Añorando estrenos: 'Banquete de bodas' de Richard Brooks

Añorando estrenos: 'Banquete de bodas' de Richard Brooks

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Añorando estrenos: 'Banquete de bodas' de Richard Brooks

Hace poco nos dejaba Debbie Reynolds. Actriz prolífica sobre todo en la década de los cincuenta, en la que una de sus cimas cinematográficas fue ‘Cantando bajo la lluvia’ (‘Singin’in the Rain’, Gene Kelly, Stanley Donen, 1952). En esa misma década intervino en la poco conocida ‘Banquete de bodas’ (‘The Catered Affair’, Richard Brooks, 1956), interpretando a la hija de dos actores que no necesitan epítetos gratutios: Bette Davis y Ernest Borgnine.

El proyecto surge en una época en la que la televisión estaba abriéndose paso a marchas forzadas en los hogares de los estadounidenses, haciendo una dura competencia a las salas de cine. Algo parecido a lo que sucede hoy día, pero con un mayor impacto social. Muchas historias se producían para la pequeña pantalla y algunas de ellas tenían gran éxito, por lo que las productoras de cine se animaban a realizar su adaptación cinematográfica intentando repetir el éxito en la platea. ‘Banquete de bodas’ fue una de esas películas’.

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De repente... una boda

De hecho, la actriz Bette Davis la tenía como una de sus películas preferidas de todas en las que había participado. Davis tomaba el testigo de Thelma Ritter, que protagonizó la versión televisiva dirigida por nada menos que Robert Mulligan. Del director que años más tarde destacaría por obras maestras del calibre de ‘Matar a un ruiseñor’ (‘To Kill a Mockinbird’, 1962) tomó el testigo Richard Brooks, que en los años cincuenta, y parte de los sesenta, fue uno de los directores estadounidenses más interesantes y atrevidos.

Con un guion de Gore Vidal, que adapta el material de Paddy Chayefsky, Brooks se introduce en el seno de una familia de clase media que recibe la noticia del compromiso de su hija, personaje a cargo de Debbie Reynolds. Pronto sueños e ilusiones, también decepciones hacen acto de presencia. La madre sueña con casar a su hija por todo lo alto, con esa clase de boda que ella no pudo tener. El padre se desespera porque tendrán que usar los ahorros de toda una vida. La pareja, formada por Reynolds y Rod Taylor, sólo quieren una ceremonia íntima.

Brooks, un verdadero experto en dirigir historias en las que el peso del pasado, con sus traumas y fracasos, hace mella en el presente de unos personajes casi siempre al límite, dirige el film con fuerza, no dejando decaer ni un solo segundo el ritmo. Llena de diálogos ingeniosos, ‘Banquete de bodas’ habla de las diferencias generacionales, del paso del tiempo, del amor, y de la dura realidad a la que hay que enfrentarse prácticamente todos los días.

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Una historia a la altura de la calle

En una época en la que el cine estaba cambiando a pasos agigantados, no sólo por la irrupción de la pequeña pantalla, también por las voces europeas que se extendían, cambiando en muchos aspectos la percepción del cine, y cómo no, la forma de realizarlo, el glamour empezaba a quedar atrás en Hollywood. Las historias eran de la calle, con personajes que podrían ser nuestros vecinos, logrando que rostros asociados a la fama más grande se convirtiesen en gente normal y corriente con problemas como los nuestros.

La complicidad entre Bette Davis y Ernest Borgnine —que venía de ganar el Oscar a mejor actor por su labor en ‘Marty’ (íd., Delbert Mann, 1955)— es de lo mejor del film. Dos actores en estado de gracia, con una terrible naturalidad, capaces de sostener una secuencia a gritos y también con el más descriptivo de los silencios. Atención a la sencilla declaración de amor —siempre son las mejores— que Tom (Brognine) hace a su esposa al final del film. Brooks compagina intensidad y tranquilidad, lo visceral con la emoción contenida.

Pero si hay alguien que merece destacarse en ‘Banquete de bodas’ es sin duda Barry Fitzgerald —el único actor de la historia que estuvo nominado al Oscar a mejor actor principal y secundario el mismo año por el mismo personaje—, que interpreta al tío de Reynolds, y que vive con ellos desde hace años. Sus rostros de comicidad mezclado con sus irónicos comentarios le convierten en el personaje más entrañable del relato, un contrapunto cómico, sin cargar las tintas, a tanto drama.

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