Bill Skarsgård va a tener un año movidito. Tras verle en los tráilers de ‘El cuervo’ y ‘Nosferatu’, visita los cines españoles este miércoles con ‘Kill Boy’ (Boy Kills World) en la ópera prima de Moritz Mohr, donde interpreta un guerrero sordomudo entrenado para derrocar una dinastía tiránica en una de las pocas películas de acción originales —que no pertenece a un IP previa— que nos han llegado a cartelera en los últimos tiempos.
Acompañan de Yayan Ruhian, de la saga de películas de acción ‘The Raid’, Famke Janssen, Brett Gellman o Jessica Rothe, tenemos de nuevo a Sharlto Copley tras haberle visto en ‘Monkey Man’, otra de acción en clave ‘John Wick’ que puede considerarse la antítesis de esta desde muchas perspectivas. Ambas tratan sobre venganza, tienen un trasfondo de revolución y al actor de ‘Distrito 9’, pero con todo el respeto por Dev Patel, su esfuerzo como director palidece frente a esta.
Sangre, humor absurdo y más sangre
Y lo hace porque su tono era serio, grave, trascendente y místico y ‘Kill Boy’ no se toma en seria a sí misma ni en sus momentos más dramáticos. Es mucho más salvaje, repleta de humor negro (y estúpido también), acción frenética y ultraviolenta que cuenta con el sello de Sam Raimi. Skarsgård hace de un joven sordomudo que ha sido preparado toda su vida para matar a la matriarca de la familia Van Der Koy, una desquiciada dinastía que tiene a toda la población sometida bajo su yugo, en una régimen fascista que tiene instaurado una especie de ritual de sacrificio a lo ‘The Purge’.
Tras la trágica infancia de Boy, vive entrenando con un enigmático chamán que le ha convertido en una máquina de matar, y en su camino se encontrará un peculiar grupo de rebeldes que desean acabar con el sistema corrupto que domina la sociedad. Una misión suicida que va desarrollándose como una comedia de errores, con héroes torpes y situaciones que podrían encajar en el humor de ‘Golpe en la pequeña China’, con un héroe improbable que a veces entiende al revés, pobre, todo lo que le dicen.
Y es que el corazón de ‘Kill Boy’ es el niño grande que representa Skarsgård, un arma viviente con la inocencia de un niño, que se imagina tener la voz del que anuncia los fatalities en una especie de ‘Mortal Kombat’ y tiene que leer los labios para enterarse de los planes, lo que consigue que el espectador se meta en su forma de entender el mundo y se juegue con una complicidad insólita en otros héroes de acción.
El legado de Quentin Deadpolino
Pese a que el recurso puede hacerse pesado en ocasiones —la película podría beneficiarse de un podado de diálogos y explicaciones que a veces se enredan sobre sí mismas— tiene sentido con el concepto general que guiña el ojo a ‘Yo y el mundo’ en su título original (Boy Kills World/Boy Meets World), con lo que lo que estamos viendo en realidad tiene algo de cine de iniciación, el rito de paso de un chico programado y entrenado desde pequeño en un combinado de escenas que recuerdan al adiestramiento de la novia de ‘Kill Bill’.
Otro guiño desde la traducción al castellano a la película de Quentin Tarantino, que demuestra aún su influencia 20 años después y que se referencia en los colores (y casco) de una enemiga, la decapitación en una comida de la aristocracia o las katanas. A veces también hay influencia de ‘Deadpool’ y otros éxitos del cine de superhéroes, pero en general no busca tanto lo chabacano y la provocación como el humor absurdo o los momentos de creatividad cafre, como ese increíble puño de hierro-pistola que enlaza con los artilugios imposibles de Ash Williams.
La secuencia del programa de televisión es una de las más divertidas del año, y no tiene que tirar de chistes escatológicos o referencias sexuales, sino que ofrece un humor más dependiente de las limitaciones del protagonista y todo lo que ha plantado la película en su primera media hora. El guion es de Tyler Burton Smith, encargado también del libreto de ‘Kung Fury 2’ y se nota hasta cierto punto que ha estado en ese proyecto, ya que comparte también cierta fascinación por los videojuegos retro.
Un tebeo en movimiento
Y es que además de las artes marciales con coreografías de peleas de Dawid Szatarski, hay una puesta en escena muy influenciada por la cultura gamer, con un uso de los 360 grados constante, variaciones con drones y montaje espídico que hace que los golpes duelan y los cortes sangren. Hay elementos de nostalgia, pero en general responden a una ensalada de referentes, amor por la serie B, el cine de videoclub y la lógica de las novelas gráficas de consumo efímero.
Mohr no tiene la precisión sofisticada de alguien como Ilya Naishuller en ‘Nadie’, pero sí ofrece una de esas alternativas coloridas al espíritu John Wick como la reivindicable ‘Gunpowder Milkshake’, con el añadido, eso sí, de algunos giros de guion bastante bien plantados y que le dan otra dimensión al entretenimiento punk y pulp desatado. Con sus pequeños baches y algún riesgo de empacho por el lanzamiento de 50 cosas a la pared, de las que se quedan pegadas 30, ‘Kill Boy’ es una gran alternativa gamberra a los grandes blockbusters de verano.
Consigue dar todo aquello con lo que no se atreven los grandes presupuestos y mantiene una factura digna de ver en pantalla grande, regada de sangre, chistes malos y el trabajo de un Skarsgård que sirve para lo que le echen, con una vis cómica de mimo adorable que nos hace empatizar con la ingenuidad letal de su niño asesino, desde su divertida preparación —esas alucinaciones surrealistas— a su magnífica pelea final, en pugna con las de ‘Road House’ para hacerse con las mejores hostias repartidas este año.
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