'Shame', polvo somos y en polvo nos convertiremos

'Shame', polvo somos y en polvo nos convertiremos
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A Steve McQueen —director de la impresionante, e inédita por estos lares, ‘Hunger’ (2008)— le falta muy, muy poco para terminar de encontrar el perfecto equilibrio ético/estético y convertirse en uno de los realizadores más interesantes y arriesgados del panorama actual, capaz de ir a contracorriente en un arte que cada vez tiende más peligrosamente hacia el consumo y olvido rápidos. Hace algo más de dos meses nos llegó su segunda película, ‘Shame’ (id, 2011) sumida en medio de la expectación creada con el miembro viril de Michael Fassbender, que en el film sale como vino al mundo, provocando incluso bromas de dudoso gusto en la entrega de los Globos de Oro por parte de un guasón George Clooney. Por otro lado el film ha sido vendido como la radiografía de un adicto al sexo.

Sólo con esos dos elementos llega para atraer al espectador a las salas, movidos por el morbo de ver una polla —vamos a llamar a las cosas por su nombre— y a un actor conocido en explícitas escenas sexuales. Ese morbo siempre existirá, el ser humano es así por naturaleza, y me encantaría ver las caras de aquellos que se acercaron al cine a ver lo que parecía un film casi pornográfico sobre el motor de la humanidad, y se encontraron con un film visceral, intimista y poco conciliador, arrebatador en su profunda y calculada tristeza, con un personaje con el que resulta vergonzoso identificarse —si, he dicho identificarse, también puedo decir empatizar—. Al igual que ‘Hunger’, otra patada de verdad en la mismísima cara, por no decir otro inspirado lugar de la anatomía humana.

shame mulligan

(Spoilers). Y es que ‘Shame’ es una de esas extrañas y fascinantes películas que posee una peculiaridad que queda reservada para unas elegidas obras de arte: se queda merodeando en la cabeza, durante días, semanas si cabe, invitando a descifrar sus imágenes, a adentrarse en sus recovecos argumentales, a rellenar los huecos que McQueen sugiere intencionadamente, y a dejarnos llevar en la medida de lo posible por el torrente de emociones que en sí supone el film. Todas ellas alrededor de la vergüenza del título, una vergüenza que lleva al dolor, en un personaje abocado a sobrevivir sin vinculaciones emocionales que casi parecen impostadas en una sociedad consumista, fría, superficial y llena de prejuicios morales que apresan sin compasión a todo ser humano. Brandon Sullivan (Fassbender) intenta escapar a ello con la mejor de las adiciones: el placer a través del sexo. Un sexo —¿liberador?— sin lazos afectivos, animal y salvaje. Puro. Básico.

Las primeras imágenes de ‘Shame’ nos muestran la vida sin complicaciones aparentes de Brandon. Una magistral secuencia en un vagón de metro nos habla de una de las grandes peculiaridades del personaje, es un depredador. Con sólo un juego de miradas se produce una de las escenas más sensuales y eróticas del film, y sin un desnudo físico. Ahí es donde McQueen deja todo en manos de un Michael Fassbender arrollador, que con solo sus gestos faciales es capaz de seducir a una piedra, valga la expresión. Su presa, una morbosa rubia que parece no sólo aceptar el juego, sino disfrutar con él, se pierde entre la multitud mientras Brandon la busca con ansia. Brandon tiene hambre. Es un adicto. Paralelamente comprobamos el quehacer diario de un personaje, en el que su adición queda patente en las dos formas de sexo más frías posibles: la pornografía y el sexo pagado. Esta aparente tranquilidad es trastocada por la llegada de su hermana, de la que sabemos por mensajes telefónicos, inteligentemente insertados en la acción.

shame sexo

Es entonces cuando en ‘Shame’ se produce todo un punto de inflexión que nos llevará al drama. Carey Mulligan —que añade otro rol de chica frágil a su filmografía—, dando vida a Sissy, la hermana de Brandon, interpreta una escalofriante versión de ‘New York, New York’, secuencia en la que McQueen vuelve a dejar todo en manos de un Fassbender inmenso, en cuyo rostro, de ojos llorosos, sentimos un pasado tormentoso que jamás conoceremos de verdad, pero con el que McQueen se atreve a retar nuestra imaginación. Una hermana que reclama el cariño de su hermano, y este rehuyendo de ello, incapaz de tener una conexión emocional no sólo con ella, sino con cualquiera —determinante el momento en que Brandon no “cumple” con una compañera de trabajo, por existir un cierto apego, para acto seguido tener sexo con una prostituta—, y que le hará descender a los infiernos de su adicción, a lo que mejor sabe hacer para huir de una vida “normal” que no desea —al respecto cabe citar la conversación de Brandon con la citada compañera de trabajo en un restaurante, donde confiesa no creer en la vida en pareja—, una relación que queda resumida en la demoledora frase “No somos malos, venimos de un lugar malo”.

En ese descenso McQueen huye de la narrativa clásica, en realidad lo hace durante todo el film, alcanzando el clímax en ese tramo. Tal y como comenta mi compañera Beatriz en su crítica, McQueen parece detener el tiempo alrededor de sus desolados personajes —atención a cómo McQueen deforma la figura de Brandon mediante desenfoques que convierten su rostro en casi una calavera, o mediante reflejos en cristales, mientras que al resto de personajes no—, marcando así el dolor y la angustia de los dos hermanos. Un viaje en metro, un episodio en un bar donde Brandon liga con una chica —llama la atención la expresión de ella, dispuesta a sucumbir ante el irresistible magnetismo de un seductor nato—, un encuentro homosexual en lugares turbios y oscuros, un trío salvaje y como colofón una mirada final de Fassbender a la cámara —bien podría ser la del propio director, ya que es su película—, al espectador, suplicando tal vez ayuda. Una mirada llena de dolor y desesperación, y que entronca con la mirada final de Brandon en el metro a la misma mujer del principio. Todo es cíclico, todo vuelve a empezar y McQueen juega una vez más con nuestra imaginación.

Shame interpretación

Mucho se ha hablado ya de la más que impresionante interpretación de Michael Fassbender, sin duda el actor del momento. Pero quiero señalar una secuencia en concreto, se trata del instante de la fotografía de arriba en el que el jefe de Brandon —papel interpretado por el televisivo James Bagde Dale— le recrimina tener el portátil lleno de porno duro. Atención al plano. McQueen sitúa la cámara un poco por debajo de Fassbender y este expresa con su cuerpo casi abatido la vergüenza de haber sido descubierto su único placer en esta vida. En ese momento está más desnudo que nunca, y su jefe, que hasta ese día era también un compañero de juergas, se convierte en un hipócrita que osa además juzgar a otro ser humano. Brandon, que siempre se ha comunicado con su cuerpo más allá de las palabras, lo expresa todo con esa pose. Su lástima, su decepción, su distancia emocional y finalmente su conformismo. Una interpretación muy matizada y sentida de un superviviente —algunos le ven como un enfermo, algo que creo es un error— y que no obtuvo ni una nominación al Oscar. Eso sí es una vergüenza.

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