'El señor de los anillos: Las dos torres' (y 3)

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"Los días se apagan en el oeste, tras las colinas...sumidos en la sombra" -Rey Theoden

Con la llegada de Aragorn, a quien todos creían muerto, al Abismo de Helm, comienza la última parte de la película y la última parte de este análisis. Ya apenas queda nada para que la gran batalla comience, una batalla que es, a todas luces, mucho más interesante, está mejor montada y organizada, es más emocionante y mejor medida que la de la tercera parte. Y Aragorn es sin duda el corazón de este segmento, si Frodo es el corazón del segmento en el que aparece. Viggo Mortensen está muy creíble, y hay una épica sincera y muy humana cuando se reencuentra con sus amigos.

Mientras tanto, el tercer segmento, o línea narrativa, menos interesante desde un punto de vista visual, pero muy importante para la historia, porque muestra de qué modo los Ent primero se reúnen para decidir qué hacer, luego deciden que no van a la guerra, y finalmente son clave para derrotar a Saruman. Pero ya llegaremos a eso. Pocas veces hemos asistido a un preámbulo tan tenso de una cruenta batalla. La espera es casi peor que la lucha. Y con una atmósfera excelente, podemos sentir en nuestras carnes esa espera. Todo en esta formidable película funciona con una fuerza inusitada.

En la desesperanza de Aragorn, aparece una compañía de arqueros elfos, comandados por Haldir, que es como un rayo de luz en una noche terrible. Jackson y sus guionistas habían previsto que Arwen participara en esta batalla, y llegó a rodarse su participación, pero finalmente fue descartado. Da lo mismo. Lo más importante es ese hálito de cuento de aventuras centroeuropeo, de reminiscencias medievales, que se regodea en los aspectos más puros y nítidos de una aventura sin límites, y que es capaz, además, de introducir elementos cómicos (los diálogos entre Legolas y Gimli) que amenizan muchísimo el desarrollo.

Una batalla casi bíblica

Desde su comienzo, la fluidez narrativa, la inventiva visual, la tensión sostenida, son las virtudes de una batalla inmensa, que llevó muchas semanas de rodaje, y dejó al equipo exhausto. El CGI, pues muchos movimientos de masas de orcos son enteramente generados por ordenador, apenas se nota, y está perfectamente integrado (gracias, también, a la luz nocturna y los colores azules y negros). Impresiona cuando suben las escalas y los guerreros pasan a las espadas. He aquí un narrador de aventuras superlativo. Hay violencia salvaje, pero también contenida. Y el montaje es fabuloso.

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Hasta el momento en que Legolas coge un escudo y se desliza por unas escaleras sobre él, funciona a la perfección, y el corte al segmento de los ents, cuando la batalla está en su máximo apogeo, no molesta, sino que concede un descanso. Y qué bien está filmada la muerte de Haldir, cuando regresamos a ella. Realmente sentimos su pérdida en la salvaje batalla. Se repliegan al fortín y tiene lugar la divertida e intensa secuencia en la que Gimli y Aragorn saltan al puente a limpiarlo de orcos. Me parece que John Rhys-Davies está muy divertido y le echa mucho valor al hacer de enano, siendo él tan grande, y teniendo que compartir sus escenas muchas veces con figuras falsas. También le pone la voz a Bárbol, en una gran creación sonora.

Finalmente, la resistencia no dura más de esa noche, y se ven obligados a tocar retirada, pero la sensación es que Jackson no se ha regodeado en una batalla por motivos bajos o comerciales (como sí hará en la tercera parte...), sino que ha contado un evento terrible y trágico, una lucha feroz y sin esperanza, y lo ha hecho con dignidad y humildad, sin recargarla excesivamente. Y la transición a la decisión de Bárbol de atacar finalmente Isengard, es increíblemente emocionante. La he visto muchas veces, y me sigue erizando la piel. También tiene que ver la inspirada música, casi sacra, de Howard Shore. Pero ver a los Ents reunirse para atacar tiene un hálito mitológico irresistible.

Un siniestro cuento de hadas

Pasamos a Frodo y Sam, y su larga secuencia en Osgiliath, que es una de las mejores. El sitio que sufren los soldados de Gondor en esa ciudad en ruinas tiene la tensión de una batalla que parece real. Y es totalmente creíble cómo Frodo se encuentra ya al límite de sus fuerzas. La llegada de los Nazgul, en un plano sensacional con una vista aérea invadida por la bestia alada en la que montan, pone los pelos de punta. Como pone la piel de gallina, otra vez, que Aragorn recuerde que al amanecer del quinto día desde su marcha, Gandalf volverá con Eomer y las tropas. Hay algo decididamente bíblico, celestial, en la llegada de Gandalf, en el momento más aciago.

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Es muy hermoso el plano en el que Aragorn ve a Gandalf a lo alto del abismo, todo blanco y con una luz prístina detrás de él, seguido por los jinetes. Esta épica aventurera la hemos visto pocas veces en un cine. Jackson utiliza los elementos naturales con sabiduría, como la luz que ciega a los orcos, o el agua que limpia Isengard. El ataque de los Ent, muy bien planificado, es como el orgasmo final. Y el colofón es la narración de Sam, que ante un derrotado Frodo, habla sobre los cuentos con finales felices. El amor que siente Sam por Frodo, por muy cursi que suene (y es un componente homosexual aún más evidente en la tercera parte), es lo que salva a su amigo de caer en la desesperación total.

Sam habla y, sobre sus palabras, vemos las victorias en Isengard y Helm, porque Sam, a fin de cuentas, habla sobre la propia película. Dicen que las palabras son la verdadera magia del mundo real, y en el caso de Sam, sus palabras le devuelven la fe a Frodo, y son las máximas responsables de que Faramir cambie de idea, y les deje libres, en un precioso momento de redención. Todas las líneas narrativas se cierran con precisión, pero la más importante, la de Frodo y Sam, se cierra con una belleza indescriptible, que es el plano final en el que Gollum, que vuelve a ser la criatura traicionera que era, después de haber sido maltratado, les guía hacia Mordor, y el plano sube y sube, hasta que vemos más allá de las fronteras de esa región, y observamos la montaña del destino, y la torre de Sauron, con rayos y truenos, y Nazgul volando.

Conclusión

El plano final, de indudable sensibilidad por el fantástico más apasionante, rubrica una obra en las cercanías de la perfección. Un relato colosal, de esfuerzo titánico, que supera ampliamente la primera parte, y nos devuelve al Jackson más inspirado y más enamorado de su profesión de narrador. Tragedia, aventura, comedia, fantasía, mitología, se dan la mano en un título inolvidable.

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