'Déjame entrar', renovando el mito vampírico

'Déjame entrar', renovando el mito vampírico
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Cuando hablé de mis películas vampíricas favoritas, evidentemente no incluí ‘Déjame entrar’ porque la película dirigida por el sueco Tomas Alfredson sólo se había distribuido en un par de festivales. Pocos habían oído hablar de ella; sólo a finales del año pasado, la importancia del film empezó a hacerse notar, y afortunadamente llega a nuestras pantallas este próximo viernes, en una arriesgada, y también valiente, decisión, por parte de la distribuidora el exhibirla cuando muchos aficionados ya la han visto (en los USA se encuentra editada en DVD desde el pasado mes).

Ahora que ya he podido disfrutarla, no tengo ni la más mínima duda de que la incluiría en esa selección, por muchos y diferentes motivos. ‘Déjame entrar’ es un ejercicio de renovación magistral sobre el mito del vampirismo, echando mano de los arquetipos de siempre, exponiéndolos de forma original, y sobre todo, fascinante. Tomando como base la novela homónima de John Ajvide Lindqvist, ‘Déjame entrar’ se muestra muy fresca en un tema sobre el que el cine parecía haberlo dicho todo.

No leer si no se ha visto la película.

‘Déjame entrar’ (aunque es un título que en español le queda muy bien, la traducción correcta del original sería algo así como “Deja entrar a la persona adecuada”) se centra en la historia de un niño llamado Oscar (un excelente Kåre Hedebrant). La incomunicación e incomprensión son las constantes de una vida solitaria. Sus compañeros de clase lo putean y la relación con su madre no es precisamente la más ejemplar del mundo. Una noche conoce a Eli (una fascinante y bella Lina Leandersson), una niña que acaba de mudarse al barrio, justo al apartamento de al lado del de Oscar. Entre ambos comienza una relación, que poco a poco irá fortaleciéndose hasta llegar a niveles impensables para cualquier ser humano. Eli es un vampiro.

Tomas Alfredson, ayudado de un conciso y excelente guión obra del autor del libro, compone una historia que revoluciona el mito vampírico. La nieve que puebla casi el 90% del metraje, es un personaje más, vistiendo y subrayando esa soledad, y contrastada con el color de la sangre representa lo opuestos que son los dos personajes centrales. Opuestos, y al mismo tiempo, idénticos. Oscar es un niño solitario, al igual que Eli, quien enseguida se queda prendada de él. Le atrae su soledad, su complejo de inferioridad, al igual que ella es un rechazado social, que vive en su propio mundo interno, intentando escapar a lo inevitable. Eli, como todo vampiro, encuentra su fuerza en la sangre, adquirida por su cuidador por métodos nada agradables (uno de los aspectos más atractivos del relato es que Eli odia matar, por lo que encarga el trabajo sucio a otro). Oscar, débil de carácter, encuentra su fuerza en Eli, quien a pesar de su inocente aspecto, tiene la experiencia necesaria para aconsejar, y ayuda a Oscar a ser fuerte, cruelmente fuerte, la única salida para sobrevivir en este frío mundo.

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La cámara de Alfredson se muestra elegante, y la planificación alcanza momentos muy inspirados. Es reconfortante ver en estos tiempos a un director que utiliza el formato scope como un herramienta narrativa y no para que quede vistoso lo que se narra. El pequeño parque con esos columpios estropeados (lo que supone un martirio más para Eli y Oscar, que no dejan de ser dos niños, a los que se les niega el mayor placer de un niño: jugar) es filmado con una solemnidad fascinante, turbadora. Lo mismo ocurre cuando se encuadra el edificio en el que ambos viven, las luces de sus respectivas casas encendidas, y simétricas en el plano, representan un rostro, una especie de testigo (junto al espectador) impasible, una cara que mira un mundo al que Oscar y Eli pertenecen irremediablemente, aunque no quieran.

El elemento fantástico está perfectamente integrado en la vida cotidiana de la Suecia de los años 80 (esto nunca se dice de forma explícita, pero pequeños detalles de guión, inteligentemente insertados, lo indican, como por ejemplo el cubo de rubik). Los arquetipos del vampirismo se mezclan en esa cotidianidad, pareciendo nuevos ante nuestros ojos, aún conociéndolos ya sea gracias al cine o a la literatura. Por primera vez vemos en un film las consecuencias que un vampiro sufre cuando entra en una casa a la que no es invitado (y que además supone un momento muy tenso en el film, en el que Oscar es alguien cruel y Eli un ser indefenso que acepta el sufrimiento por amor). Lo mismo ocurre con la transmisión del vampirismo; Eli se encarga siempre de no extender su maldición, salvo en un caso, en la que es interrumpida. La decisión que toma una mujer que ha sido mordida por Eli, puede emparejarse con la que toma un personaje de otro films de vampiros, ’30 días de oscuridad’, pero lo que en el film norteamericano es falta de coherencia, aquí se torna todo lo contrario, añadiendo dramatismo a la historia, que a partir de ese momento cambia drásticamente.

‘Déjame entrar’ remarca el aspecto romántico de los vampiros, a través de la más original historia de amor infantil vista en una pantalla. Una historia salpicada de una ambigüedad sexual representada en el aspecto físico de ambos personajes. Oscar es un niño con aspecto femenino, y Eli parece por momentos un chico, por no decir que en realidad es un vampiro (¿hombre o mujer?) secular (“tengo 12 años desde hace mucho tiempo,” sentencia en cierto momento). Un amor imposible, marcado por la separación que supone la llegada del amanecer, subsanado por el hecho de que Oscar enseña a Eli morse para poder comunicarse a través de una pared, o desde el interior del casero ataúd de ella. En los instantes finales, cuando Oscar acepta su nueva misión en la vida (cuidar de Eli) golpea con sus dedos “pequeño beso” en sueco. Eli responde y su verdadera historia empieza.

‘Déjame entrar’ causa furor allá donde se estrena, y por estos lares pasará lo mismo a partir del próximo viernes. Además, no tiene nada que envidiar a los blockbusters americanos. Alfredosn introduce excelentes instantes llenos de fuerza visual, como los momentos gore, en los que el maquillaje no desentona (los episodios del hospital con el cuidador de Eli, o el de la piscina, planificado de forma bestial, donde el fuera de campo alcanza momentos gloriosos). Cine de autor que funcionará masivamente, con la excelente labor de un director en estado de gracia (a ver cuánto tiempo tardan en llamarle de Hollywood) y unos actores infantiles, en su primer trabajo delante de la cámara, a la que literalmente enamoran.

Una pieza magistral, que será estropeada por el ya anunciado remake americano. Y si no, al tiempo.

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