Gran Ciclo Disney: 'Aladdin'

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Con un comienzo fascinante arranca este ‘Aladdin’ (nombre anglosajón que al final se impuso al español Aladino de toda la vida, pero ya nadie la llama por otro nombre), con una bella canción que nos introduce en una atmósfera plenamente árabe, abracadabrante y de ensueño. Nos quiere fascinar y atrapar. Tanto es así, que en determinado momento la cámara vuela, y cruza rauda las calles de Agrabah, introduciéndonos en un sueño en el que todo es posible, con la clásica tonalidad anaranjada y púrpura que la tradición impone a las noches árabes. Nuestro narrador es un vendedor nómada, que además de intentar vendernos a nosotros, espectadores (la cámara se pega literalmente a su rostro), su material de derribo, nos regala los oídos con una historia de sobra conocida.

Los directores John Musker y Ron Clements, artífices de la maravilla de ‘La sirenita’, que comenzó esta breve pero dorada época para Disney, llegan con la lección bien aprendida, habiendo asimilado las virtudes de aquella, y aprovechando bien el avance, en muchos campos, que supuso la ambiciosa ‘La bella y la bestia’, de tal modo que un año después que aquella arremeten con una rotunda obra maestra, que hoy día se sostiene mejor si cabe que entonces, mezcla perfecta de fantasía, aventuras y comedia loca. Toda una joya que Disney puede estar bien orgulloso de atesorar.

Los directores, con la colaboración de los excelentes guionistas Ted Elliot y Terry Rossio (responsables de los excelentes guiones de aventuras de la trilogía de ‘Piratas del Caribe’, ‘Shrek’ y ‘La máscara del Zorro’, ahí es nada), armaron un guión de una perfección absoluta, que se atreve con un coraje y un ingenio casi ilimitados, a adaptar bastante libremente, aunque respetando sus temas y elementos primordiales, el clásico relato contenido en ‘Las mil y una noches’. Con mucha inteligencia, supieron dotar a un material tantas veces explotado de una modernidad que en lugar de traicionar su origen, lo enaltece, al mismo tiempo que se convierte en cuento absolutamente moderno.

Además, con una gran libertad de ideas, van introduciendo en la historia, gracias a la ayuda del omnipresente Genio de la lámpara, toda una serie de gags visuales que remiten al mundo moderno, con una osadía y una desvergüenza dignas de todo elogio. El resultado es espectacular, sin ningún género de dudas. Hasta tal punto que no sólo nos encontramos en 1992 con una joya del cine de animación, sino con una de las mejores comedias locas de la entera Historia del Cine, y no me tiembla en absoluto la picota al escribirlo.

A ese comienzo tan logrado, le sigue una sorprendente secuencia nocturna en el desierto, que tiene por protagonista al villano de la función, un inolvidable y siniestro Yafar, el Visir Real, que como Úrsula en ‘La Sirenita’ anhela el poder, y tiene un estupendo plan para conseguirlo: por supuesto la lámpara maravillosa. Para hacerse con ella, tiene que entrar en la Cueva de las Maravillas, cuyo acceso es una enorme cabeza pantera de pantera negra que sólo permite pasar a los que son puros de corazón (aquí tenemos el toque Disney, inevitable). La cabeza está parcialmente generada por ordenador, pero esta vez no es como en la anterior película comentada, la mejora es evidente.

Y no sólo ahí, sino en la alucinante, todavía no superada, quizá igualada tan solo por las realizaciones Pixar, secuencia de Aladino y su colega Abu en la cueva. Todo un alarde de mezcla de animación tradicional con 3D. Creo que aquí todo funciona a la perfección por la elección de la paleta de color, además de por la lógica mejora en la técnica. Auténtico ‘tour de force’ narrativo, este largo y magnífico momento de aventuras tiene la lógica influencia de los Indys de Spielberg, pero también de Michael Curtiz, y es que la reminiscencia a alguna leyenda del cine de aventuras de los cuarenta es incontestable.

El protagonista puede ser Aladino (o Aladdin, o como queráis llamarle), pero está claro que el rey de la función es un psicotrónico, inabarcable Genio de la lámpara. Entre ambos irá surgiendo una amistad que no cae demasiado en las consabidas blandenguerías sentimentales Disney. Tampoco la historia de amor entre Aladino y Jasmine, sobre todo porque ella es un personaje muy cuidado, tan fuerte o más que Aladino. A ella desde luego hay que conquistarla según sus normas, esto es: sin engaños ni chulerías de ningún tipo, siendo totalmente sincero. Jasmine es uno de los pilares de esta historia, tan capaz de dejar volar a sus pájaros para que puedan quedar en libertad (breve y emotiva escena), como de seducir a Yafar y besarle sensualmente con tal de que Aladino pueda acceder a la lámpara.

Pero lógicamente con quien todo el mundo se queda es con el Genio. El mejor número musical es el suyo (en una pletórica partitura musical con ecos de música negra y jazz), y su situación de esclavitud es un estupendo truco de guión, que además nos ayuda a empatizar con él. Como apunte final decir que prefiero, con mucho, la voz de Josema Yuste (del famoso dúo Martes y Trece) a la del sobrevalorado cómico Robin Williams. Escuchando a uno y otro se advierte una mayor variedad de registros en el intérprete español, una mayor espontaneidad y más credibilidad. Es que no hay color.

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