'Men in Black 3', Nueva York era una fiesta

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Cuando el malvado Boris El Animal (Jemaine Clement) cambia el curso de la historia, el agente Jay (Will Smith) deberá salvar a su compañero Kay (Tommy Lee Jones) de su asesinato en el pasado, en la Nueva York de los 60, y deberá trabajar con su versión más joven (Josh Brolin).



Era yo un fan rendido de la primera ‘Men in Black (Hombres de Negro)’ (Men in Black, 1997) y me encontré con una pésima secuela, dirigida en 2002 por el mismo Sonnenfeld y ahora volví a la saga, en su tercera intentona, bajo el mismo director y nuevo guionista. Casi todo lo que inspiraba de dicha saga, se ha ido ya. Lo que era una fresca variación alienígena del asunto de ‘Cazafantasmas’ (Ghostbusters, 1984) de mezclar cómicos, urbanidad neoyorquina y asuntos paranormales, se había convertido en una sucesión, poco inspirada, de chistes y efectos de maquillaje.

La rara virtud de esta tercera entrega es que peor no podía comenzar. Incluso estéticamente es rara, y no porque transcurra en 1969, en fechas cercanas al viaje a la luna. Es rara porque parece una película rodada en los noventa, como si el tiempo no pasara, aunque impresione ver a un envejecidísimo Tommy Lee Jones retomando brevemente su papel.

Todo cuanto era divertido de la entrega original, ha desaparecido prácticamente. Ni la adición breve de Jemaine Clement anima la fiesta. Josh Brolin, haciendo una magnífica imitación de Lee Jones y de su gestualidad escasa, está absolutamente genial en la película.

La película está animada por Emma Thompson, en otro rol breve, y el desternillante Bill Hader, haciendo una versión alternativa de Andy Warhol en la que era humano (¡porque todas las modelos son del espacio exterior!) y además un hombre de negro infiltrado. Cuando aparece el genial Michael Stuhlbarg, interpretando a un hombre cuyos poderes hiper-cuánticos lo convierten en la versión paranoide, extraterrestre y judía del Doctor Manhattan de Alan Moore y Dave Gibbons, la película gana enteros y se hace más soportable, dado el ingenio de una idea que solamente parece explorarse en dos escenas y no en el esqueleto dramático de su historia. Toda la película, como su argumento, parece una historia de oportunidades perdidas, pero, a diferencia de los clichés, el espectador no se recupera.


Pero la película quiere convertirse en un relato paternofilial y dar una cercanía emocional a unos personajes que siempre funcionaron bien en el registro de la comedia. Por eso el último acto de la película es un esfuerzo más o menos interesante, pero absolutamente fracasado. Los efectos visuales van de lo interesante y artesanal a lo excesivo, y la labor fotográfica de Bill Pope escoge tonos monocordes, incluso en la recreación del pasado.

Es este un ejemplo de cine poco inspirado, pese a sus ocasionales toques de diversión. Si algo se ha convertido este relato de seres de otras galaxias adaptados de manera extravagante a la rutina, es en su propia (y aburrida) forma predecible y eso es lo peor que puede pasar a este tipo de películas. Mikel fue más generoso con la película en su crítica.

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