Peter Weir. 'Master and commander: al otro lado del mundo', las obras maestras (y II)

Peter Weir. 'Master and commander: al otro lado del mundo', las obras maestras (y II)
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[...]acertar con los detalles sería muy importante al ver la película. La sensación de que esto es lo máximo que te puedes acercar a la imposible y excitante idea de viajar al pasado. Quiero que la gente, cuando vea la película, vislumbre por una rendija la vida hace 200 años a bordo de un barco. Un vistazo fugaz, y después se cierra la puerta. Peter Weir

'Master and commander: al otro lado del mundo' ('Master and Commander: the Far Side of the World', 2003) es, sin ningún lugar a dudas, la obra maestra indiscutible de Peter Weir: culmen de todas sus obsesiones temáticas y excelso compendio de todas las constantes que hemos venido apuntando en este especial hasta el momento, la cinta de aventuras marítimas que debió haberle valido al cineasta australiano un merecidísimo Oscar es un ejercicio cinematográfico de elegancia, asombro narrativo, rigor histórico y preciosismo visual.

Pero, de la misma manera que le había venido ocurriendo hasta entonces en la práctica totalidad de su filmografía, la decisión de subirse a bordo de la HMS Surprise y narrar la apasionante historia protagonizada con una solidez a prueba de bombas por Russell Crowe y Paul Bettany no sería sencilla ni, mucho menos, inmediata.

Un largo cortejo

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La voluntad de levantar una adaptación de 'Master and Commander', la saga de veintiún novelas escritas por Patrick O'Brian entre 1970 y 1999, justo un año antes de su fallecimiento, se remonta a la década de los noventa cuando Samuel Goldwyn Jr. compró los derechos de traslación a la gran pantalla del magnífico material instigado por la firme convicción de Tom Rothman, el que fuera presidente de producción y CEO de la 20th Century Fox, de las muchísimas posibilidades cinematográficas que albergaban las más de 5.000 páginas que conforman las aventuras de Jack Aubrey y Stephen Maturin.

Presentado el proyecto por aquellos mismos años a Peter Weir, el realizador australiano, que había quedado asombrado con la prosa de O'Brian, no vió tan clara la adaptabilidad de la primera entrega de la saga, 'Capitán de tierra y mar' ('Master and Commander', 1970), y prefirió mantenerse al margen. Una decisión que no pesaría en el ánimo de Rothman, que no cejó durante aquellos años en el empeño de escribir un guión a la altura de las novelas, tarea que demostró ser harto difícil por la inmensa variedad temática que se trataba a lo largo de la veintena de volúmenes.

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Desesperado por conseguir que Weir se embarcara en la aventura de adaptar y dirigir 'Master and commander', Rothman volvió a aproximarse al realizador en 1999, regalándole al cineasta una réplica de la espada de Jack Aubrey y solicitándole que aceptara el mando de la producción. Ante la vehemencia del discurso de Roth y tras tres meses de reflexión en los que meditó acerca de cómo acometer la tarea que se le ponía por delante, Weir terminó aceptando el encargo.

Comenzó entonces un largo proceso en el que la meticulosidad de Weir volvió a ponerse en marcha para, tras unos meses estudiando la época histórica en que se desarrollaría el filme —llegando incluso a embarcarse en un navío para saber los modos de vida en el mismo—, encerrarse durante un año para redactar el guión de la cinta junto al médico escocés John Collee, decidiendo ambos tomar como base de partida la décima novela de la saga, 'La costa más lejana del mundo' ('The Far Side of the World', 1984) y eliminando en el proceso de la adaptación cualquier cosa que se alejara de la esencia que Patrick O'Brian apuntaba sobre una obra que él consideraba como "un análisis muy cercano de la condición humana".

