Lealtades

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Establecidas ya como firmes competidores también o, mejor dicho, esencialmente en el ámbito cinematográfico, Marvel y DC provocan una larga dosis de parloteo entre los aficionados a los tebeos en la red. Curiosamente, estas grandes dosis de parloteo contrastan con los datos de ventas de tebeos de superhéroes: año tras año, las cifras van en descenso, las tiradas se reducen, el rango de edad es notablemente menor puesto que cada vez son solamente los mayores quienes los consumen y, sin embargo, uno diría, al menos observando superficialmente la cartelera con sus últimos y más esperados estrenos, que, efectivamente, están en lo cierto quienes dicen que vivimos en la era de los nerds.

A mi todo esto me parece un poco falso, pero no una falsedad obvia, sencilla, muy clara sino una que es fruto de un montón de confusiones, de coyunturas que provienen del surgimiento de una nueva cultura y del crecimiento de una nueva generación.

Hasta aquí, nada que no diéramos por sabido o más o menos observado. Lógicamente, quienes admiran una historia en su formato original, en este caso los tebeos, buscan preservar lo que juzgan como su esencia, y creen, ingenuamente, que el cine, un medio de comunicación, se quiere comunicar con ellos solamente cuando se escoge ese material. Sorprendentemente, han logrado mayor espacio del que uno esperaría.

En el otro extremo, quien más bien espera que la historia sea accesible a todo tipo de públicos y se comprenda perfectamente, dado que la gracia de la película, que lleva dos horas y suele ser una actividad pasiva de lo más placentera, es que logre alcanzar a una audiencia que se presume mayoritaria.

Entre estas dos posiciones, ha surgido un nuevo discurso, un discurso progresista podríamos decir, que hace de intermediario, que dice comprender las esencias del tebeo y que genera discursos separando entre cuales sí y cuales no, es decir, qué películas son más o menos respetuosas con las esencias.

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Curiosamente, este discurso, uno garantista, está lleno de no pocos errores o no pocas cosas con las que discrepo. Cuando se estrenó la última versión del hombre arácnido, dirigida por Marc Webb, el discurso instalado en Internet era una extraña crítica basada en la "crepusculización" de la saga. La película, a mi juicio, captaba el melodrama romántico y tierno de los tebeos con un guión más o menos ágil y una sensibilidad potente hacia sus protagonistas -lo que distinguía al protagonista de otros superhéroes era su ternura adolescente y tendencia constante a andar metido en líos de trabajo, amorosos, familiares.

Sin embargo, este no es un caso aislado, sino extendible a todo cuanto sucede con las demás adaptaciones. Cada vez que aparece un tráiler, se trazan discursos hablando de la importancia de tal o cual historia - pues los tebeos cuentan con décadas de sagas a sus espaldas - y de lo infame que resulta tal o cual cambio. La pataleta de los sabelotodos esconde no solamente un elemental sentido irreal (pues un cómic es muy barato, como cualquier cosa que se produzca en papel, y el cine es enormememente caro) sino también una concepción equivocada de la tradición.

Marvel y DC son, como todo el mundo sabe, compañías, y sus personajes son propiedad de la compañía, no de sus creadores. Este elemento define bastante bien el perfil industrial de sus tebeos. Bien. Una posición - deseable, incluso bastante justa - que recuerde a los escritores la imaginación o los elementos clave de los relatos, o sus significados, no está mal.

Pero no debe uno ponerse milimétrico, o corremos el riesgo de, además de ser estomagantes y pesados, perdernos la esencia misma de la creación, que puede verse como un juego con la tradición. En este caso, prácticamente todos los superhéroes principales (Superman, Batman, la patrulla X, los cuatro fantásticos) cuentan con suficientes y muy diversos materiales como para ser razonablemente imaginados de muchas maneras. Pero ¿por qué basarse en una línea concreta, como solicitan inconscientemente muchos seguidores, y no tomar lo mejor de ellas, sin dañar la coherencia?

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Como compañías que eran, y como series regulares que tenían sus personajes, los guionistas y dibujantes iban y venían, y según decisiones del equipo editorial directivo reiniciaban sus respectivos universos a conveniencia, ya fuera para ganar más público, ya fuera porque querían hacerlo coincidir con algún estreno. Desconcertante me resulta quienes no solamente trazan la lealtad o fidelidad como valor en alza, sino quienes la valoran por encima de cualquier cosa. Ahora mismo ni siquiera son ya editoriales de tebeos, sino partes de conglomerados empresariales con la finalidad de ofrecer entretenimiento. Este cambio de paradigma - industrial-cultural - parece ser ajeno a los fans, que hablan casi siempre con una rarísima dicotomía "jefazos/creadores" como si Marvel, tal y como explica en su excelente libro Sean Howe, no hubiera sido por encima de todo un negocio - y uno muy rentable cuando los niños compraban tebeos.

A riesgo de ser considerado heterodoxo, uno de los elementos que más me gustó de Los increíbles (The Incredibles, 2005) fue que, precisamente, era una película de después de un montón de tebeos y concepciones. Su villano era, no es casualidad, un pesado, obsesivo y mediocre fan que perseguía al héroe protagonista, rasgo que compartía con la magnífica y reflexiva (y en su momento altamente incomprendida) 'El Protegido' (Unbreakable, 2000).

Con esto no llamo a la celebración desaforada de toda película espectacular, sospecho y creo que el género está dando muestras de sus obvias limitaciones en su forma cinematográfica y que por fin el huracán del hype se está deshinchando ofreciendo perspectiva. Precisamente, por eso sería conveniente que juzgáramos y analizáramos las soluciones narrativas, las representaciones, las argucias, en definitiva, la imaginación y que no le pusiéramos, otra vez, barreras.

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