Vampiros de verdad: 'La mansión de los crímenes' de Peter Duffell

Vampiros de verdad: 'La mansión de los crímenes' de Peter Duffell
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Hace poco os hablaba de ‘Refugio macabro’, una de las típicas películas de la productora Amicus compuestas a base de sketchs. Ahora en el especial de vampiros verdaderos que os estamos ofreciendo en Blogdecine, rescato otra producción Amicus con un esquema muy parecido al comentado trabajo de Roy Ward Baker. ‘La mansión de los crímenes’ (‘The House That Dripped Blood’, Peter Duffell, 1971) narra cuatro intrigantes historias, siendo la cuarta de ellas un relato sobre el vampirismo lleno de ironía, humor negro y muy mala leche. Tanto es así que sólo por ese episodio, la película merece codearse con todas las demás del especial, ya no porque el film es bastante interesante, sino por la figura vampírica en sí, la verdadera razón del especial.

Si en el film de Baker el nexo de unión de las historias era un doctor que entrevistaba a los pacientes de una institución mental, en ‘La mansión de los crímenes’ se trata de un Inspector de Scotland Yard que investiga la desaparición del habitante de un mansión que se cree maldita. Los anteriores ocupantes murieron en extrañas circunstancias y el Inspector se niega a creer que algo sobrenatural haya tenido que ver al respecto. Evidentemente todos sabemos que se equivoca.

El primero de los relatos narra la historia de un escritor de historias de terror que se aloja en la casa con su esposa para escribir su nueva obra. El ambiente lúgubre del lugar y la existencia de una biblioteca repleta de interesantes libros convencen al escritor de quedarse allí durante un par de meses. Muy pronto, metido de lleno en la escritura de su nueva obra, empezará a ver alucinaciones que tienen que ver con la misma. Esquizofrenia, conspiraciones, una adecuada atmósfera, Denholm Elliott —el entrañable Marcus Brody de la saga Indiana Jones— y un final sorpresa muy convincente son sus principales armas.

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Sin duda la peor historia de las cuatro que conforman la película es la segunda. En ella el nuevo habitante de la casa busca la soledad para intentar olvidar a una mujer ya fallecida. Dando una vuelta por la ciudad entrará a un peculiar museo de cera en el que encontrará una figura con la que se obsesionará. Lo único destacable de este segmento es su actor principal, Peter Cushing, uno de esos actores que justifican el visionado de un film por muy malo que éste sea. Cushing nos sirve una sufrida interpretación como era costumbre en él, mientras el director Peter Duffell, con todos los tics televisivos de la época, parece más preocupado en jueguecitos visuales con los que disfrazar el enorme vacío de la propuesta.

Christopher Lee es el protagonista del tercer relato. John Reid y su hija pequeña Jane son los nuevos inquilinos que la mansión acoge entre sus siniestras paredes. Reid busca una institutriz para su hija a la cual le tiene prohibida toda relación social. Brujería es el tema de esta parte y Duffell se encuentra muy inspirado con la atmósfera, enrarecida y transmitiendo una poderosa inquietud en todo lo que respecta a la niña, papel que interpreta una excelente Chloe Franks. Sugerentes planos y la constante incertidumbre de lo que ocurrirá visten un episodio que contiene reminiscencias de ‘Suspense’ (‘The Inocents’, Jack Clayton, 1960) y puede resultar, en cierto modo, un precedente de ‘La profecía’ (‘The Omen’, Richard Donner, 1976).

Si el tercer relato es probablemente el más inquietante de todos, el cuarto propone el juego más divertido de todos, alzándose como la joya de la Corona. Debido al rodaje de una película de vampiros, su actor principal, el prepotente y presumido Paul Henderson se convierte en el nuevo habitante de la mansión. Amante del perfeccionismo en la filmación de las películas en las que interviene, entra en una tienda de antigüedades en la que termina comprando a un precio muy bajo lo que parece ser la verdadera capa de un vampiro. Aquel que se la ponga terminará convirtiéndose en un vampiro.

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Basado también en un relato corto de Robert Bloch, uno de los escritores habituales de la Amicus, es el episodio más coherente y atrevido de todos. En la película se hace hincapié en que la mansión absorbe la personalidad de sus habitantes convirtiendo sus oscuros pensamientos en terrorífica realidad, revelando el verdadero ser de cada uno. Bloch y Duffel se la juegan proponiendo un juego de metalingüismo con uno de sus personajes, la atractiva Ingrid Pitt, que venía precisamente de protagonizar ‘Las amantes del vampiro’ (‘The Vampire Lovers’, Roy Ward Baker, 1970) y ‘La condesa Drácula’ (‘Countess Dracula’, Peter Sasdy, 1971). Pitt termina siendo la reina de toda la función en lo que es un divertido autohomenaje, y no podemos obviar la excelente composición de Jon Pertwee en un papel que en principio estaba destinado a Christopher Lee, pero que el actor cambió por la tercera historia porque no quería encasillarse en papeles de vampiro. Atención al brillante diálogo en el que Henderson se declara amante de la versión de Drácula protagonizada por Bela Lugosi, despreciando al “nuevo” (Christopher Lee).

‘La mansión de los crímenes’ introduce también el elemento de la casa fantástica, pero no lo desarrolla debidamente, quizá porque la estructura narrativa dividida en capítulos no se lo permite. También hay que hacer un fuerte acto de voluntad para creerse ciertas cosas, como por ejemplo que en Scotland Yard posean informes completos de los casos, pero afortunadamente estamos ante un film que consciente de sus limitaciones, proporciona otro de esos ratos más que entretenidos, sobre todo gracias a un inteligente uso del suspense.

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