'Terminator 3: la rebelión de las máquinas', un desperdicio de tiempo

'Terminator 3: la rebelión de las máquinas', un desperdicio de tiempo
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Con motivo del inminente estreno de uno de los probables blockbusters de este verano, la cuarta parte de Terminator, cuyo relato primigenio imaginara el gran James Cameron hace nada menos que veinticinco años, me he acordado, en mala hora, de la tercera parte (por decir algo) de esta franquicia, una más que los lumbreras de Hollywood han terminado por destrozar. Tras la grandísima sorpresa, allá por 1984, de uno de los títulos cimeros de la ficción científica, Cameron agrandó aún más aquel mito inolvidable con una segunda parte que era, en parte, un remake que la renovaba, siete años después. Ahí debió quedar todo.

Pero claro, no está el horno para bollos. Y no es que los “guionistas de Hollywood” (ese abstracto grupo de personas de los que medio mundo nombra a la madre, y no precisamente para santificarla, como si alguien les obligara a ir a ver ‘Watchmen’...) estén sin ideas. Allí hay muy buenos guionistas. Lo que pasa es que eso de arriesgar, pues como que ya no se estila. Y no estaban dispuestos a dejar ahí la saga, cuando podían seguir llenando la caja registradora. Además, los derechos ya no los tenía Cameron, o sea que podían hacer lo que les viniera en gana, ¿no?. Y tanto que lo hicieron. Pocas veces en el cine de ficción científica se ha visto una tal carencia de imaginación y talento.

Tenía yo una cierta esperanza en Jonathan Mostow, un realizador avezado, como demuestran la estimulante ‘Breakdown’ (en la que conseguía sostener con no poca habilidad los resortes del suspense), y la brillante ‘U-571’, una notable película bélica, en la que destilaba la precisión y la sobriedad de los clásicos. No lo tenía nada fácil, asumiendo las riendas de un relato que Cameron había cerrado por todo lo alto. Pero sí que tenía bastante fácil entregar un producto medianamente divertido, medianamente intenso, con algunas buenas ideas, con acción y dinamismo. ‘Terminator 3’ no tiene absolutamente nada de eso. Ni una idea, ni una secuencia memorable. La nada.

Bajo mi punto de vista (que como su nombre indica, es absolutamente subjetivo, y a mucha honra) ‘The Terminator’ (1984) es una de las dos o tres más hermosas y terribles películas de ficción científica de la historia. Y ‘Terminator 2: el juicio final’ (1991) es una de las experiencias sensoriales y puramente cinemáticas de la historia, además de un relato sombrío y conmovedor. Y ‘Terminator 3’ es una de las peores películas de lo que llevamos de década. No sólo es indigna por coger esa historia y darle una vuelta de tuerca infame, sino que es infantiloide y risible. Vamos por partes.

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Sarah y John habían destruido la posibilidad de que tuviera lugar ese siniestro futuro, destruyendo tanto el chip que daría vida a Skynet, como el chip del exterminador, para quedarse tranquilos. Pero el futuro ahora no se puede evitar. Me parece bien, pero si la guerra contra las máquinas es imparable, es lícito preguntarse qué esperaban conseguir las máquinas asesinando a Sarah o a John, ya que el futuro no se puede cambiar. Y sobre todo qué espera conseguir el T-X asesinando a Kate Brewster (con el talento que tiene Claire Danes y está completamente desaprovechada), o a los lugartenientes. Vale, de acuerdo, aceptamos barco. Como dicen algunos lectores cuando les tocan la fibra: “no le des tantas vueltas a la trama, hombre”. Está bien.

Hablemos entonces de la formulación de este relato, de su puesta en escena. Cojamos cualquier imagen o momento en los que no haya una explosión, o un centenar de balazos y la sosería y la impersonalidad campan a sus anchas. Eso no es lo peor. Lo peor es que cuando hay persecuciones o peleas, a la sosería la sustituye la incompetencia y a la impersonalidad el aburrimiento. ¿De verdad este director es el mismo que nos contó cómo un submarino alemán se sumergía en el último segundo para no colisionar contra la quilla de un destructor? Se frota uno los ojos de incredulidad. Para que luego digan que cualquier mindundi puede coger una gran superproducción y hacer lo que le pase por la cabeza. Eso no es así. Hay que tener tantos redaños y coraje en una superproducción como en una modesta. Las dificultades para lograr una buena película son las mismas, sólo que con diferentes nombres.

Una persecución es algo más que miles de dólares desperdiciados destruyendo objetos urbanos. Hace falta algo de lo que hablábamos hace poco, ritmo, y que aquí, como todo lo demás, brilla por su ausencia. La horrenda secuencia de la persecución del camión, que intenta emular a la de la segunda parte, es un interminable catálogo de destrucciones sin sentido, que acaba provocando dolor de cabeza y que queda muy lejos de la proeza lograda por Cameron en la famosísima y legendaria secuencia del camión y la moto por los canales de L.A. Y como esa, todas las demás. Sin gracia, sin ingenio. No es cuestión de atacar la película simplemente porque sí, sino de describir como se puede lo que hay.

Arnie está sencillamente bochornoso repitiendo en el papel más famoso de su carrera, que debió abandonar en 1991, en el apogeo de su físico. Ahora parece una momia a punto de derrumbarse. ¿Se ha fijado el lector que no echa ni una carrera en toda la película? No sé el resto, pero yo a una película de acción le pido algo llamado “fisicidad”, que otorga verismo e intensidad a la acción. Sin ella, apenas quedan tiros y explosiones. Para remate, sus diálogos se esfuerzan por una ironía y comicidad que no funcionan en ningún momento. El mito del terminator ya había realizado el viaje de ida y vuelta, de villano a héroe, transformado por una amistad que en manos de otro director hubiera quedado ridícula, pero que se veía confirmada por la sensibilidad del director. Ya no hay más viaje posible para este personaje. Regresar a él supone deformarlo, estrangularlo, como así ocurre aquí.

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Pero yendo en un calamitoso “más difícil todavía”, Mostow y sus colaboradores inventan el T-X (también tiene coña el nombre) encarnado por Kristanna Loken, una vuelta de tuerca al T-1000 escalofriante de la segunda parte. Ahora no sólo es de metal líquido (y está como un tren), sino que además puede transformar sus extremidades en armas, cosa que el anterior adversario no podía hacer. Me quito el sombrero ante tanto ingenio. Todo ello para contarnos el devenir del juicio final, en un crescendo insatisfactorio porque no logra aunar todas las líneas narrativas y emocionales de forma concisa. En otras palabras, nos importa un comino el fin del mundo, y lo que le pase a los personajes. Es imposible involucrarse con ellos.

Habrá quien quiera ver gran cine de acción en este intento demencial de Arnie por regresar a la primera línea de los actores más cotizados del mundo. No es mi caso. Al final, en ese búnker, queda un tufillo a secuela rancia y prescindible tipo la cuarta parte de ‘El planeta de los simios’. ‘Terminator: Salvation’, que se estrena en menos de un mes en todo el mundo, lo tiene muy fácil para subir algo el listón. Aunque mucho me temo que tampoco será una maravilla. Iremos a verla sin prejuicios. Pero Cameron sólo hay uno, desgraciadamente.

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