Nunca digas "Es solo una película de monstruos": el caso de 'Godzilla' o por qué no es tan sencillo hacer una buena 'monster movie'

Nunca digas "Es solo una película de monstruos": el caso de 'Godzilla' o por qué no es tan sencillo hacer una buena 'monster movie'

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Te haya gustado 'Godzilla: Rey de los Monstruos' o no, estaremos de acuerdo en que es una película que abraza muchos de los códigos de las monsters movies que todos nos sabemos de memoria. Tiene enormes saurios, reptiles e insectos descargando zurriagazos unos sobre otros. Tiene edificios que se derrumban cuando los monstruos se desploman sobre ellos. Y tiene humanos que contemplan embobados cómo esas moles se curten el lomo, las alas o las fauces.

Aparentemente son unos registros bastante sencillos (independientemente del trabajo técnico que lleve ponerlo en imágenes), pero lo cierto es que esos códigos iniciales son solo la punta del iceberg. Las mejores películas de monstruos obedecen una serie de reglas, que son las que hacen que suframos cuando leemos eso de "Es solo una película de monstruos, qué más dan los humanos, qué más da el guión mientras haya monstruos". O más bien nos dan ganas de hacer sufrir a quien lo dice. Durante mucho rato. 

La cuestión es que las reglas están para romperlas, por supuesto que sí... una vez las conoces. Las mejores películas de monstruos son las que siguen el código o lo pervierten, pero siempre con conocimiento de causa. Te lo vamos a demostrar con unos cuantos mandamientos de oro para facturar una estupenda monster movie, y así puedes juzgar por ti mismo o por ti misma si 'Godzilla: Rey de los Monstruos' es una buena película de monstruos o no.

Una última advertencia: poniéndonos estrictos, cualquier película de terror es una película de monstruos, de 'El gabinete del Dr. Caligari' a 'El resplandor', pero vamos a restringir aquí al área: un monstruo no es un humano transformado (como un zombi), ni poseído (como Regan), ni tiene características semejantes a nosotros (como Drácula), sino que tiene una naturaleza independiente a las personas, sus propios ciclos, sus propios planes. Es El Otro y nunca ha sido uno de nosotros. Y estas son sus reglas. 

Los monstruos tienen intenciones

Nada hay peor que una película en la que no está demasiado claro por qué el monstruo se comporta, bueno... monstruosamente. El patán de rigor te dirá que lo único que necesitamos es que el monstruo rompa cosas, y eso es cierto solo en parte. ¿A qué viene la furia demoledora? ¿Por qué tanto odio? Piensa siempre que a menudo (sobre todo en sus encarnaciones más destrozonas) un monstruo es como un niño grande. ¿Piensas que un niño es un demonio de tasmania enloquecido que hace travesuras porque tiene una balsa de cianuro en vez de cerebro?

Un ejemplo muy claro y muy clásico: King Kong. ¿Crees que ese maldito gorilazo se subía a lo alto del edificio porque le daba por ahí? ¿Que toqueteaba a Fay Wray como podía acariciar a un trolebús o a un señor con bigote y salacot? ¿No crees que si fuera así, cuando ves al simio caer al vacío abatido por los aviones, y luego contemplas su cadáver tronchado en el suelo, no se te saltarían las lágrimas como se te saltan?

Sí, en efecto: hacer algo así no es nada sencillo. Los monstruos a menudo no hablan, a menudo solo exhiben comportamientos agresivos, a menudo solo se definen por su conflicto con los humanos. Es especialmente complicado cincelar una personalidad definida y unas emociones creíbles para ellos, así que ya hemos dinamitado la primera y más injusta de todas las ideas preconcebidas sobre las monster movies: que son fáciles de hacer. 

Los monstruos tienen biología

Y el ejemplo es obvio, con una monster movie modélica a muchos niveles (de hecho, podéis coronarla en el podio de la mayoría de las reglas de este artículo), pero que encuentra su auténtico xanadú en este apartado: 'Alien, el octavo pasajero'. Una película cuya estructura argumental, de hecho, es el descubrimiento de las distintas fases vitales de un ser que no tiene nada de humano. Es casi una acelerada y sangrienta clase de exobiología enloquecida, de gran originalidad en todas las fases de crecimiento y en la transición de una a otra. El ritmo de 'Alien' lo marca la biología del bicho.  

'Alien', por supuesto, es un ejemplo extremo, al que bien podría hacer compañía en cuestión de detallismo biológico una de las mejores películas de Godzilla de todos los tiempos: 'Shin Godzilla'. En este caso, la dramática evolución corporal del monstruo resulta escalofriante por los paralelismos con los daños fisiológicos por radiación, y mantiene en vilo al espectador con una pregunta típica de los kaiju eiga, pero que rara vez adquiere los tintes dramáticos de aquí: "pero... ¿cuánto va a crecer este bicho?" Casi como si Godzilla fuera la versión nipona y sobredimensionada de otra monster movie ejemplar (aunque rompe alguna regla de las citadas arriba para considerarla parte del género): 'La mosca' de David Cronenberg. 

Los monstruos tienen límites

Por supuesto que los tienen, hasta Godzilla y compañía. Puede ser un ataque combinado de fuerzas humanas, un arma letal de la que no se había hablado por algún motivo hasta que llega el momento de desenfundarla, u otro monstruo. Es importante, del mismo modo que se sabe cómo nacen, saber cómo mueren los monstruos. Que puede parecer una perogrullada, pero hay algo indiscutible: una película de monstruos es más memorable cuanto más recordada sea la muerte de su antihéroe, y también cuanto más lógica ateniéndose a las reglas del relato.

