ahora es algo que prácticamente parece evitarse, y es que muchas veces la inclusión de una canción rompe radicalmente el ritmo, o simplemente resulta forzado en un film que no sigue las constantes del cine estrictamente musical. Atención al instante madre/hijo separados por el enorme bloque de hielo, y ella, como toda madre, calma a su pequeñín con un canto, una canción Made in Ñoñoland, y que puede provocar espasmos cerebrales irreversibles. Así es la mayor parte de ‘Happy Feet 2’, un cúmulo de situaciones al exclusivo servicio de canciones a cada cual más horrorosa, o simplemente de las virguerías visuales que hoy día se pueden hacer.

Es una pena que se hayan gastado 130 millones de dólares en esta película; muchos otros habrían hecho dos y tres películas estupendas con ese dinero, pero lo que es una verdadera pena es que George Miller haya gastado ánimo, esfuerzo e inspiración en un trabajo de lo más anodino. Un director que ya ha demostrado más de una vez su valía no debería perderse en operaciones comerciales de esta índole. Realmente curioso vivniendo de alguien que en el pasado ha mostrado una envidiable buena mano para las secuelas. Cierto antihéroe postacpocalíptico y cierto cerdo dan buena fe de ello.

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