A pesar de haber disfrutado considerablemente —por no decir mucho— el atronador espectáculo que nos ha brindado James Cameron con 'Avatar: Fuego y ceniza', me es imposible no ver con claridad el elefante en la habitación y reconocer abiertamente que estamos ante prácticamente un calco de su predecesora 'El sentido del agua' hasta el punto de haberse podido estrenar bajo el título de 'Avatar 2.5'.
Esto no debería suponer ningún problema porque, después de todo, sabíamos a lo que veníamos, pero no pocas personas están intentando justificar la pereza creativa de la tercera parte con un argumento menos sólido de lo que cabría esperar y que asegura que 'Avatar 2' y 'Avatar 3' son un único largometraje cuya historia está dividida en dos entregas lanzadas por separado.
Aunque esto no suene descabellado bajo ningún concepto, no sirve de justificación para que 'Fuego y ceniza' adolezca de una narrativa clónica, de un desarrollo de personajes estancado —a excepción del de Quaritch— y de un tercer acto que puede confundirse con el del anterior filme; y si afirmo esto es porque existen precedentes que demuestran que pueden crearse dípticos con un mismo arco dramático sin recurrir a la fotocopia.
Dividir bien
Probablemente, uno de los más recientes y obvios sea el cierre de la Saga del Infinito del Universo Cinematográfico de Marvel, que dividió su épica superheróica entre 'Vengadores: Infinity War' y 'Vengadores: Endgame'; dos películas con diferentes protagonistas —brillante hacer girar el relato de la primera en torno a Thanos—, diferentes tonos y una evolución mucho más marcada de su nutrido grupo de protagonistas.
Retrocediendo bastante más en el tiempo encontramos las dos continuaciones de uno de los grandes clásicos modernos de la ciencia ficción: 'Matrix Reloadad' y 'Matrix Revolutions'. Ambas cintas están separadas por un cliffhanger digno de producción televisiva, y cierran las historias de Neo y el Agente Smith —las dos caras de la moneda dramática de la trilogía original— con dos apuestas radicalmente diferentes, especialmente en lo que respecta a la ambientación, con Zion ganando un peso específico en el fin de fiesta.
Algo menos evidente en lo que respecta a tono y estilo plástico, aunque necesario para ilustrar que el discurso también puede marcar una gran diferencia, es el caso de ambas 'Dune' de Denis Villeneuve. Mientras que los parajes desérticos y la fotografía de Greig Fraser siguen estando a la orden del día, la potente lectura sobre las figuras mesiánicas y el fundamentalismo religioso de la 'Parte Dos' la alzan como una experiencia muy diferente respecto al título de 2021.
Finalmente —aunque podríamos seguir poniendo ejemplos largo y tendido—, la joya de la corona: 'Kill Bill'. Con sus dos volúmenes, Quentin Tarantino nos contó la venganza de Beatrix Kiddo abrazando ya no solo estilos, sino géneros diferentes, con una primera película moldeada bajo la forma de una cinta de artes marciales setentera de lo más frenética y con una segunda parte que pisó ligeramente el freno para convertirse en un western con todas las de la ley que no renuncia a sus referencias al cine de la Shaw Brothers.
La noche y el día dentro de un mismo todo, justo lo contrario que 'Avatar: Fuego y ceniza'.
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