Vamos todos a ver ese mono

Vamos todos a ver ese mono
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Por fin pude ir a ver el King Kong de Peter Jackson, y no sólo no me decepcionó, me pareció una gran película, como hacía tiempo no había visto en su género. Coincido totalmente con la opinión de mi compañero Antonio, y es que el film, entretiene, divierte, y sobretodo emociona.

La relación entre King Kong y Naomi Watts es de una química asombrosa, perfecta, repleta de belleza. Sin duda lo mejor de la película, aunque el motivo de este post, es otro, y ya me estoy desviando del tema.

Ayer, tuve la gran osadía (mejor dicho no tuve más remedio) de asistir a la sesión de las 18:30 h, y ya se sabe, un sábado, es realmente arriesgado. En un inició pensé que había tenido suerte, porque me tocó, la primera fila del anfiteatro, en pleno centro, y quedando apenas cinco minutos para empezar, no tenía casi nadie a mi alrededor.

Inocente de mí, no se me ocurrió pensar, que lo de llegar puntual al cine, ya no se estila. Así que a mitad de los trailers, empezó a llegar más gente, con los abrigos, las palomitas, las bebidas, las bolsas de chucherías, las bufandas, y en lugar de acomodarse discretamente, nada, como si estuvieran en el comedor de su casa, debe ser que con tanto Home Cinema, pues la gente ya no distingue. Un niño de atrás, comenzó a gritarle a su padre, porque se le había caído la bebida, y a oscuras no la encontraba, tardó todo un trailer más, creo que el de la nueva película de Sam Mendes, del que tampoco pude enterarme de nada.

Pero lo peor no era lo que chillaba el niño, que finalmente empezaba a llorar, a la vez que aparecían las primeras imágenes de la película, es que encima el padre, le echaba la bronca a todo pulmón, recriminándole la vergüenza que le estaba haciendo pasar, en un acto de surrealismo extremo (y no reproduzco sus palabras, porque realmente, me da mucha vergüenza).

Antes de que me arruinaran la película, me cambié de sitio, al extremo izquierdo, donde por suerte no había nadie más, eso sí, sin dejar de oír un murmullo constante en toda la sala, que gracias al impresionante volumen de la película, al final, se hizo soportable.

Y así transcurrió la película, durante una hora y media, hasta que llegó el intermedio, del que al comprar las entradas no constaba ningún aviso. El momento ideal para que todo el mundo salga otra vez a comprar, a atiborrarse de regaliz, o de lo primero que pillen, y vuelvan otra vez tarde, reproduciendo el lamentable momento del principio.

Que conste que nunca he estado en contra de que se coman palomitas en el cine, tampoco me molesta, siempre que no me las tiren por encima, pero ayer, cuando finalizó la película y vi desde el anfiteatro el estado en el que habían dejado la sala, sentí mucha pena.

Una de las escenas, a mi parecer, más tristes del film, es cuando King Kong es humillado, ante unos entusiasmados espectadores, que han pagado por ver a La Bestia, y eso es lo único que les importa. Pagar y estar ahí.

Tal y como se comportó la gente en el cine, me pareció que no había ninguna diferencia entre unos y otros, al fin y al cabo, se trata de algo así como: ¡Vamos todos a ver ese mono! Con toda la crueldad, en el caso del film, de los que no tienen respeto por los seres vivos, y en el caso de mis compañeros de sala, con toda la ignorancia de quien no siente ningún respeto por el cine, y su arte.

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