El "afortunado" Jack

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Con tan claridad de ideas acerca de lo que tenían que incluir en el guión y todo aquello que debía quedarse fuera —se perderían por el camino tramas de espionaje y los momentos románticos de la novela—, la primera decisión trascendental a la que se enfrentaba Weir era la elección del actor correcto para encarnar a esa fuerza de la naturaleza impulsiva y decidida que es el Jack Aubrey imaginado por O'Brian, un marino como pocos se han visto en la gran pantalla y que, desde un primer momento, tenía el rostro de Russell Crowe.

Pero el actor neozelandés no consideró adecuado el primer borrador del guión, y Weir tuvo que someterlo a diversos cambios para adecuarlo a las exigencias de una estrella que terminaría por rendirse a la evidencia, él tenía que ser Jack Aubrey y no podía dejar escapar el que sin lugar a dudas se eleva como uno de los tres mejores papeles que ha encarnado a lo largo de su variadísima trayectoria.

El otro dilema de cara al terreno interpretativo era encontrar el rostro apacible y tranquilo que, encarnando al doctor Maturin, compensara la vehemencia de Crowe. Tampoco aquí hubo muchas cavilaciones, ya que desde un primer momento los productores propusieron a Paul Bettany, el actor escocés que había compartido cartel con Crowe en 'Una mente maravillosa' ('A Beautiful Mind', Ron Howard, 2001) y que logró superar las reticencias iniciales de Weir demostrando poseer una química irreemplazable con su compañero de reparto.

Echándose a "la mar"

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La singladura del rodaje no iba a ser un proceso sencillo para Weir por los muchísimos problemas técnicos que planteaba a priori la filmación de una cinta de grandes exigencias desde apartados como el diseño de producción, la fotografía y la puesta en escena, pasando la anhelada verosimilitud que el cineasta pretendía para la cinta por la correcta concreción física de los dos navíos que forman parte de la trama.

Construidos estos a escala natural y tomada la decisión de rodar en el inmenso tanque de agua que la Fox había levantado para 'Titanic' (id, James Cameron, 1997), el realismo fue la máxima que imperó en todo el proceso de pre-producción, sacrificándose por ejemplo la comodidad del movimiento de las cámaras en aras de que los techos de las cubiertas del navío tuvieran la altura que habrían tenido en realidad, contándose para ello con los planos originales de la verdadera HMS Surprise.

En lo que a la filmación compete, Weir se vería obligado a sacrificar sus modos tradicionales de rodaje, ya que las exigencias físicas de algunas escenas como la del enfrentamiento final entre la Suprise y la Acheron —con más de 400 personas en acción— no permitían al realizador colocarse junto a la cámara y decidir en el momento aquello que necesita para una escena en particular, teniendo que recurrir aquí al uso masivo de storyboards para la precisa planificación de ciertas secuencias.

'Master and commander', cénit indiscutible

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Hablar sobre 'Master and commander' es hacerlo, como decía en la introducción, acerca del mejor y más apasionante compendio del cine de Peter Weir que podemos encontrar en la filmografía de su autor. La elegancia con la que el cineasta se aproxima a este espectáculo multimillonario —cuyo presupuesto alcanzó los 150 millones de dólares— sin perder ni un ápice de su personalidad es toda una declaración acerca de las muchas fortalezas desarrolladas por el insigne australiano a lo largo de sus tres décadas de profesión, y muy diversos son los puntos de apoyo en los que sustentar el acercamiento crítico a tan magna obra.

Los primeros pasan, cómo no, por volver a traer a colación esos ejes temáticos que apuntábamos al comienzo de este especial y que hemos ido señalando una y otra vez en el transcurso del mismo, encontrando aquí de nuevo el choque entre opuestas visiones sobre la existencia, la inserción de un extraño en un entorno hostil de reglas perfectamente estructuradas, la figura autoritaria —lejos, eso sí, de los demiurgos que hemos explorado en 'El año que vivimos peligrosamente' ('The Year of Living Dangerously', 1982), 'La costa de los mosquitos' ('The Mosquito Coast', 1986) o 'El show de Truman' ('The Truman Show', 1998)—, la economía narrativa como máxima a la que sumar la invisibilidad de la marca Weir, de la que aquí se hace eco la extraordinaria labor de la ILM en los asombrosos efectos visuales y, por último, la suma importancia de la música como vehículo inequívoco de la expresión de los sentimientos de los personajes.

