'Los demonios' de Ken Russell, la última película prohibida

'Los demonios' de Ken Russell, la última película prohibida

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'Los demonios' de Ken Russell, la última película prohibida

De entre todas las libertinas películas de Ken Russell, ‘Los demonios’ (The Devils, 1971) es indiscutiblemente la más grande y escandalosa y además, una de las producciones británicas más significativas de los años setenta. El paso del tiempo no sólo la erige como una pieza artísticamente imperecedera, es también una obra maestra de la transgresión. El tono, prácticamente de cine de terror, la emparenta tanto con el cine de brujería y tortura como con el infame subgénero nunsplotation.

De la mano a su capacidad de provocación lleva el estigma de ser también una de las películas más censuradas de todos los tiempos. Existen al menos cinco versiones diferentes, distintos cortes infames que no incluyen la versión definitiva, con todo el metraje original, que, como tal, aún no existe. Sin embargo, la más extensa de ellas, actualmente, es la de 117 minutos, mientras que el completo se habría contado en unos 158. Comentamos la película en la versión uncut británica (la uncut americana no es tal) que incluye las dos escenas más controvertidas.

The Devils

El azote de los censores

Los demonios’ es un proyecto muy diferente a las habituales biografías modernizadas de compositores clásicos que ocupan gran parte de la filmografía de Russell. Aquellas, que eran lo suficientemente radicales, picantes y sarcásticas, no llegaron a desatar nunca la tormenta de censura de esta, con unos puritanos Reino Unido y EE.UU reaccionando ante las numerosas blasfemias en pantalla, tres años antes de que ‘El exorcista’ (The Exorcist, 1973) revolviera a la iglesia católica con sus masturbaciones de crucifijos e insultos al creador.

Basado en un caso real, en la Francia plagada de plagas del siglo XVII, Russell basó su guion en la minuciosa novela ‘Los demonios de Loudon’ de Aldous Huxley en la que se narraba la historia del padre Grandier, un sacerdote encargado de una ciudad amurallada que tomó posición contra el cardenal Richelieu, tuvo relaciones sexuales, e incluso llegó a casarse. Una monja obsesionada con Grandier se venga de él alegando ser poseída. Las monjas de su convento pretenden estarlo también, en parte para forzar la ejecución del sacerdote.

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El rodaje fue supuestamente tan salvaje y desenfrenado como la película en sí, incluso se cuenta que hubo extras cuyo comportamiento lascivo en el set dio para muchos titulares. El resultado es un frenesí tan impío que sólo en los últimos años se ha podido ver algo que se aproxime a su forma original. Recuperando la legendaria secuencia de "La Violación de Cristo" que se creía perdida. La inclinación de Ken Russell por mostrar cuerpos desnudos se desata aquí en una orgía de sexo y locura de cualidad indeleble.

Terror surreal de arte y ensayo

Los métodos de confesión para monjas y Grandier la emparentan con el subgénero de “torturas a brujas”, con un argumento con reminiscencias a ‘Dies Irae’ (1943), y gusto sadiano compartido con títulos como ‘Cuando las brujas arden’ (Witchfinder General, 1968) o ‘Las torturas de la Inquisición’ (Hexen bis aufs Blut gequält, 1970) de los años anteriores. La coherencia y la elegancia son el anverso a la propuesta del director británico, que huye de la moderación sin temor a romper tabúes y ofender lo máximo que permitía el tema tratado, cuya exactitud histórica es la última en la lista de prioridades de la obra.

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Por ello, se aprecia una naturaleza episódica en la narración, una suerte de sketches temáticos que hacen avanzar la historia pero que no pretenden cohesionar un relato como tal, sino elaborar un mosaico que también evoque el momento en que se hizo la película. Una fantasía expresionista, con sus interiores de luz claustrófóbica, casi de ciencia ficción, como un baño público de azulejos blancos o sus momentos de simetría perfecta, con esos jueces de caperuza blanca, como nazarenos del diablo y lo paisajes yermos con muertos llenos de gusanos.

Ese diseño de producción, en realidad muy moderno, denota la influencia artística de artistas como Caravaggio, que se deja notar en la corrupción de los cuerpos y la cualidad terrible de su fotografía. y, en medio de ese paisaje de autoflagelación, suicidios, llagas que son lamidas, torturas, automutilación, fosas comunes, enemas públicos y abortos, también, se mueven las magnéticas actuaciones de Vanessa Redgrave, como monja jorobada y perturbada, y de Oliver Reed, tan salvajemente desinhibidas, enloquecidas y extravagantes como la propia película.

Hay que reseñar que una especie de “secuela” anterior en ‘Madre Juana de los Ángeles’ (Matka Joanna od Aniolów, 1961) ya sirvió de precedente de monjas posesas pero, aunque la presencia del diablo es figurada, en ‘Los Demonios’ hay momentos con vómitos y blasfemias con voz diabólica que se adelantan a ‘El Exorcista’, e incluso aparece el Spider Walk que William Friedkin recuperaría en la versión del director. 'Los Demonios’ es un punto de referencia del cine transgresivo y profano, una joya oculta del género que aún sigue sacando ampollas.

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