'Westworld' 2x10: Un final de temporada sin excesivos alardes que da varias respuestas y nuevas incógnitas

'Westworld' 2x10: Un final de temporada sin excesivos alardes que da varias respuestas y nuevas incógnitas

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'Westworld' 2x10: Un final de temporada sin excesivos alardes que da varias respuestas y nuevas incógnitas

El último episodio de la segunda temporada de 'Westworld' no puede calificarse, ni remotamente, de decepcionante. Se encarga, con bastante efectividad e inteligencia, de cerrar una serie de incógnitas que nos han tenido rascándonos la cabeza durante toda la temporada, clausura arcos argumentales que empezaban a sonar a viejos y lo hace al más puro estilo clásico de season finale de una serie de estas características: congregando a todos los personajes en torno a un evento común.

El único problema, si es que puede calificarse como tal, es que peca de exceso de formalidad: a diferencia de otros episodios recientes (sobre todo en la segunda mitad de la temporada, done se han ido sucediendo las revelaciones de impacto, como el auténtico objetivo del parque, o alianzas que no esperábamos), este 'The Passenger' está haciendo malabarismos con demasiados elementos, y el ritmo de su larga hora y media de metraje (que no, no se siente como una película, sino más bien como un episodio estirado) acaba resintiéndose.

Spoilers a partir de aquí

Aún así, no se le puede pedir mucho más a un episodio con compromisos tan delicados como éste: bastante hace, poco menos que otorgando un reboot a la mayoría de los personajes de la serie, dejando claro quienes se quedan y quienes se van. Quizás el más forzado es la nueva situación de Dolores: la serie necesita al personaje más que a ningún otro como gran sucedáneo de Skynet pero, o bien no puede continuar con Evan Rachel Wood, o bien Dolores reconstruye su cuerpo original fuera del parque. Y todo gracias a una solución de guión algo arbitraria y un poco pasadita de mística, pero que funciona.

Todos los personajes confluyen en torno a una brecha espacial, de tono metafísico, al que acuden en peregrinación todos los anfitriones. Con la conclusión, las líneas temporales quedan definitivamente explicadas, incluyendo un peculiar retruécano con Bernard, sin duda la gran sorpresa de la serie, que reubica esas conversaciones que Dolores lleva teniendo con él y mandando esa línea temporal, ya confirmada como una declaración de guerra en toda regla, al presente. En definitiva, el episodio se siente como un final coherente y, gracias a esa confluencia espacial de los personajes, la sensación de recapitulación es total.

Un final de temporada sin excesos

El problema es que quizás algunas de las relaciones que se plantean, y que también forman parte de esa inevitabilidad del fin de temporada, se ven algo forzadas. El choque entre Dolores y el Hombre de Negro, en parte obligatoria y en parte innecesaria, no tiene el tono climático que debería. La conclusión del arco de la hija de Maeve sabe a poco después del comportamiento casi obsesivo que ha conducido al personaje. Y aunque estaba claro que Akecheta acabaría encontrando la redención, quizás algo más de contundencia a la conclusión de su peripecia no habría venido mal, aunque la batalla que planta es apropiadamente vibrante.

Acorde con todo ello, el episodio apenas tiene secuencias de acción de envergadura. La estampida de búfalos toros artificiales tiene más atractivo como concepto atrevido de ciecia-ficción que lo que finalmente se nos muestra, y es cierto que el episodio está más ocupado a otras cosas, pero ni siquiera la masacre comandada por Clementine, y que apuntaba a un final violentísimo en la línea de la conclusión de la primera temporada, resulta especialmente emocionante (aunque la imagen de la anfitriona andando entre los suyos y volviéndolos locos progresivamente está entre lo más atractivo y perturbador de la temporada). Solo el final de Lee, épico, emocional, y afín al personaje que hemos conocido, está a las alturas de esas expectativas.

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Insistimos: nada de ello tiene demasiada importancia porque el episodio cumple en sus funciones obligatorias, e incluso hace eso tan propio de 'Westworld' de sugerirnos una revisión de capítulos previos, para ver si todo es como creíamos que era. En este caso: en las escasas secuencias que hemos visto a Charlotte acompañando a Bernard después de que se despierte... ¿embutieron los guionistas en su comportamiento la personalidad de Dolores? ¿Ha habido pistas previas sobre esta transformación?

Esta temporada final también ratifica, con los parlamentos y acciones de varios personajes, el mensaje último de la serie, uno lo suficientemente complejo como para que en lo sucesivo 'Westworld' no se separe de él, y vaya pelando capas de esa cebolla: el libre albedrío no existe. Solo somos, como se nos denomina en el episodio y de ahí su título, "pasajeros" que nos movemos sin una meta clara, predeterminados por unos sencillísimos algoritmos cerebrales que nos vienen de serie. Deprimente, sencillo y muy bien desarrollado: la serie nos ha hecho creer que trataba sobre otra cosa para luego, desvelando el auténtico objetivo del parque, lanzar esta bomba.

A fin de cuentas, la segunda función de una season finale (anticipar lo que viene) también se hace con relativo gusto. Y aunque la secuencia post-créditos tiene algo de "tú ve epatando, que ya lo arreglaremos luego", con un William quizás medio convertido en una máquina (¿lo veremos, como preveíamos, haciéndose un Yul Brynner?), promete nuevas intersecciones entre humanos y robots, quizás con seres mixtos.

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Y la guerra que promete Dolores ya define del todo el conflicto, quizás no tanto entre hombres y máquinas como entre máquinas nihilistas y máquinas humanistas. Para un episodio tan rebosante de compromisos, la verdad es que la papeleta no se solventa nada mal, aunque acabe con esa sensación tan poco prometedora en el fondo y que tantos disgustos nos ha dado en otras ocasiones, de "lo mejor está por llegar".

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