Goya 2018: una gala en la que las reivindicaciones han quedado ahogadas por los excesos del humor Chanante

Goya 2018: una gala en la que las reivindicaciones han quedado ahogadas por los excesos del humor Chanante

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Goya 2018: una gala en la que las reivindicaciones han quedado ahogadas por los excesos del humor Chanante

Queríamos surrealismo y se nos fue la mano. Quizás sobre el papel, después de que los Chanantes hubieran puesto el toque absurdo de humor incorrecto en efervescentes intervenciones casi anárquicas y demoledoras en anteriores galas, tenía sentido pedir una gala íntegra presentada por ellos. El resultado ha sido solo levemente satisfactorio en la noche en la que 'Handia' arrasó.

De acuerdo, hubo algún chiste grandioso de puro enervante (Morty Mortensen Mortimer y traducción simultánea de Isabel Coixet con cara de circunstancias), alguno rematadamente bueno (la sala de agradecer, reconozcámoslo, puso las espectativas por las nubes), y chascarrillos de vómitos infinitos y dientes manchados de chocolate. Y un Pie Gilliam para rematar. Pero como ellos mismos decían desde el principio, esto se estaba haciendo para ir terminando rapidito, y el humor meditabundo, semi-improvisado de los Chanantes a la deriva no son lo más rítmico del mundo.

Así que hemos tenido una gala con unos altibajos de ritmo absolutamente delirantes (no es un cumplido), con una segunda mitad en la que todas las intervenciones de los presentadores se han reducido al mínimo, y que será recordada por el tremebundo bofetón dialéctico de Leticia Dolera, que ha definido todo el paripé de la reivindicación que vertebraba la gala como "un campo de nabos feminista".

La reivindicación seria no se lleva bien con el frívolo, blanco y absurdo humor de Reyes y Sevilla, y por eso, algun chiste acertado ("el papel de la mujer es muy importante y, por eso, estoy presentando yo") quedaba sepultado por otros que apuntaban en la dirección justo contraria ("yo y mi mujer, Joaquín, que me aguanta a diario..."). En este contexto, la necesaria reivindicación feminista quedaba algo aguada, y desde luego muy lejos de aquel memorable y casi terrorista "No a la guerra" de Animalario y que Marisa Paredes ha recordado en un discurso breve y sin monsergas, sin duda de los más atinados de la noche.

Desde ese punto de vista, las intervenciones de la propia Leticia Dolera -que le dio un merecidísimo Goya a Carla Simón por 'Estiu 1993'- y de la Terremoto de Alcorcón han sido adecuadamente corrosivos y contundentes, pero por desgracia el contexto no era el apropiado, y los abanicos estaban muy bien pero quedaban, tras una gala presentada por dos hombres y que necesitaba de los correctivos ocasionales de la actriz, como un guiño de cara a la galería.

A esas alturas, ni la intervención de Boyero soltando que la gala estaba quedando "como el parto de un caballo, bonita pero da un poco de asco", podía salvarla de cierta desidia que** en ocasiones hacía añorar la mediocridad militante, pero correcta, de Dani Rovira**.

La apisonadora 'Handia' y Coixet

La Libreria

'Handia' ha ganado diez Goyas en una gala que prácticamente ha sido una celebración de esta película tan poco vista y tan típica de noche de premios. Solo Isabel Coixet, con un repentino remonte a última hora con los premios de Mejor Directora y Mejor Película para 'La librería' (a los que se suma el de Mejor Guión Adaptado) o los tres importantísimos de 'Estiu 1993' (Mejor dirección novel, Mejor actriz revelación y Mejor actor de reparto) van a hacer que se recuerde a otros títulos en esta edición.

Porque ni 'Verónica' (7 nominaciones, un Goya técnico) ni 'La Llamada' (5 nominaciones para las que pitaba fuerte, un solo Goya a la mejor canción, lo que encima nos ha proporcionado el espeluznante regalo de contemplar la durísima estética de Leiva) van a ser recordadas en una gala de la que se han ido con las manos casi vacías.

Los Javis, eso sí, no pueden quejarse. No solo se les ha hecho mención constante en los monólogos, sino que su creación Paquita Salas ha hecho una buena intervención (esta sí) plagada de ritmo y mala leche, aunque posiblemente más de un asistente se habrá quedado preguntándose quién era esa señora. Explicar su procedencia es complicado, pero algo nos dice que los Javis se estaban frotando las manos en la platea.

A toro pasado, lo cierto es que quedan en la memoria algunos chistes corrosivos e inesperados y una montaña rusa de ritmos y tonos enloquecedora. La reivindicación del papel de las mujeres era adecuado, y el sencillo y digestivo discurso de los vicepresidentes de la Academia, Mariano Barroso y Nora Navas, ha hecho referencia a ello en un tono conciliador y amable. La verdad es que al final acaba uno echando de menos algo más del tono de elefante en cacharrería para según que reivindicaciones. O sea que al final, y me estoy santigüando mientras lo escribo, uno se acuerda de Boyero.

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