'Predestination', la mayor locura jamás realizada con viajes en el tiempo

'Predestination', la mayor locura jamás realizada con viajes en el tiempo
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‘Predestination’ (id, The Spierig Brothers, 2014) no ha conocido estreno en salas comerciales entre nosotros, aunque sí ha sido editada en DVD y Blu-ray, algo que no deja de sorprenderme en este tan querido mundo nuestro de la distribución. Pero dejando a un lado misterios insondables, lo cierto es que el film de Peter y Michael Spierig me ha sorprendido por ser el mayor atrevimiento argumental del año, con permiso del señor Nolan y su teoría sobre el AMOR. Y ha sido así porque las dos únicas películas dirigidas por los Spierig con anterioridad me parecieron productos muy olvidables.

En su tercera película vuelven a contar con Ethan Hawke, actor siempre dispuesto a participar en proyectos de lo más variopinto, en la piel del viajero de tiempo más curioso y llamativo de toda la historia del cine. Tal y como suena. Da igual todo lo que hayamos visto relacionado con la materia de los viajes en el tiempo y sus constantes paradojas. Recordemos la película que sea, firmada por George Pal o Robert Zemeckis, lo que han realizado los Spierig en ‘Predestinaion’ lo supera con creces, el mayor atrevimiento jamás perpetrado en el séptimo arte.

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(From here to the End, Spoilers) El argumento de ‘Predestination’ es una absoluta locura, juguetea sin piedad ni compasión con todos los tópicos, clichés y elementos de dicho subgénero en la ciencia-ficción. El espectador más avispado puede prever muchas de sus resoluciones, pero los Spierig pillarán incluso al espectador más experimentado en más de una ocasión, debido a un crescendo argumental en su parte final que merece únicamente un estruendoso aplauso por el mencionado atrevimiento, resultando además todo un canto a las paradojas temporales partiendo de la famosa pregunta rompecabezas “¿qué fue antes, el huevo o la gallina?”.

La película da vueltas a una premisa que explota hasta la saciedad, provocando también con ello la historia de amor más original en años, algo sugerido a modo de chiste por Zemeckis en su famoso film con Michael J. Fox, una historia que además provoca el nacimiento del origen de la misma en sí, de paso el indispensable motor que mantiene en equilibrio un universo aquejado por actos terroristas que una empresa secreta intenta impedir antes de que se produzcan —¿alguien ha dicho Spielberg en uno de sus números films más logrados?—.

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La vida —el cine— es cíclica

Ciencia-ficción, diversión, amor y acción se entremezclan, nunca mejor dicho en una película que además revela a sus directores, y guionistas, más templados a la hora de la puesta en escena, dotando de cierta sobriedad un conjunto que enloquece totalmente sólo con pensarlo un mínimo, y ahí está precisamente gran parte de su disfrute. Rizar el rizo hasta límites impensables, saliendo airoso de ello, bañándolo todo con cierto sabor a serie B, como eco de aquellos locos argumentos en los años 50, y que semejante atrevimiento resista más de un visionado y dos.

Nosotros somos nuestro propio pasado, inalterable, nuestro presente, donde decidimos, y dicha decisión nos lleva a un futuro, cambiante o no. Sólo entendiendo lo que somos, de dónde venimos y aceptándolo podremos sobrevivir, hermosa lectura que en manos de los Spierig —a los que yo les daría un presupuesto insultante a ver lo que serían capaces de ofrecernos— semeja un canto al individualismo tan atroz como alocado. Tan lejos llega la propuesta que uno navega en el tiempo cinéfilo y se acuerda de alguna que otra película dirigida por King Vidor y que concluía con un poderoso travelling en contrapicado hacia el rostro de Gary Cooper.

Aquí el travelling es frontal, hacia el rostro del viajero temporal más solitario de la historia, pasado, presente y futuro de sí mismo. Un Ethan Hawke más efectivo que de costumbre, realizando un soberbio trabajo de gestos, miradas y comentarios sutiles hacia su alter ego, al que da vida una excepcional Sarah Snook, en una de las mejores interpretaciones femeninas del año que ya acaba. Compenetración absolutamente perfecta en un disfrute como hacía tiempo no se veía.

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