Ciencia-ficción: 'Planeta prohibido' de Fred McLeod Wilcox

Ciencia-ficción: 'Planeta prohibido' de Fred McLeod Wilcox

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Ciencia-ficción: 'Planeta prohibido' de Fred McLeod Wilcox

‘Planeta prohibido’ (‘Forbidden Planet’, Fred McLeod Wilcox, 1956) es una de las muestras más representativas de la ciencia-ficción de los años cincuenta, etapa cinematográfica obsesionada por el comunismo, las mutaciones y los platillos volantes. Una película que influyó en escritores como Gene Roddenberry y cineastas como George Lucas, además de adaptar, libremente, ‘La tempestad’ de William Shakespeare. Los personajes de Próspero y Miranda en dicha obra adoptan los de Morbius y Altaira en esta fascinante película que además gozó de ser el primer film de ciencia-ficción de gran presupuesto dentro del cine estadounidense.

McLeod Wilcox había alcanzado el éxito con un par de películas protagonizadas por un maravilloso perro llamado Lassie; ‘Planeta prohibido’ se aleja totalmente de ese cine familiar aunque posee ciertos elementos del mismo, como la presencia de Robby, el robot, que alcanzaría una fama inesperada, protagonizando posteriormente un spin off –‘The Invisible Boy’ (id, Herman Hoffman, 1957)− y apareciendo en varias series de televisión a lo largo de los años. Aunque, con la distancia del tiempo, lo más llamativo para los cinéfilos de hoy día es el protagonismo de Leslie Nielsen en un papel serio.

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‘Planeta prohibido’ narra cómo a finales del siglo XXI una nave –el típico platillo volante, aquí de un encanto inolvidable− procedente de la Tierra, aterriza en el lejano planeta Altair IV para ver qué ha ocurrido con la expedición Bellerophon enviada tiempo atrás. De la misma sólo quedan dos supervivientes, el científico Morbius –excelente composición del veterano Walter Pidgeon− y su hija Altaira, nacida allí, personaje a cargo de Anne Francis, cuyos modelitos causaron auténtico furor en la época, mientras que en países tan retrasados como el nuestro evitaron el estreno del film durante diez años debido a las minifaldas de la actriz.

La película se toma su tiempo en exponer, o descubrir, el auténtico meollo de la cuestión, de presentar totalmente sus cartas, algo que se convertiría en un modelo a seguir en futuras películas del género. En dicho tramo, en el que la presencia de Altaria será perturbadora para una tripulación de hombres que no han visto a una mujer durante un año –detalle que alcanza matices aún más perversos con el personaje de Pidgeon−, McLeod Wilcox define una inquietante atmósfera con un inusitado uso de los travellings, marcando un ritmo pausado, y un tiempo interno casi enfermizo gracias a unos encuadres muy concisos.

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El poder del subconsciente

La muy conseguida atmósfera además se ve enriquecida del uso de una banda sonora que, por primera vez, utilizaba sonidos electrónicos en su totalidad. Los mismos, compuestos por Bebe y Louis Barron, causan un desasosiego muy interesante, por cuanto parece ocultar en forma de “banda sonora” un peligro invisible, una amenaza latente pero que no se hará visible hasta el final. Por supuesto los decorados de Cedric Gibbons –director artístico en más de mil películas, once Oscars en su haber y un currículum con el que la palabra impresionante se queda corta− también ayudan lo suyo, a pesar de cierto toque kitsch. Estremece sobre todo el interior de la gran maquinaria construida por la antigua civilización Krell, desparecida ya del planeta, que junto a los poderosos contrapicados del director dan una muestra de la inmensidad del lugar enterrado bajo tierra.

Una inmensidad que juega paralelamente a las casi eternas posibilidades de la tecnología desarrollada por los Krell, avanzada a la humana en unos cuantos miles de siglos, y que propone los detalles más interesantes del argumento, la creación de monstruos a partir del subconsciente. Un monstruo invisible, impecablemente filmado por Wilcox a través de huellas en el suelo o con el uso de la cámara subjetiva, y cuya visibilidad se produce a través de un campo de fuerza a cuya creación ayudó Walt Disney prestando algunos de sus efectos visuales.

La presencia del citado monstruo más el hecho de que el ser humano no está preparado para ciertos avances, esto es, poder, confieren a ‘Planeta prohibido’ matices de tragedia shakesperiana nada disimulados debido a la base literaria que toma prestada; Walter Pidgeon y su personaje son la prueba física en un film que juega con el poder de la imaginación más de lo que se ve a primera vista, nunca mejor dicho. Robby el robot y los disparos de las armas ponen el punto simpático y entrañable a un film serio e inteligente al que su influencia no ha sido del todo aún bien considerada. La idea de un remake es simplemente temible.

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