'Superman', épica, grandiosa y perturbadora

'Superman', épica, grandiosa y perturbadora
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Ahora que no hay año en el que las grandes sucursales de bancos de Hollywood, llamadas productoras o majors, no estrenen varias películas basadas en algún cómic de superhéroes (o sin superhéroes, mientras sean cómics…), con la esperanza de recaudar un buen dinero en la temporada veraniega, y leyendo las noticias sobre el venidero proyecto de recuperar al mítico personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1932, he aprovechado para revisar la película original, que se filmó allá por 1977, después de un interminable baile de nombres para escribirla, dirigirla y protagonizarla, y que se estrenó en 1978 con un fenomenal éxito de crítica y público que hizo que el interminable rodaje y la dantesca postproducción valiesen, y de qué forma, la pena. Es decir, ‘Superman’ (‘Superman, The Movie’) se hizo realidad mucho antes de que la mentalidad de los blockbusters y la revolución digital se hicieran con el cine de aventuras norteamericano, porque quizá la película de Donner fue la última gran producción de estas características filmada con las migajas del gran cine espectáculo del Hollywod de antaño (el mejor para este tipo de proyectos) del que ahora no queda ni la sombra.

Recuerdo perfectamente ver esta película con muy pocos años de edad, y recuerdo verla una y otra vez, cautivado. Esas sensaciones se han mantenido a lo largo de las décadas, y ahora, que la he vuelto a ver, son idénticas, cuando no aún mayores. Hay algo en esta maravillosa película que te hechiza. Perfecta fusión de cine sci-fi, fantástico, aventurero y épico, dirigida por un Richard Donner pletórico a lo Hawks, a lo Ford, a lo Lang, que se cree la historia y se zambulle en ella como pocas veces he visto yo en el cine de las últimas décadas. Porque ‘Superman’ quizá no sea, tal como le explicara Bill a Beatrix Kiddo en ‘Kill Bill, vol. 2’ (id, Quentin Tarantino, 2004), el cómic mejor dibujado, o sencillamente el mejor cómic, pero su mitología es única. Y de mitología (y de mítica), el filme de Donner anda sobrado, pues exprime al máximo, en sus dos horas y veintipico minutos de duración, el espíritu de la historia original (algo que, a tenor de algunas adaptaciones, no es tan sencillo como pareciera), pese a alterar o modificar algunos caracteres, rasgos que terminan jugando a favor suyo, pues otorgan, si cabe, mayor emoción a la que seguramente sea la mejor adaptación de un superhéroe que se haya hecho jamás.

Y es que la palabra emoción, y sus variantes, resultan inevitables si quiere uno realizar una reflexión, por muy serena que se pretenda, de la quinta película como realizador cinematográfico de Donner, un director que podría haber sido realmente grande, si hubiera sabido mantenerse ajeno a las presiones y a los cantos de sirena de una industria que ha terminado por provocar su adocenamiento en la extensa nómina de realizadores profesionales que trabajan allí. Desde luego, talento no le faltaba. En ningún momento llegas a plantearte que otros directores barajados para sentarse en la silla de director (como Spielberg, Lucas, Friedkin, Coppola, Peckinpah, Lester…) hubiera podido hacerlo mejor que él. Llegó al punto de reescribir (no acreditado) gran parte del enorme guión elaborado por Mario Puzo, tal fue su implicación en el proyecto. Lo cierto es que el guión, sobre la película, es magnífico. Nada sobra y nada falta en su implacable progresión dramática, que otorga a cada capítulo una gran importancia emocional y psicológica, y que termina funcionando al nivel de una sinfonía sobre la conquista del propio destino, y sobre la posterior lucha contra el mismo destino del mundo y, si cabe, del universo. Porque en última instancia esta historia te habla sobre el universo como el marco donde todo es posible, otorgando al espectador la perspectiva de un niño.

El huérfano titán

“Esto no es fantasía, ni el producto de una imaginación descabellada”

Dicen que la verdadera patria de una persona es su niñez. A esa niñez regresamos cada vez que comienza ‘Superman’. Las primeras secuencias, en Krypton, son de una grandiosidad épica indescriptible. Realmente asombra hoy día, tanto tiempo después, la prontitud conque el relato se hace creíble, con un planeta helado en el que prospera una raza de aspecto humano, tecnología avanzadísima y valores humanos y morales mucho mayores que los nuestros, los cuales sin embargo no les salvaguardan de una inminente destrucción. Sólo Jor-El (un imponente Marlon Brando, que se vengó del ninguneo al que le había sometido Hollywood tantos años, y exigió una brutal cantidad de dinero por aparecer diez minutos…), que actúa como el profeta al que nadie escucha, es capaz de adivinar el apocalipsis y envía a su hijo recién nacido a la Tierra para qe sobreviva. Imposible no sentir un escalofrío y una inyección de adrenalina cuando la nave en la que viaja el pequeño Kal-El se eleva en el último segundo, ante la resignada mirada de sus padres. No cabe comienzo más inolvidable para esta aventura

