El último rebelde

El último rebelde
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Hoy cumple años Clinton Eastwood Jr. Nació un 31 de Mayo de 1930 y, obvio, cumple 84 años. Durante mucho tiempo, he tenido que soportar quizás el más evidente de los ridículos del periodismo cinematográfico en español.: del descubrimiento de Eastwood a su incontestable y totalizadora canonización. Pero esto es disculpable, entre otras cosas porque el señor Eastwood ha firmado más de una, de dos, de cinco, de seis obras maestras.

Pero no era un quejido en vano, lo prometo. Un lugar común que ha instalado en las cinéfilas y cinéfilos es la idea de que Eastwood es el último clásico. La imagen es tradicional: una estirpe legendaria, de la que el cineasta, en cuanto a representante anciano y sabio, se revela como especie única y en extinción. Nada más equivocado, nada más inepto, nada más pedante. Eastwood es, por encima de todo, el último rebelde.

Por clásico damos a entender varios conceptos erróneos. La primera es que la identidad clásica se forja en Hollywood, cosa falsa: parecido papel (¡clásico!) tienen, que sé yo, Jean Renoir, Roberto Rossellini y Luis Buñuel. Pero lo que resulta más irritante de esa etiqueta es lo tremendamente inconcreta que es: ¡qué diantres significa clásico!

¿Qué tienen que ver entre sí las poéticas de, pongamos, Howard Hawks y Delmer Daves? La visión del mundo misántropa de Hawks y sus odas al colectivo resistente frente a los espacios de individualidad en jaque, donde el grupo se devora entre sí, de Daves poco tienen que ver, más allá de un sistema de estudios. Ni siquiera hay cercanía visual.

Y a todo esto ¿de dónde desciende Eastwood? Busquemos su modernidad en dos lugares comunes esta vez acertados.: Sergio Leone y Don Siegel. Con ellos trabajó como actor, con ellos forjó su leyenda. ¿Y qué eran estos cineastas? Rebeldes. Leone trabaja con la emoción hasta su lado epifánico, barroco. Siegel, en cambio, hace un cine vivísimo, con patrones de montaje descaradamente modernistas.

Recordemos dos ejemplos heterodoxos de cada asociación: 'La muerte tenía un precio' (Per qualche dollare piú, 1965). Rompiendo con los cánones de música y escenificación, Leone antepone la emoción a los órdenes visuales limpios, habituales. En su cine un primer plano da paso a un plano general. En su cine los ojos cobran vida. Como si fueran mitos precediendo el futuro final de la trilogía, los cazarrecompensas se despiden sabiendo que algo no ha terminado. Para Leone, la belleza surge de los pálpitos de la muerte.

Vamos con el otro maestro. Siegel. 'La jungla humana' (Coogan's Bluff, 1968), otra película olvidada que delinea el genio y la maestría de las que vendrían. El sheriff, encarnado por un Eastwood magistral y ya demostrando matices, entar en el club nocturno. El interrogatorio termina, previsiblemente, mal. Y Siegel lo expresa, además de con una gramática imaginativa (contrapicados desde la pista de baile, rectos planos secuencia para seguir al protagonista) con un montaje tenso, al límite, expresando anímicamente la furia, cada vez más desbocada, del héroe.

Lo aprendido y lo enseñado

Tenemos dos ejemplos de los maestros y parece imposible, en tan poco espacio, rendir pleitesía a una carrera tan repleta de excelencias. Pero escogeré, una vez más, una película heterodoxa. Una película como 'Impacto súbito' (Sudden Impact, 1982). Eastwood dirige la ¡cuarta! entrega de su personaje mítico, Harry Callahan, cuya primera entrega es fruto del talento de uno de los dos maestros, Siegel.

Eastwood en esta película da una lección - única - de qué es lo que ha aprendido y lo que ha enseñado. En los momentos de tensión, la violencia dilatada, se atisba un superdotado aprendiz de Leone. La escena del café es un ejemplo perfecto de copia de ritmos y registros, también en el apartado visual.

Pero, y esto es lo más importante, para narrar la historia paralela a la venganza, la de una muchacha humillada que los aniquila, encarnada por una espléndida Sondra Locke, Eastwood recurre a Siegel. La violación inicial, en la feria, usa otro ritmo de montaje parecido al de su maestro, para expresar, en este caso, el espacio perdido y convertido en progresivo infierno, al mismo tiempo que euforia (de los atacantes) y pánico (de las víctimas).

'Impacto Súbito' nos da una muestra muy clara de quien es Eastwood: si se le pide una película más sobre Callahan, firma la más dura, moralmente ambigua y potente de las cuatro. Una donde el detective se humaniza, se enamora y llega a entender que puede que en la muerte existan razones, determinadas por previos climas de violencia y agresión. Por primera vez, deja escapar impune al criminal de la historia. Y su impunidad ya no es cuestionada.

Bien. Así ha sido Eastwood durante su larga y felizmente activa carrera. Cuando se le solicitan películas llenas de dureza, era capaz de entregar dramas románticos absolutamente tristes y desesperados. Cuando le pidieron más cine oscarizable, firmó cuentos de fantasmas llenos de delicadeza. Cuando parecía un estimable hacedor de westerns, prefirió narrar la desolación personal y racial de un legendario saxofonista. Cuando parecía no tener continuidad, firmó una difícil y asombrosa película sobre el cine como idea de muerte.

Y ¿ante este rebelde qué cabe pedir, qué cabe añadir? Salud, energía y si no parece demasiado irracional, felicidad. Pues la mayor lección, aprendida y ahora enseñada, ya la has venido impartiendo con éxito suficiente.

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