El título número dieciséis en la carrera cinematográfica de Ridley Scott se lo debemos a dos factores que se dieron la mano para que el cineasta decidiera volver a dar un brusco viraje hacia terrenos que, a priori, uno no asociaría ni con sus gustos ni con áquellos géneros que mejor le han funcionado al británico. El primero, aunque no el principal, era que el agotamiento al que le había sometido el rodaje de esa superproducción épica de 130 millones de dólares que había sido 'El reino de los cielos' ('Kingdom of Heaven', 2005), le había dejado con pocas ganas de acercarse a otro proyecto de similares características.
Pero es en el segundo de los citados factores donde encontramos, en última instancia, la motivación más clara que llevo a Scott a incursionar en la comedia romántica. Éste no es otro que una especie de apuesta que el cineasta había llevado a cabo con Peter Mayle, escritor y vecino de la casa que el director tiene en la Provenza francesa, por la cual Ridley se "comprometía" a trasladar a la gran pantalla la novela que aquél tenía pensado escribir acerca de una noticia que había leído en el 'Times' sobre un joven emprendedor británico que había montado una exitosa empresa vinícola en nuestro país vecino.
El hecho de no tener que desplazarse a ninguna localización lejana —la cinta se rodó muy cerca de donde Scott mantiene una de sus residencias—, unido a la pasión que tanto director como escritor compartían por la belleza de las tierras que conforman el vergel de la región francesa, unido a que iban a poder contar con el respaldo de Russell Crowe a la hora de facilitar la escueta inversión de 37 millones de dólares, fueron tres motivos más que vinieron a unirse a los anteriores para determinar, de forma inexcusable, que Scott terminara poniéndose al frente de 'Un buen año' ('A Good Year', 2006).
El invisible Scott
De la misma manera que ya había ocurrido con 'Los impostores' ('Matchstick Men', 2003), aunque en unas tonalidades muy diferentes y de menor intensidad, si hay algo que llama poderosamente la atención de 'Un buen año' es lo mucho que Ridley Scott llega a invisibilizar su estilo y sus tics en aras de optimizar el buen funcionamiento de la simplicísima trama que enhebra el libreto de Marc Klein al adaptar la novela de Mayle. Una trama blanca y para todos los públicos que sigue al personaje de Crowe durante unos días que cambiarán por completo su existencia y su forma de ver la vida.
El actor, en la segunda de las cinco colaboraciones que le han llevado a protagonizar un filme bajo el mando de Scott, encarna a Max, un broker despiadado, un tiburón de las finanzas que recuerda, algo descafeinado por supuesto, al Gordon Gekko que Michael Douglas bordara en 'Wall Street' (id, Oliver Stone, 1987) y que un buen día recibe una carta de Francia avisándole de la muerte de su tío y del legado que éste le ha dejado en herencia, el chateau y los viñedos donde nuestro protagonista pasó los mejores momentos de su infancia.
Aprovechando el que la historia se debata entre dos tiempos, la acción recurre al uso de acertados flashbacks en los que se nos describe la íntima relación que el Max niño tiene con Henry, un bon vivant descarado y mujeriego al que da vida con la genialidad a la que nos tiene acostumbrados ese monstruo que es el británico Albert Finney. Y mientras el pasado vuelve a prorrumpir con fuerza en la estresante vida de Max, el presente tendrá nombre y formas de mujer, las que pone la asombrosa belleza y extrema naturalidad de una Marion Cotillard que se lo pasa bomba con un papel hecho a su medida.
'Un buen año', modélica comedia romántica
Placer culpable personal, como ya he tenido la ocasión de admitir en varias entradas, el que Scott se aproxime a la comedia romántica generó en servidor no pocas dudas iniciales; unas dudas derivadas del natural hilo de pensamiento que se ha puesto en funcionamiento cada vez que el cineasta se ha apartado de aquello que a todos nos gustaría volver(le) a ver y que, a tenor de los resultados aquí obtenidos eran, cuanto menos, infundadas. No diré, porque no sería cierto, que 'Un buen año' sea una de las cintas fundamentales en la trayectoria del realizador, pero sí que, para estar navegando por aguas desconocidas, Scott se mueve cual jovial pez.
Así, y por muy trillados que estén —que lo están— los arquetípicos resortes de los que echa mano el director para provocar según que reacciones en el público funcionan a las mil maravillas, conectando en seguida con cualquiera de los simpáticos personajes y haciendonos rápido eco del joie de vivre del que se impregna todo el metraje del primer al último minuto, ya sea por la franqueza con la que Crowe y sus compañeros nos hacen partícipes de sus emociones, ya por el colorido y la luz que desprenden la práctica totalidad de los fotogramas que componen las casi dos horas de metraje.