Un ejemplo, otra película modélica: 'Frankenstein' de James Whale. Tan recordado es el nacimiento de su criatura, en un laboratorio y gracias a la fuerza del rayo y la electricidad, con dos dementes alrededor bramando que si son Dios, como la muerte del monstruo, asediado por una masa enfurecida de aldeanos en un molino en llamas. Lo es tanto porque la metáfora del acoso a lo distinto y a lo inocente es poderosísima. La muerte de la Criatura resume lo que quiere contar 'Frankenstein', y por eso funciona a la perfección.

Los monstruos tienen origen

Relacionado con el anterior punto y a menudo ligado de forma indisociable, aunque con excepciones, con otra película que puntúa altísimo en muchas de las reglas de este artículo. Las criaturas de 'Gremlins' tienen un final muy específico en ambas entregas: conectando con la mitología vampírica en la primera parte, electrocutados por uno de los suyos en la segunda. Sin embargo, no tienen un origen claro, y eso es lo que también da fuerza a su mitología: ¿son mascotas de tiempos remotos, merchandising del Lejano Oriente, perretes mutantes...? Ese misterio, ese cero absoluto en el origen es precisamente su dato de origen.

Pero en otras ocasiones los orígenes más definidos de los monstruos les dan todo su carácter. Uno de los casos más notorios es, cómo no, el mismísimo Rey de los Monstruos, Godzilla, nacido en su encarnación de la indomable energía nuclear. Godzilla no solo es una criatura de envergadura y tamaño inabarcables, sino que está parida por una fuerza de poder inconcebible. Pero además, y eso entronca con un punto que veremos después, Godzilla es también la forma que tiene un país entero de canalizar ese poder desbocado semi-divino que es la bomba atómica. Y esto sirve tanto para la ficción como fuera de ella: la propia película de Godzilla es también la canalización de un miedo muy real. 

Los monstruos hablan de los humanos

Otra perogrullada, porque casi cualquier monster movie tiene personajes humanos con los que el espectador puede identificarse. De hecho, el monstruo se define, en buena medida, en cuanto a su relación con los débiles humanos. ¿Son sus víctimas? ¿Sus verdugos? ¿Sus creadores? ¿Sus inspiradores? ¿Varias de esas cosas a la vez, quizás? Una buena monster movie no solo nos habla del Otro, sino de cómo esa otredad impacta en nosotros.

Hay un par de recientes ejemplos, muy peculiares, muy personales, que rozan los códigos de las monster movies casi como excusa, y que ejemplifican bien esta cuestión, a la vez que pervierten esta regla con inteligencia. Son películas en las que se nos describen relaciones que podrían pertenecer a dramas o comedias mundanas, pero hay un monstruo al fondo: 'Monstruos' de Gareth Edwards (luego aprovechó parte de esa inspiración en su inferior versión de Godzilla en 2014); 'The Host' de Bong Joon-ho, y su comedia delirante de familia en descomposición que, además, tiene bicho; la versión espectacular y precedente de ambas, 'Cloverfield (Monstruoso)', una aventura de ruptura y reencuentro sentimental más invasión alienígena; o la fantástica 'Colossal' de Nacho Vigalondo, con los monstruos como símbolo de la toxicidad masculina.

En estos casos los monstruos funcionan como metáforas de las presiones externas (externas en sentido cósmico) que sufren las relaciones humanas. Pero otras veces, el monstruo es el núcleo alrededor del que gravita todo, y los humanos son satélites en torno a él. Una de las decisiones más afortunadas de 'Godzilla: King of the Monsters' es que, pese a que en esa película se echan en falta más monstruos y menos humanos, que absolutamente todo lo que se dice, piensa y siente está mediatizado por el hecho más bien inevitable de que hay unas criaturas colosales arrasando grandes núcleos de población.

También es muy frecuente que los monstruos sean réplicas caricaturescas, explícitas o descarnadas de lo que somos o sentimos. Ejemplos hay muchísimos porque las monster movies son metafóricas por definición, pero mira 'Aliens': la historia de dos madres cuidando a su prole. O 'La cosa', un ensayo sobre el aislamiento, la soledad y el horror puro como formas de perder la identidad. O sin ir más lejos, 'Monstruos SA', una película que usa la mecánica Pixar de invertir los tópicos narrativos para usar a los monstruos como canalizadores de experiencias humanas.

Los monstruos tienen una forma reconocible, o todo lo contrario

Lo sabes de sobra: si Mothra o Gamera son tan entrañables se debe a que se parecen a bichos del día a día, como una polilla o una tortuguina, pero con un tamaño absolutamente desproporcionado. Lo reconocible de su apariencia los hace doblemente adorables, del mismo modo que los kaiju eiga clásicos nos gustan tanto porque tienen los movimientos y las reacciones propias de un señor embutido en el traje. Que es lo que son.

Pero la postura justo contraria también es interesante, y es cuando los monstruos son la otredad absoluta, la no-humanidad total. Por eso Alien es tan aterrador, ya que se encuentra a galaxias no solo físicas sino también morales de nosotros (aunque su aspecto se inspiró en el de las cucarachas, del mismo modo que los maravillosos graboides de 'Temblores' tienen algo de anélidos sobrealimentados). O La Cosa, cuya forma se define, precisamente, por no tenerla en absoluto. 

Y es por eso que también resultan especialmente fascinantes, por lo que tienen de resonar en miedos que nos acompañan desde tiempos inmemorales, los monstruos que son la nada amorfa. Porque el alienígena de 'La cosa' al menos va adoptando el aspecto de quienes parasita, pero, ¿qué es The Blob? Tanto en su formato años cincuenta como en su etraordinario remake de los ochenta, en la que fue quizás una de las mejores monster movies de esa década. Su aspecto viscoso y su inhumanidad total nos demuestran que las reglas de las películas de monstruos están para respetarlas... o para arrollarlas con babeante parsimonia.

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