Resultado de todo lo anterior, de la misma manera que ya ocurriera en 'Gallipoli' (id, 1981), es un filme que orbita en todo momento alrededor de la poderosa amistad y sentido de la camaradería que existe entre Jack Aubrey y Stephen Maturin, dos personajes completamente opuestos que vencen todos los obstáculos que sus profesiones y cargos a bordo del barco les van presentando apoyándose siempre en la profunda relación cuasi fraternal que les une.

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De hecho, es para ellos para quien Weir reserva las mejores aplicaciones prácticas de los conceptos expuestos más arriba, garantizando con la utilización de los mismos que el público cree un estrecho vínculo con ambos personajes desde casi el primer minuto de metraje en el que ambos aparecen. Ya en esta aparición, Weir da muestras de esa maestría que domina la función con uno de los tres ejemplos más bellos del uso de la economía narrativa que podremos ver a lo largo del filme: mostrando primero sus "instrumentos" de trabajo para después presentarnos a los personajes, el director no necesita de palabras para que sepamos que uno es médico y se dedica a salvar vidas y el otro es un guerrero destinado a quitarlas.

El primero de los otros dos que conforman la brillantísima —pero no única— terna de secuencias magistrales en el filme es aquél en el que se nos narra a través del singular uso de la música y una perfecta planificación de los encuadres la difícil decisión que debe tomar Aubrey cuando debe sopesar si seguir al navío enemigo o desembarcar en las Galápagos para salvar así a su amigo de una muerte segura: a través de una escueta sucesión de planos y con el magnífico uso del solo de cello de Bach que acompaña la escena Weir nos adelanta de manera sutil la única solución posible al dilema que tortura al personaje de Russell Crowe.

En tercer lugar tenemos el momento en que Maturin, paseando por las islas vírgenes que Darwin hollará años después, tiene la oportunidad de devolver el favor a su amigo, dando el cineasta australiano otra lección de extrema sabiduría narrativa al utilizar el desenfocado/enfocado del segundo plano de la escena para darnos a entender qué debe sopesar el médico y naturalista en un momento crucial para el avance del filme. De nuevo aquí será la música, con un inquieto solo de violín, la que de la respuesta al dilema.

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Con estas tres secuencias como máximo exponente de lo que Weir llega a destilar en el metraje, no podríamos continuar sin antes aclarar que dichas escenas son sólo eso, los puntos álgidos dentro de un océano de notas sobresalientes que componen un filme de aventuras al más clásico estilo de 'El halcón del mar' ('The Sea Hawk', Michael Curtiz, 1940), 'Capitán Blood' ('Captain Blood', Michael Curtiz, 1935) o 'La tragedia de la Bounty' ('Mutiny on the Bounty', Frank Lloyd, 1935) que, en la configuración de aquello que liga a sus personajes, y no me refiero ya a los dos principales sino a la práctica totalidad de la tripulación del Surprise, coquetea con ecos de aquello que Howard Hawks llegó a definir a la perfección y que ha venido en llamarse como el grupo hawksiano.

Las sinergias que de forma silenciosa van exponiéndose a lo largo de la cinta a la hora de mostrar la vida en el barco a través de sus tripulantes son el mejor exponente de lo muy asumido que Weir tiene el esquema derivado de las cintas del maestro del western y la utilización del mismo no hace sino poner de relieve que, por más que 'Master and commander' sea, como decía más arriba, un producto fabricado por uno de los grandes estudios de Hollywood, con todos sus pros y sus contras, la personalidad de Weir es la que determina inequívocamente el rumbo de una cinta que, más que nunca en la carrera del cineasta, debe calificarse como una obra maestra del séptimo arte y, de paso, como uno de los mejores filmes que nos dejó la primera década del s.XXI.

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