'Holy Motors', kamikaze cinematográfico

'Holy Motors', kamikaze cinematográfico
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Hace unos días os comentaba mi experiencia asistiendo al primer pase de Cine Oculto en España. El evento tuvo unos prolegómenos muy peculiares, pero todo estaba encaminado al visionado de ‘Holy Motors’ (Leos Carax, 2012), la gran triunfadora del último Festival de Sitges.

No estamos, eso sí, ante una película apta para todos los paladares cinematográficas, ya que, guste o no, ‘Holy Motors’ es una obra surgida de un creador que se sabe libre para hacer lo que le venga en gana, algo tan estimulante como peligroso a priori.

Trece años llevaba el francés Leos Carax sin rodar un largometraje en solitario, por lo que había mucha curiosidad sobre una película que es una bofetada al cine convencional. Ya en su desconcertante prólogo, ‘Holy Motors’ planta las semillas de un espectáculo que en ningún momento engaña al espectador sobre su propia naturaleza: Una sucesión de historias sin aparente conexión entre sí y en el que todo vale, no tanto con la intención de epatar al espectador como la de mostrar varias muestras de progresiva decadencia en la que incluso lo más bello es una mera excusa para retorcer lo que vamos a ver en pantalla.

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Sí que hay un hilo conductor en ‘Holy Motors’ en la forma de la misteriosa limusina en la que viaja Oscar para ir cumpliendo cada uno de sus encargos, pero esta trama también desembocará en el absurdo dominante en todo el relato, por lo que no conviene dejarse llevar por la esperanza de un clímax en el que todo cobre sentido. Lo cierto es que sería absurdo y una traición a lo que Carax nos había planteado hasta entonces, pero también que, quizá sabedor de las posibles esperanzas del espectador, es cuando echa el resto y, en mi opinión, se excede en sus ganas de despreciar lo que todos hemos asimilado como normalidad en un relato cinematográfico.

Quizá sabedor de que lo visual ha acabado convirtiéndose en uno de los ejes del cine contemporáneo, con los blockbusters queriendo aturdir nuestro cerebro a través de la sobredosis de efectos digitales, Carax apuesta por una estética abiertamente feista. Sin embargo, no lo hace de forma directa, sino que lo que vemos en pantalla, bello y radiante de entrada, va deteriorándose en cada historia a medida que ésta avanza – algo especialmente evidente en la historia de la modelo secuestrada-, algo especialmente evidente en el caso del protagonista interpretado por Denis Lavant, siendo él uno de los principales responsables de que la película no se vaya al traste cuando Carax se deja llevar demasiado por el extremismo. Y es que su forma de cerrar cada historia no podría resultar más polarizante, siendo capaz de jugar con la idea de una pornografía de autor con la misma facilidad con la que busca la ternura sin renegar de la repugnancia o alarmante absurdez de lo que vemos en pantalla.

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Doy por sentado que uno de los grandes miedos que tendrán muchos es que el visionado de ‘Holy Motors’ acabe convirtiéndose en una experiencia cansina en la que uno está deseando que lleguen los título de crédito finales cuanto antes, algo relativamente habitual en propuestas de este calibre. Pues bien, podéis ir desterrando ese miedo, ya que las historias que nos cuentan siguen manteniendo las bases de planteamiento, nudo y desenlace, lo único que con el peculiar estilo de la propuesta. Esto hace que ‘Holy Motors’ sea, por mucho que pocos vayan a usar este adjetivo para describirla, entretenida, ya que es cierto que las sucesivas historias son harto irregulares, pero quizá por mera acumulación o tal vez por talento de Carax, el conjunto acaba funcionando, algo que en ningún caso se puede decir del otro estreno de esta semana del que ya os hablé.

En definitiva, ‘Holy Motors’ es una de las películas más singulares de los últimos años y lo más normal es que genere reacciones muy encontradas. Por mi parte, prefiero situarme en un punto intermedio, sabiendo reconocer que estamos ante una cinta importante que sabe llevar al límite las convenciones del cine, pero que también cae en algunas absurdeces que parecen poco más que una mera provocación al espectador. Con todo, sus casi dos horas de metraje no se hacen para nada pesadas, una de las principales pegas que suelo encontrar a ese tipo de cine que parece que hay que alabar por el simple hecho de ser diferente.

Otra crítica en Blogdecine: ‘Holy Motors’ es una estimulante rareza

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