El cine prescindible

El cine prescindible
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Se aborda poco la indiferencia en la experiencia cinéfila. La cinefilia es siempre una pasión, por el cine y sus mitos, por algunos de sus directores, por, tal vez, sus más elevados triunfos cinematográficos. ¿Pero qué sucede con el tedio, el aburrimiento y la indiferencia?

El cine prescindible es, de hecho, la mayor parte del cine que vemos en nuestra vida, al menos durante una parte sustancial, cuando el cine es, y no importa la edad si no el momento y la ocupación, un escapismo ineludible. En esos momentos, surge la idea. La idea de ver una película olvidable, sin mayor motivación aparente.

Comienzan los títulos de crédito. No hará falta mayor elaboración, ni tampoco reconocer la serie de movimientos (planos de grúa, situación convencional, un asesinato) para convencernos de ello: es una mala película. No hace falta tampoco que su presupuesto sea reducido, que sea una película para televisión.

Aunque podría serlo, claro. Y de no serlo, de ser un caro entretenimiento hollywoodiense, no hace falta siquiera complicidad con las estrellas. Pero ¿no vivimos en el cine prescindible? ¿Realmente por qué no empezar a hablar de cine desde el cine prescindible?

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Propondré aquí con modestía una buena razón para ello. El cine prescindible no solamente nos sirve de comparación continuada y fiable para reconocer aquel que se nos hace olvidable. El cine prescindible también se recuerda. No en intensidad, tal vez, pero si de un modo menos exaltado.

Y ésa es la luz del cine prescindible. Una luz meramente analítica, no necesariamente pretenciosa. Reconocemos las historias y las aceptamos. Somos conscientes de lo deshechable, pero nos fijamos en aspectos que, a fuerza de no resultarnos nuevoss, algún merecimiento han de tener.

En el cine prescindible, empezamos a escarbar el criterio. No deberíamos mencionarlo tan a la ligera.

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