'Los amantes pasajeros', parando para repostar

'Los amantes pasajeros', parando para repostar
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Soy de aquellos que, desde que lo descubrió siendo aún adolescente, se ha mantenido fiel a Almodóvar en cada nueva propuesta que el manchego ha ido sacándose de la chistera. No soy de los que lo defienden a capa y espada. Soy de los que siempre han pensado que el cine salido de su mirada tiene algo diferente, por más que sus muchos lugares comunes, cultivados a lo largo de tres décadas de profesión, hayan llegado en muchos momentos a pesar más que la originalidad de una cierta idea. No soy de los que se rasgan las vestiduras cuando alguien arremete de frente contra las locuras o, en términos más coloquiales, las "idas de olla" de tan singular cineasta.

Soy de los que pensaban que, en el paulatino proceso de maduración que le hemos venido observando desde 'La flor de mi secreto' (id, 1995) cada vez había menos lugar para la vertiente más verborreica de su cine y más para la natural reflexión que acompaña a la edad. No soy de los que han ido a ver 'Los amantes pasajeros' (id, 2013) creyendo que iba a encontrar algún resquicio para ese cine, llamémosle "serio", del realizador.

Soy de los que, al menos, pensaba reirse a gusto con una cinta que, a todas luces, iba encaminada a hacer que el espectador se evadiera durante sus noventa minutos de proyección. No soy de los que se han reído durante la misma. Soy de la opinión que 'Los amantes pasajeros' es uno de los mayores ejercicios de autocomplacencia que Almodóvar ha rodado en toda su carrera. No soy de la opinión que, al rescatar una forma de hacer cine que recuerda poderosamente a sus histriónicos comienzos, Almodóvar haya pretendido realizar un guiño a los que le descubrieron con 'Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón' (id, 1980), una suerte de "sé que lleváis conmigo 33 años y esto es para vosotros". Soy de los que cree que en el desestructurado metraje de esta cinta carente de intenciones hay mucho de un onanismo muy mal entendido y más de un equivocado brindis al sol.

Los amantes pasajeros 1

No soy de los que quieren ver aquí una crítica —nada velada por cierto, que el manchego cuando quiere mata moscas a cañonazos— a la crisis por la que discurrimos sin rumbo fijo. Soy de los que ven una burla mal ejecutada y a destiempo de alguien que, con la sólida elocuencia de la que ha demostrado ser poseedor, podía haber rodado algo más que un filme que bucea en los recovecos del chiste del mono y el avión para hacer su particular 'Aterriza como puedas' ('Airplane!', Jim Abrahams, David Zucker, Jerry Zucker, 1980), sin tener la gracia del primero ni poder acumular los numerosos chistes del segundo.

No soy de los que salieron de la sala comentando "Bueno, es una almodovarada como otra cualquiera". Soy de los que dejaron la comodidad de la butaca de cine preguntándose, y preguntando a mis acompañantes, "¿de qué diantres iba la película?". No soy de los que opinan que en este tipo de cine da igual el argumento, que lo fundamental es sentarse y dejarse llevar por los diálogos. Soy de los que, no obstante, cree que en boca de parte del reparto es donde esos diálogos y, por extensión la cinta, encuentran su salvación, y que gracias a Javier Cámara, Raúl Arévalo, Carlos Areces y una espléndida Lola Dueñas, este esperpento —entendido como lo hacía Valle-Inclán— no naufraga sin remedio.

No soy de aquellos que se muestran más que satisfechos con 'Los amantes pasajeros'. Soy de los que se han quedado con la misma expresión que asoma al rostro después de un polvo insatisfactorio. No soy de los que, con el tiempo, querrán creer que este fue un necesario alto en el camino, una puesta a punto para descansar y acometer con renovadas fuerzas el tipo de cine que realmente queremos ver de él. Soy de los que ya lo creen.

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'Los amantes pasajeros', mucho ruido y pocas nueces

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