'Shakespeare in love (Shakespeare enamorado)', bien está lo que bien acaba

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William Shakespeare (Joseph Fiennes) es poeta y es intenso y es un hombre enamorado. De Viola (Gwyneth Paltrow) que saca al dramaturgo de su bloqueo y éste empieza a escribir la mayor de sus obras, protagonizada por un tal Romeo, anunciada como una comedia….

Yo quería amar ‘Shakespeare in love (Shakespeare enamorado)’ (id, 19998) porque, de hecho, me lo paso muy bien viéndola excepto en su inverosímil último acto. ¡Pero qué forma de atesorar inverosimilitud tras un recorrido tan didáctico! En fin, la película es divertida, puede verse en pareja, permite a los no shakesperianos sentirse muy isabelinos y ése es un milagro del cine: disimular la ignorancia con más ignorancia, pero aparatosa y con pequeños detalles perfectos para revestir de conocimiento la anécdota.

El caso es que esta película presenta a un personaje llamado William Shakespeare quien es, evidentemente, su criatura, Romeo, y es, también, una versión muy divertida del libreto de Marc Norman y Tom Stoppard (este último aporta su cáustico sentido del humor en muchas de sus escenas).

William Shakespeare, el personaje de la película, está encarnado por un atractivísimo actor británico, Joseph Fiennes y no es torero, pero es poeta, y no es rompecorazones, pero de versos va sobrado, y no es un toro enamorado de la luna, pero si es un patán en brazos de Afrodita. Pues eso, amigos mío, es este Shakespeare: un hombre que si pudiera bailaría salsa y soltaría rosas en el escenario, tal es su grado tremendo de afectación y soltura en el verso iámbico, la hipérbole, la lírica.

La película, como habrán adivinado, se esfuerza en fingir que va sobre como Shakespeare escribió una de sus obras maestras, cuando propone, por supuesto, un juego de espejos y un amor prohibido. ¿La parte más feliz? Aquella en la que sus guionistas reescriben ‘La duodécima noche o lo que queráis‘, no por casualidad la obra cuyo final (in)feliz empieza a narrarse. Ver a la musa convertida en actor que pasa por actriz mientras la compañía enloquece está en lo más divertido.


Colin Firth, mientras tanto, se asegura de ser un inglés muy desagradable (es duque, es malo, es un machito represor: da risa y lo consigue) y Judi Dench borda a una reina Isabel que por ser es hasta magnánima y generosa, y permite una catarsis final fácilmente inverosímil. Uno pensaba, uno sospechaba, uno se fiaba de la genitalia tremenda de los caballeros ingleses de esa época y resulta que sus flamantes ardores los resuelva la reina en un plisplás.

En mitad del metraje, para regalo de los amantes del dramaturgo inglés, aparece un genial Rupert Everett como Christopher Marlowe, el autor cuya influencia es la más palpable en el genio tremendo de Shakespeare. Antes de morir, da presto ideas argumentales brillantes para Romeo. Otro momento genial, no tanto por su uso dramático como por su uso literario, estrictamente: Shakespeare superando la muerte de su maestro y esta obra como primera tentativa de ello. De hecho, fue así, más o menos, con lo cual podemos decir que la idea resulta francamente diveritda.

¿Problemas? Todos en John Madden, realización televisiva a go-go. Escenas de sexo sacadas de una cinta de erotismo de playboy, desmelenes en palacio que ni en el subproducto más infame televisivo que transcurra en esos pasillos, espectaculares trabajos de producción (Martin Childs) y vestuario (Sandy Powell) que quedan desaprovechados por el talento parco de su cineasta.

¿Y los actores? Ben Affleck es un actor cretino, con presencia y ego, toma su nombre de una figura de la época (Ned Alleyn basado en la figura de Edward Alleyn), y Geoffrey Rush es un pícaro gestor del que, claro, es imposible adivinar su origen más o menos real. ¿Mi sueño? Indudablemente esta idea me parece muy divertida.


Paltrow está mucho más convincente y variada que Fiennes, quien encarna a un personaje llamado Shakespeare como si fuere el Chayanne de la retórica y uno, que no duda del ardor de un escritor de sonetos tan talentoso, hubiera esperado, también, sabiduría, ingenio, cerebro más allá de lo atractivo. Pero no, no sucede, y claro, me duele Inglaterra. La obra termina bien o sea, mal, pero el genio pare la historia de los amantes y todos contentos. Se nos ha escrito la historia al fin, sin sofocos.

Pero yo no la sueño aplicada ni en Cervantes o en Lope de Vega, tampoco en Quevedo. Yo creo firmemente que un Paquirrín in Love, todo juego de espejos con las revistas del corazón y la historia flamenca de una madre cantaora y un marido torero es ya un futuro clásico del cine, pero pocos harán caso de mi sugerencia.

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