'Código fuente', maravillosa reflexión sobre los deseos

'Código fuente', maravillosa reflexión sobre los deseos
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‘Código fuente’ (‘Source Code’, Duncan Jones, 2011) parece un film de ciencia ficción durante la mayor parte de su metraje. Un hombre que forma parte de un misión despierta en el cuerpo de otra persona en un tren y tiene tan sólo ocho minutos para averiguar quién ha colocado una bomba en el mismo. Ocho minutos, nada más. Como el espectador sabrá, el protagonista falla numerosas veces en su misión y regresa, como si se tratase de una maldición, una y otra vez, al fatídico tren. Una premisa que puede recordar a películas como ‘Atrapado en el tiempo’ (‘The Groundhog Day’, Harold Ramis, 1993) —película que a mí nunca me ha hecho demasiada gracia—, o un episodio de la excelente ‘Expediente X’ (‘X-Files’) titulado ‘Monday’, en el que los agentes Mulder y Scully revivían varias veces un día que culminaba con la explosión de una bomba en un banco.

Por supuesto, el más avispado encontrará un guiño muy, muy directo a la serie ‘A través del tiempo’ (‘Quantum Leap’, 1989-1993), en la que el método del protagonista para viajar en el tiempo era parecido al utilizado aquí, aunque debemos subrayar que ‘Código fuente’ no es una película de viajes en el tiempo exactamente. En ella ya se encargan de darnos la conveniente explicación para que no nos perdamos, una de esas concesiones al público que en este caso no era precisamente necesario, porque lo importante de la película no se encuentra en su cíclico argumento de ciencia ficción, ni siquiera en su sencilla trama de suspense, la cual haría las delicias del Hitchcock más desenfadado, sino en su metofórico aluvión de imágenes, obra y gracia de Duncan Jones, quien ha conseguido llegar más lejos que en su laureada ‘Moon’ (id, 2009).

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Precisamente, y aunque pueda parecer lo contrario, ‘Código fuente’ guarda paralelismos con ‘Moon’, pues ambas narran la historia de un hombre condenado a la repetición de una experiencia vital. Pero si en su anterior film, Jones se paraba demasiado en las referencias y lo verdaderamente interesante de la trama daba comienzo en la conclusión del film, en la presente el ejercicio se realiza en cierto modo al revés. Que ciertas sorpresas argumentales sean desveladas enseguida ponen de manifiesto las intenciones de Jones al pillar el libreto de Ben Ripley —cuyo currículum es mejor obviar— para mediante un fascinante premisa de ciencia ficción, totalmente imposible pero perfectamente creíble, reflexionar sobre la vida, sobre el ser humano y la infinita gama de posibilidades que se tienen delante cuando se toma una decisión. Una vez más, la buena ciencia ficción tratando temas tan antiguos como lo es el hombre. Y logrando además, una de las cintas más endiabladamente entretenidas de los últimos años.

¿Cómo logra Jones ese pequeño milagro? Arriesgándose para nuestro asombro en una época marcada por los blockbusters grandilocuentes, y en medio de una hornada de directores que suelen tener más prepotencia que talento —me callo los nombres por aquello de no recibir hasta en el carnet de identidad—; Jones se la juega mostrando una humildad fuera de lo común, y una sobriedad en su puesta en escena que es totalmente de agradecer. No hay montaje acelerado, de dos mil planos por segundo, no hay efectismos cargantes, ni giros de guión ambiguos o tramposos. Lo que hay es ritmo, emoción, y espectáculo bien entendido, ése que se pone al servicio de lo narrado, logrando una fusión entre fondo y forma encomiable. Sí, ‘Código fuente’ es una película pequeña, modesta, sencilla si se quiere, y es precisamente en esa modestia donde Jones gana enteros logrando llegar al espectador de forma contundente, directa, y creo que difícil de olvidar.

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La grandeza de ‘Código fuente’ no reside en su trama laberíntica en la que una y otra vez el protagonista —excepcional Jake Gyllenhaal, demostrando, esta vez sí, que puede ser un héroe de acción totalmente carismático— debe encontrar a un terrorista para evitar más tragedias. Llegado a cierto punto del relato, Jones descubre sus cartas y nos habla de algo mucho más importante, la enorme distancia que separa nuestros deseos de la realidad, aquello que siempre anhelamos y lo que en realidad poseemos. Su trabajo de dirección, tan intimista como enérgico, se refleja en instantes tan poderosos como los que bañan el tercio final del film, en el que Jones se revela casi como un poeta de la imagen. Hay un plano congelado que por derecho propio debería pasar a los anales, pues contiene más verdad —más cine— que muchas otras películas en las que se ha intentado hablar de lo mismo. Y ese plano parte de un beso, único, casi nuevo, y que da todo sentido a la película. Lo verdaderamente importante, pues tal y como recuerda continuamente el personaje al que da vida una entregada Vera Farmiga, hay cosas que no son relevantes.

¿Cuántas veces hemos de experimentar las mismas sensaciones o vivir las mismas experiencias para darnos cuenta de lo que de verdad queremos? ‘Código fuente’ lo explica de la forma más sencilla posible, en un marco de abierta ciencia ficción, donde la sombra de Philip K. Dick navega sin disimulo —la suplantación o anulación de personalidad para encontrarse con el yo verdadero—, y donde lo que realmente importa no es quién es el terrorista —quizá el elemento más previsible del relato, y creo que totalmente intencionado—, ni cómo narices envían al protagonista al tren, o qué es el código fuente. Esa sería la trama en su superficie, pero dentro de sus poderosas imágenes, ‘Código fuente’ desvela otra historia, aquella en la que las elecciones que se toman determinan el futuro, y los recuerdos que nos pesan pueden ser liberados con una simple llamada de teléfono, aquella en la que la realidad siempre es más dura y cruel que los deseos, sólo posibles en un sueño o universos paralelos.

¿Qué harías si supieras que te queda menos de un minuto de vida? ¿Hacer que cada segundo cuente? No, emplearlos en un beso que se repite y al mismo tiempo es el primero. Porque a veces, algo tan sincero como un beso es lo que marca la diferencia.

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