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Pero esta travesía por el universo, y posterior ingreso en un mundo que vamos a observar en ocasiones a través del prisma del extraño, del otro, va a ser de todo menos edulcorada, aunque nos imaginamos que, a grandes rasgos, acabará bien. Pese a una visión vitalista y luminosa del mundo, ‘Superman’ alberga en su seno no pocas ideas, imágenes y sonidos perturbadores. Es decir, se aleja mucho de una concepción liviana del héroe, y se adentra con vigor y convicción en sus miedos y debilidades, porque esa era la manera más humana de construir a un héroe tan grande. Me refiero a detalles que ya en mi infancia me inquietaron enormemente, y que aún hoy lo hacen, como la prisión en la que se encierra a los tres villanos que veremos en la segunda parte, la aceptación del terrible final por parte de los padres del héroe, o la música que acompaña el descubrimiento del cristal verde. Que Clark descubra lo diferente que es de todos los que le rodean, que pierda a su padre tan pronto, y que encuentre el crucial cristal verde en el interior de la nave, tiene mucho de imagen onírica en la que un joven se enfrenta a sus miedos, que no son otra cosa que descubrir lo que es capaz de hacer. Así mismo, su penoso viaje hasta el polo norte, la construcción de la fortaleza, y la última charla con un recuerdo de su padre (al modo de un ubicuo Oz), poseen el aire de un viaje bíblico, como un mesías cósmico que por fin comenzase a andar.

Y aunque el posterior desarrollo de sus aventuras en Metrópolis (que viene a ser un Nueva York maquillado) puede inducir a creer que es “una más”, lo cierto es que hurga con gran sensibilidad y expresividad narrativa en el mito del héroe universal, en la necesidad de creer y de sentirse impulsado por un ser superior, y en la conexión e interdependencia de todos los seres humanos. Porque los avatares que Superman/Clark Kent vivirá y sufrirá en Metrópolis, su historia de amor con Lois Lane, sus problemas laborales en el Daily Bugle Planet, su encuentro con su némesis Lex Luthor, todo ello se erige como un espejo en el que los espectadores, bajo el punto de vista de Superman, pero sintiéndonos identificados con los frágiles humanos, nos vemos reflejados a nuestro pesar, como una raza imperfecta pero digna de ser salvada de sus errores. La impresionante secuencia del helicóptero, de planificación y ritmo perfectos, la preciosa secuencia romántica en la que Superman se lleva de paseo por las nubes a Lois, o el terrible y consolador climax final, en el que Superman lleva a cabo un acto tremendamente irresponsable, en contra de lo que se le ha inculcado, sitúan a esta película muy por encima de otras propuestas similares.

Todo elllo, también, gracias a un formidable casting en el que nada chirría, y a un equipo entregadísimo de profesionales. Christopher Reeve se hizo con el papel por delante de muchas estrellas, y hoy es imposible imaginarse a otro con el traje. Gene Hackman da vida a un Lex Luthor un poco más bufo de lo que es habitual en el original, pero con su talento lo hace completamente creíble. La malograda Margot Kidder es una Lois llena de vida y de espontaneidad. Por lo demás, la formidable fotografia de Geoffrey Unsworth, que moriría un año después durante el rodaje en Francia de ‘Tess’ (id, 1979), el ajustado diseño de producción de John Barry (no confundir con el músico), que también moriría un año después, o la música de John Williams (una obra de arte en sí misma, que fue de lo último en realizarse, aunque parece que las imágenes están compuestas al son de esa partitura…) terminan por redondear una joya que se mantiene firme como una roca pese al transcurrir de las décadas y de las películas.

Conclusión e imagen favorita

Formidable película, verdadero canto del cisne de las grandes producciones de Hollywood hechas con talento y pasión, más allá de la voluntad de grandes artistas esporádicos. Creo que su fama y su prestigio se mantienen intactos, y es que es una de las pocas veces en que la nostalgia no es mayor que el cine que se ve en pantalla. Mi imagen favorita es la del fracaso y posterior arreglo cósmico de Superman. Ver al héroe sentir la pérdida por sus limitaciones, y verle capaz de desafiar las leyes de la naturaleza y del destino para darle la vuelta a la historia, me emociona profundamente.

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