'La chica del tren', la difícil medida de las consecuencias de nuestros actos

'La chica del tren', la difícil medida de las consecuencias de nuestros actos
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Ya está disponible para alquilar 'La chica del tren' ('La fille du RER', 2009), adaptación de André Téchiné ('Los juncos salvajes', 'Fugitivos') de la obra teatral 'R.E.R.' («cercanías»), de Jean-Marie Besset, que a su vez, se basaba en un suceso real: en el año 2004, cuando Jacques Chirac era presidente de la República francesa, una joven de 23 años denunció una agresión antisemita por parte de un grupo de magrebíes. La noticia fue magnificada por los medios y oportunamente utilizada por las autoridades para poner de manifiesto la fragilidad de la Francia multicultural.

'La chica del tren' comienza mostrando hechos cotidianos de una madre y una hija que viven en las afueras. La joven busca trabajo con poca insistencia y, en uno de sus habituales paseos sobre patines —actividad que Téchiné convertirá en leit motiv de la película, junto con los viajes en cercanías—, conoce a un chico que la acosa y persigue hasta lograr su atención. Franck es un luchador de poca monta que se gana la vida con asuntos de legalidad cuestionable y que, sin malas intenciones, involucra a Jeanne en uno de sus chanchullos.

Estos conflictos aparentemente ocupan la trama central de la película, que se guarda para muy adelante el verdadero argumento, con una clara intención, no tanto de despistar, sino de hacer penetrar la cuestión principal como si se tratase de una vacuna, sin que nos hayamos dado cuenta. Parece que nada está ocurriendo, pero hay un terremoto que se está levantando poco a poco desde muy abajo. Téchiné crea con ello un efecto bola de nieve, que no sólo es un recurso narrativo, en este caso muy bien orquestado, sino también la realidad que atañe a la decisión de Jeanne.

La chica del tren

Una frialdad intencionada, traída a través de cierto efecto de extrañamiento y de una aparente gratuidad, nos sitúa por encima de las acciones de la joven y nos permite juzgarla, observarla con perplejidad, pero no por ello nos exime de una cierta ternura hacia su necesidad de atención. Émilie Dequenne —quien diez años atrás fue descubierta por los hnos. Dardenne para el papel titular de 'Rosetta'— completa el retrato de esta atolondrada joven, que actúa sin pensar, para que la lejanía no sea total.

Sin estridencias ni dramatismo exacerbado, se nos enseña una vida nada envidiable y probablemente más conflictiva de lo que las apariencias muestran. Se van desmontando los cuentos de tranquilidad —la inactividad de la joven—, confort —la casita en los suburbios—, cariño —la buena relación con la madre— y protección —la amistad de la madre con el abogado—. Tras ello se llega a un desamparo absoluto, situando al final del film, a la chica en una localización en el extremo opuesto de su acogedor salón, que representa mucho más que una pérdida de la comodidad física.

Finalmente —la película está dividida en dos bloques—, los hechos se desprenden de la joven y se trasladan a la sociedad, la prensa y a la clase política, que recibe una crítica, sin que por ello el film «perdone» a la protagonista. Téchiné parece tener más ganas de examinar el comportamiento inexplicable que los movimientos orientados a conseguir un fin, por tramposa y reprochable que sea la forma de ejecutarlos o por apestosa que sea su finalidad.

La chica del tren

Así, el cineasta lleva el suceso real a su terreno para realizar, como ya hiciera en otras ocasiones, un dibujo de unos seres que deambulan sin rumbo y actúan de forma incomprensible. Esta falta de lógica en las actitudes se traslada a la película, que rezuma locura, como si la propia cinta careciese de sentido o de pies y cabeza. Positiva o negativa, esta impresión es la que más permanece del conjunto del relato, haciendo que la narración de una noticia sensacionalista se aleje del film convencional con intenciones de crítica social que podría haber resultado, para ser algo diferente.

Al interés creado por la particular visión de Téchiné sobre los hechos se suma el aliciente de poder presenciar las espléndidas interpretaciones, no solo de la protagonista, sino también de Catherine Deneuve, en el papel de la madre, quien crea un personaje también enigmático, cuyo comportamiento, sin acercarse a la falta de coherencia del de la hija, tampoco responde a lo que esperaríamos en una señora. Michel Blanc, como el rico abogado, se muestra asimismo desconcertado y Nicolas Duvauchelle, en el papel de Franck, interpreta perfectamente a un ser despreciable del que no se espera otra cosa que su desaparición de pantalla.

Gracias a todo ello, la película supone una aportación diferente e inquietante que, sin ser una obra maestra o un film destacable, merece la pena para salir de la monotonía del panorama cinematográfico que nos rodea.

Mi puntuación:

3,5

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