'Secuestrados', postureo fílmico

'Secuestrados', postureo fílmico

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'Secuestrados', postureo fílmico

Ahora que se acerca ‘Welcome to Harmony’, perdón, ‘Extinction’ (id, Miguel Ángel Vivas, 2015), co-producción de Vaca Films –de las pocas, sino la única productora española que sabe que el camino en nuestro país es el cine de género−, me pareció oportuno rescatar ‘Secuestrados’ (2010), que no vi en su momento. La segunda película del español tuvo en el momento de su estreno cierto impacto entre amiguetes y festivales promiscuos, afectados quizá por la aparente polémica de su directo y escueto argumento y sus ¿imágenes?

Un ejercicio de estilo lo llaman algunos, un golpe directo al corazón otros. Yo lo llamo bodrio y ejercicio de prepotencia fílmica. Una filigrana de cámara que ultraja el recuerdo de ejercicios anteriores similares filmados por William Wyler, Richard Brooks o Michael Haneke, por citar algunos, con resultados mucho más perturbadores y en los que el dilema moral se apodera del espectador hasta límites insospechados. Un espectador que se supone debe ser violentado con las situaciones entre una familia y sus secuestradores, pero que debido a las piruetas visuales sin sentido termina hasta provocando momentos de comedia involuntaria.

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En conversaciones con el excelente crítico Álvaro Pita, que no quiere prodigarse más –imagino por qué, aunque pronto llegará un libro sobre Joe Dante, con el propio director participando− llegábamos a la conclusión de que un plano secuencia la mayor parte de las veces no tiene sentido, suele ser vano virtuosismo que además arremete contra la importancia vital de la mise en scene, ahogando en este caso todas las posibilidades del entorno con los actores, y delatando en algunos momentos torpeza que incluso puede ser confundida con falta de respeto a la inteligencia del espectador.

Por si no quedara claro que el chico de la mudanza del inicio, que tiene una herida en la frente –toma detallazo de guion, asombrarse es poco− va a tener que ver con el posterior asalto a la vivienda de la adinerada familia, metidos ya en el meollo se necesita toda una secuencia buscando un móvil, con la cámara siguiendo a dicho personaje que se quita el pasamontañas para que el espectador sepa lo que ya sabía hace un buen rato mientras el fuera de campo a base de gritos molesta más que inquieta. Una pena que dicho personaje sea desaprovechado según avanza el film, porque únicamente ahí existe la posibilidad de un dilema moral, absolutamente necesario en un film que pretende provocar.

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Impacto gratuito

El resto, debido a una rocambolesca pirueta final, rechaza tal posibilidad al cambiar lo que sería un verdadero impacto, con una familia llegando hasta límites impensados para sobrevivir, por la casquería pura y dura, donde importa más ser desagradable tirando de gore que incomodar con inteligencia al espectador cuestionando su moral, violentando su comodidad, amenazando su aparente seguridad. Unas cuchilladas finales preceden una canción alegre en clara sintonía con la cantidad de travellings desperdiciados a lo largo y ancho de una película en la que, al menos a mí, me importa bien poco lo que le sucede a los personajes.

Únicamente me parecen salvables los instantes del retrato familiar al inicio, con tres actores compenetrados. Tras la irrupción de los asaltantes, a los que dan vida actores totalmente equivocados –los errores de casting son un visible problema en las películas de Vivas−, la incredulidad se apodera del relato, la cámara vuela libre –ese barrido para mostrar la expresión de Manuela Vellés ante los asaltantes, violando tiempo y espacio, es de juzgado de guardia− mientras el líder y el bruto del grupo compiten por ser el peor actor de la función. Atención al instante del vigilante de seguridad. Lubitsch habría hecho maravillas con material tan desternillante.

Ni siquiera un actorazo como Fernando Cayo es capaz de dar lo mejor de sí mismo, en un tour de force que evidentemente le obliga a estar en un estado emocional al límite, pero que debe pasar por momentos tan vergonzosos como el del coche con el líder de la banda, culminando con la pantalla partida –Richard Feischer se está revolviendo en su tumba− y así evitar la tensión con una cosa llamada mon-ta-je. La casi ausencia de música es sustituida por los continuos lloros de Manuela Vellés, cual Veronica Cartwright, con quien el director, en el momento “sexual”, vuelve a violar el tiempo, anulando así el valor del plano.

El equilibrio ético/estético simplemente no existe en ‘Secuestrados’, una película para estómagos fáciles de impresionar –del violento prólogo mejor ni hablar− y poco exigentes. Yo aún me parto con Cayo soltando un “¿eh?” ante la estúpida declaración de intenciones del secuestrador en el coche.

‘Extinction’ es aún peor.

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