El origen de ‘Kill Bill’ surgió mientras Quentin Tarantino, y su fogosidad cinéfila, rodaban ‘Pulp Fiction’. Quedó prendado de Uma Thurman y quería que fuera la protagonista de su siguiente trabajo. Esbozó algunas ideas y junto a ello imaginaron una historia de venganza, de una asesina reconvertida en busca de justicia y redención. Todo quedó en un amago del cineasta llevado por la emoción de intentar rendir su particular homenaje al cine asiático al que tanto admira. Al cine de artes marciales, de kung-fu, a series de TV sobre samuráis, al exlpitation de los setenta,...
Años después, y tras realizar ‘Jackie Brown’, llegó el momento de darle forma a la idea embrionaria de una novia en busca de venganza. Y aquí Tarantino se explayaría. Intentaría lograr, ahora que podía, la máxima libertad creativa para hacer un film de acción, de artes marciales y de imponer su estilo. Acción y sangre a golpe de katana era el plato que le apetecía ofrecer y consiguió una película tremendamente entretenida, aunque dejando atrás algunos de sus principales baluartes de su estilo, para volver a reinventarse, o más bien sacar el lado más bestia tras años de “infectarse” de exploitation films.
En esencia, este es su verdadero homenaje, a un tipo de cine con el creció y que ahora prentedía dar forma con mayor libertad. Pero tampoco escapaba a la tentación de aprovechar e introducir elementos del cine de artes marciales, como prueba de fuego para un director rodando acción pura (que según ha manifestado es lo más complicado de dirigir bien). Ese era su objetivo. Creía que eso era lo que le faltaba por hacer. Y rodar acción no era fácil, pero había visto demasiado cine, demasiados duelos de spaguetti western, de katanas samuráis cercenando brazos y decapitando enemigos,… pero también del valor del honor y el respeto oriental, del sabor de la venganza sangrienta, todo regado con litros de sangre.
Uma Thurman, la novia vengativa perfecta
No podía realizar la película hasta no tener a Uma Thurman preparada y disponible, así que por eso se demoró algún tiempo en rodar ‘Kill Bill vol. 1’ a pesar de tenerlo todo pensado y preparado. Y fue un acierto. Llegó a afirmar que no podría haber realizado la película con otra actriz y, a tenor del resultado, sin duda fue lo más acertado.
Tarantino había dibujado excelentes personajes, era su fuerte, al igual que soberbios diálogos. Aquí lo vuelve a repetir, aunque quizás se explaye en su protagonista y nos deje a los secundarios demasiado desplazados, algo no demasiado habitual en su cine hasta el momento. Pero con la novia, consigue un personaje de su estilo. Aunque en esta ocasión deja paso a la sangre, la acción y el virtuosismo visual en vez de a los largos diálogos.
Thurman tiene un papel difícil, muy complejo: saltar, manejar la katana, hablar japonés, ponerle el sentido trágico y de ira para contagiar al espectador y justificar su odisea vengativa… Pero su esfuerzo y entrega deja un resultado notable.
Salvaje y violenta
Parece como si Tarantino necesitase de explayarse con un film violento. Aflorar su lado más salvaje y sangriento, pero también más divertido. En ‘Kill Bill vol. 1’ juega con múltiples referencias, como suele hacer en su cine, mezclando el anime, el spaguetti western o sus debilidades asiáticas para vestir esa violencia inusitada que despliega en el film. Y el capítulo de animación es buena muestra de ello. Soberbio trabajo para definir a un personaje de vital importancia en esta cinta.
Lo cierto es que tras ese despliegue visual y esos cuerpos mutilados manando sangre, se oculta el verdadero interés de Tarantino: explayarse con lo que guardaba dentro, emerger su lado más rebelde. Para ello nos hace acompañar al protagonista a través de su viaje vengativo, aunque vuelve a jugar con saltos temporales, en esta ocasión menos trascendentes pero nada forzados, a modo de capítulos escritos a fuego en el alma y la mente de la novia.
Y a pesar de que Tarantino sabía que le lloverían las críticas (como hasta ahora le había pasado) por el tratamiento de la violencia, tenía la necesidad de demostrar que puede tratarse con un buen gusto (estético). Con una descarada e inspirada lección de cine de género y del poder de la imagen sobre el diálogo.
Tarantino se muestra exquisito al cuidar con un detalle extremo cada escena, al que dota de su habitual catálogo de guiños cinéfilos y de claros homenajes. No en vano la presencia de uno de sus ídolos de siempre, Sonny Chiba, lo evidencia. Dándole un papel (Hattori Hanzo) que no es sino la proyección en el presente de un personaje de la popular serie televisiva de ninjas y samuráis de los ochenta ‘Shadow Warriors’, que tanto disfrutó un joven Tarantino.
Pero el director de ‘Kill Bill vol. 1’ tiene muy claro que su película quiere darle el brillo (a la par que el homenaje) a un cine de serie B que bien merece el respeto. Y en esta historia de justicia y redención la violencia es esencial, por eso está tan bien cuidada su presentación, aunque se pliegue a las convenciones del género. Sin miedo y con libertad creativa, Tarantino nos presenta cada escena de acción de un modo muy personal, siempre con su estilo: descarga la tensión previa al sanguinario enfrentamiento con miradas desafiantes y con diálogos teñidos de humor, para luego dejar que la katana siga su curso, sin que nada se lo impida.
En conclusión, y a pesar de dividir esta historia en un díptico, Tarantino demuestra su dominio y talento para el espectáculo visual. Ofrece un relato muy simple en lo argumental, pero lo viste de ópera, con minuciosidad, con respeto, lleno de homenajes (casi fetichistas), lo acompaña (de nuevo) con una música magnífica (escuchar playlist en Spotify) y logra realizar la película que deseaba hacer. Muy por encima de sus expectativas, necesitaba extraer de su interior esta película. Y muchos lo agradecemos.
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