No andaríamos muy descaminados de hecho, si quisiéramos afirmar que esa búsqueda permanente de la belleza plástica de las imágenes que Scott siempre ha perseguido nunca ha tenido una traducción menos artificiosa que la encontramos aquí: enamorado del entorno en el que transcurre la acción, el director recurre de nuevo a drásticos cambios en las tonalidades de la fotografía para enmarcar la diferencia entre el Londres frío y distante de los negocios y la Provenza verde y exuberante que devuelve la vida a Max y que, en última instancia es la que nos enamora y contagia el optimismo de esta comedia alegre, despreocupada y muy, muy entretenida.
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12 comentarios
marlon
En conjunto me pareció floja.
rafamaquina
Realmente es de Scott esta película?.... Jajaja... Bromas aparte, una de mis favoritas. Esta película la descubrí gracias a una buena amiga, inglesa, que quería hacerme ver como se sentía al sur del sur, en Andalucía, y el porque de cambiar de vida, amigos, de mundo, etc... Realmente la película es una delicia visualmente, con un guión predecible pero muy simpático y con una historia trillada pero que, al fin y al cabo, se digiere muy bien e incluso te hace pasar un grato rato de visionado. Diferenciar el gris Londres de la cálida Toscana a través de los colores es muy acertado, y sin que le moleste a nadie, yo como andaluz de Cadiz se distinguir un reflejo de sol de mi tierra al mismo reflejo del mismo sol de Madrid o Barcelona por poner un ejemplo, no es el mismo sol ni es el mismo color y eso Scott lo transmite. Un detalle importante que hace de esta, una película muy personal y perdón maestro Benitez, es el hecho que, aunque no lo creamos, Scott nos enseña parte de su vida más íntima, de hecho, la casa, el chateau, es realmente la casa que tiene el director en la Toscana y hay algo más personal que entrar en la casa de una persona? Para mi es como entrar en la vida misma. Coincido que Russel no da la talla pero tampoco se queda atrás y que Marion esta estupenda y que el maestro Finney es el maestro Finney. Me quedaría con el mensaje final, sentado en los escalones de su nueva vida y con la llamada de su abogado amigo o amigo abogado, autonvenciendo a Max, o se esta autoconvenciéndo a sí mismo?, que tanto comer, dormir, follar más tarde o temprano volverá a su gris vida pasada... Sic... Y la imagen de una mesa llena de viandas bajo un árbol con vistas a una de las más maravillosas vistas de la Toscana profunda y con una espectacular y sexy señora de fondo. Quien no le gustaría ser Max y cambiar de vida por una asi?... Yo si.
Jordi Tordera
Excepto por el uso de las texturas, la fotografía, la iluminación, y algunos planos, marca de la casa del señor Scott, a uno se le olvida en todo momento que está viendo un film del mismo director que nos trajo 'Alien', 'Blade Runner', 'Thelma & Louise' o 'Gladiator', porque como ya se ha dicho varias veces, esta es junto con 'Matchstick Men' la menos Scottiana de todas.
No obstante, y la rodara para ganar una apuesta o por la razón que fuera, yo disfruté como un enano con cada minuto de la película. Quizás el género no sea su fuerte, pero la considero una película sólida y muy entrenada. Con un aspecto humano, una ternura y unos personajes e historia creíbles que no tienen nada que envidiar a otras comedias románticas de más renombre. Doy gracias a Ridley Scott por ese inusual regalo y a Sergio por este artículo que me ha hecho saborearla como las botellas del buen vino del que uno nunca se cansa de degustar, aunque sea a través del recuerdo.
loula2
El encanto de esta película, además de la fotografía preciosista marca de la casa, es esa sensación de ligereza y buen rollo que transmite. Y la Cotillard y Finney son lo mejor de la función con diferencia.
kaliptis1
Adoro esta película, hizo que me enamorara de la Provenza. Para mi una de sus mejores películas. Una joyita que consiguió hacerme sentir que estuviera por momentos corriendo con el perro Taty por el chateau.
kaisergio
Una muy bella Película, no estará al nivel de "Gladiador", "Blade Runner"(que por acá esta sobre valoradisima) o "Alien". Pero Scott demuestra poder manejar cualquier tipo de atmósfera a la perfección y nos regala una peli bastante disfrutable sin mayores pretensiones.
phaedra
Pequeña linda película, sin más ni menos.
Bob
Una mediocridad sin ninguna gracia, igual que 'Los impostores'. Y Russel Crowe es una nulidad para la comedia.
Lo único que recuerdo que me sacó una leve sonrisa fue la escena en que Crowe trabaja de camarero en el restaurante de Marion Cotillard y ésta le dice "recuerda: en Francia el cliente NUNCA tiene la razón" y Crowe contesta ante la necedad de los turistas americanos: "fish and chips en Marsella y Burger King en Lyon, alè alè", haciendo aspavientos con las manos y recogiendo las cartas para que se larguen del restaurante. Cualquiera que haya viajado por el mundo se habrá dado cuenta de la verdad de ésto: lo bordes que son los camareros gabachos y lo necios que son los turistas yanquis.