'Al Borde del Peligro', un Preminger menor supremo

'Al Borde del Peligro', un Preminger menor supremo
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Los grandes directores del cine tienen siempre en su haber una serie de títulos cosiderados "menores". A veces, equivocadamente, ese término va asociado con la poca fama de la película, y otras, porque se esperaba más de ellas, pues suelen pertenecer a directores encumbrados. Podemos decir, por ejemplo, que 'El Proceso' es una obra menor de Orson Welles, o que 'Tres Padrinos' es una obra menor de John Ford. Es curioso, no existe termino en el caso contrario. Nadie dice: 'Un Plan Sencillo' es una obra mayor de Sam Raimi, o 'Superman' es una obra mayor de Richard Donner.

Otto Preminger, desde luego era uno de los más grandes. Firmante de alguno de los clásicos indiscutibles del cine negro, como 'Laura' o 'Angel Face'. En ocasiones colaboró con él, Saul Bass, quien realizó los títulos de crédito de algunas de sus películas, como 'El Hombre del Brazo de Oro' o 'Tempestad sobre Washington', que se han convertido en inmortales, superiores incluso a los que hacía para Hitchcock. 'Al Borde del Peligro' es una de sus películas menos conocidas, realizada en 1950, y donde volvió a reunir a la pareja protagonista de su más famoso film, 'Laura', Dana Andrews y Gene Tierney.

Mark Dixon es un policía con métodos violentos que un día mata por accidente a un sospechoso de asesinato, de quien sabe que es inocente. Temeroso de que no le crean, decide crearse una coartada, e idea un plan para que no le involucren en el asesinato, mientras intentará desenmascarar al verdadero asesino. Un carrera contra reloj que puede costarle la vida.

El film, que dura 90 minutos, va directo al grano, y durante todo ese tiempo no ofrece respiro al espectador. Hay situaciones de infarto, como pocas veces se ha visto en una película, y todo ello narrado de forma maravillosa por Preminger, quien además propone una cuestión moral bastante interesante al final de la película, arriesgada escena, que da la sensación de que va a acabar de un forma, no siendo así. Lo cual hace que nos planteemos las motivaciones del personaje, preguntándonos si nosotros hubieramos hecho lo mismo. Una vez más, Preminger vuelve a demostrar que el cine negro era un género en el que se movía como pez en el agua. Con un excelente guión de Ben Hetch, en el que todo cuadra, se centra sobre todo en el personaje de Dana Andrews, protagonista absoluto del film. Andrews nunca fue un gran actor, pero aquí su inexpresividad le viene de perlas al papel, y es aprovechada al máximo por Preminger, quien para nuestra sorpresa, relega a un segundo plano a Gene Tierney, en un papel que se queda por debajo de sus enormes posibilidades como actriz. Eso sí, las veces que aparece, sigue desprendiendo un enorme magnetismo, capaz de enamorar a todo bicho viviente.

Otro de sus aciertos es el uso del escenario fílmico, tanto en las escenas de interiores, donde los personajes se mueven por el encuadre de forma magistral. Atención a todo lo que acontece relacionado con el personaje de una ancianita, que puede haber sido testigo de algo. La acción se desarrolla a pocos metros de la ventana de su casa, dentro de su casa, y otra vez fuera. En tres tiempos distintos, y cambiando de personajes, Preminger da una lección de suspense con pocos elementos. Por no hablar de la enorme sencillez con la que están resueltas otro tipo de secuencias igual de impactantes. Y también las escenas en exteriores, en las cuales se respira la opresión de la gran ciudad, el tumulto, el humo, en algunos momentos, y la quietud de la noche en otros. Elementos que forman parte de las características del buen cine negro.

Y nombrar, como no, a Karl Malden, uno de los más grandes secundarios que haya tenido el cine, capaz de interpretar cualquier tipo de papel. Aquí interpreta al Teniente de la Policía que lleva el caso, capaz de hacer deducciones increíbles, aunque equivocadas desde cierto punto de vista, cosa que le toca plantearse al espectador, quien asiste como un testigo más, aunque que con ventaja, ya que conocemos todos los actos. El espectador siempre es un testigo externo en todas las películas, pero pocas veces se le ha involucrado de una forma tan ingeniosa y bien mostrada como en ésta.

Por muy menor que sea en la carrera de Preminger, se trata de un film magistral, admirable en todos sus aspectos, y disfrutable de principio a fin, como solo el buen cine hace disfrutar. Aunque en este caso, hablar de buen cine es quedarse corto.

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