Diciendo adiós a 'House': un viaje por el alma del Dr. House (II)

Diciendo adiós a 'House': un viaje por el alma del Dr. House (II)
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Seguimos con este viaje por los recovecos del alma de House, revisando la serie a través de su personaje principal, Gregory House: el médico que no lleva bata, que no habla con sus pacientes, que establece diagnósticos como si fuera el mismísmo Holmes con su lupa y su capa resolviendo un caso (el paralelismo no es casual). A estas horas todo ha acabado, aunque aún no sé cómo (ni quiero saberlo aún, así que ando esquivando spoilers como si fueran proyectiles en un campo de batalla).

Sólo sé lo que he vivido durante estas ocho temporadas como espectadora. Me he encontrado ante una serie grande, un personaje impactante, maleducado, brillante, sexy, inolvidable. Una forma magistral de narrar historias. Una ficción que nos ha dado muchos y grandes momentos, que nos ha enfrentado a los grandes dilemas morales de la vida. Y todo esto sería impensable sin la figura de House. Pero para entender a House, no basta con escucharle; ni siquiera bastaría con descifrar el sentido oculto de cada una de sus palabras: hay que meterse en sus entrañas, bucear en su inconsciente. Intentar interpretar sus emociones para así entender su forma de actuar.

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House, el adicto

Si hay algo que ha marcado el devenir del personaje y de las tramas de la serie es la adicción de House a la vicodina, un fármaco derivado del opio que actúa como analgésico. Aunque él constantemente justifique su necesidad de tomarlas para poder soportar el dolor, lo cierto es que poco a poco va perdiendo el control sobre ellas y es la droga la que le controla a él. De hecho, muestra en muchas ocasiones un comportamiento de auténtico yonki, llegando incluso a falsificar recetas con la firma de Wilson, provocando que a éste le revoquen la licencia para dispensar medicinas y poniendo en un duro brete la amistad entre ambos.

También tiene algunos escarceos con la morfina, que se inyecta en los días en los que el dolor es más insoportable. Incluso prueba con un nuevo fármaco todavía en fase de experimentación, por el que acabará teniendo que autoextirparse tres tumores de su pierna, en una de las escenas más impactantes de la serie (y el punto de inflexión de la etapa autodestructiva del personaje). Su experiencia con las drogas es otra prueba del paralelismo entre House y Holmes. El detective creado por Arthur Conan Doyle era aficionado a la cocaína, aunque no es ésta la única característica que comparten.

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Desde luego, es su adicción a la vicodina lo que le lleva a experimentar las etapas más duras de su vida. Por ella, arriesga su amistad con Wilson e incluso compromete la carrera de ambos. Es más, la vicodina será la responsable de que House termine literalmente roto. La season finale de la quinta temporada nos presentaba al House que nunca pensó que llegaría a ser: liberado del de dolor, iniciando su desintoxicación y una relación con Cuddy. Sin embargo, todo el capítulo fue una alucinación provocada por su abuso de la vicodina, una muestra de sus anhelos más profundos.

Fue entonces cuando supo que había tocado fondo, después de haber estado enfrentándose durante semanas a las visiones del fantasma de Amber, la novia de Wilson. Por eso, decide internarse voluntariamente en un psiquiátrico e iniciar un tratamiento de desintoxicación, pero su incapacidad para superar la ruptura con Cuddy le hace recaer una vez más. Y eso que fue precisamente ella quien había evitado tiempo atrás que volviera a sus viejas rutinas en Ayúdame (6×22), cuando House terminó hundido por no haber podido salvar la pierna de una paciente. De algún modo, fue como revivir su propio drama y aquello le tocó.

El hundimiento de House

Curiosamente, uno de los momentos más dramáticos de su vida coincide con la etapa más amable de House. Como decía, su adicción a la vicodina le conduce finalmente al psiquiátrico, debido a las alucinaciones que lleva tiempo experimentando, como resultado de años de ingesta masiva de este fármaco. Su estancia en el Hospital Psiquiátrico de Mayfield valdrá para que el personaje trate de reflotar y de luchar por algo que, hasta este momento jamás se había planteado: ser feliz. La terapia a la que se somete le permite enfrentarse a si mismo y, por primera vez, intentar entender sus emociones.

Nos encontramos ante un House empático, sensible, capaz de relacionarse de una manera más íntima e incluso preocupándose por los demás pacientes, mientras llegaba a convencerse de que había luz al final del túnel, que podía vivir sin vicodina y seguir siendo un buen médico. Y, sobre todo, que él también se merecía una oportunidad: su catarsis final. Y aunque superó esta etapa con éxito y salió fortalecido, su “locura” decidió volver a manifestarse cuando pierde a Cuddy. Su frustración es aún mayor por el hecho de que, a pesar de haberlo intentado de verdad, la vida le demuestra que no hay catarsis posible, que siempre acaba sufriendo.

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Como resultado de esta mala experiencia, House vuelve a ser más House que nunca, comportándose de manera infantil e irracional, cometiendo todo tipo de estupideces y esforzándose por demostrarle a todo el mundo que nada le importa, que es más feliz siendo un cínico amargado. Días de encierro en un hotel con una prostituta tras otra, la boda por sorpresa con Dominika, su fase de conejillo de indias y el posterior intento de autocirugía que podría haberle hecho perder la pierna… Y la explosión final: House y toda su frustración, toda la rabia y la mala leche acumulada estrellándose contra la casa de Cuddy. Éste será otro punto de inflexión fundamental para House: le hará pasar por la experiencia de la cárcel y salir siendo, aparentemente, el House de siempre.

Retazos de un House inédito

La octava temporada y el arco argumental de la enfermedad de Wilson nos ha dado la oportunidad de descubrir otros aspectos del personaje que nunca habíamos visto. Sabíamos, evidentemente, que su amistad con el oncólogo lo era todo para él, aunque fuera incapaz de verbalizarlo. Pero ante la inminente muerte de su amigo, era inevitable que House mostrara más de si mismo: su humanidad. Desde el momento en que descubre que Wilson tiene cáncer se convierte en un activista pro vida, tratando de que su amigo luche por vivir más tiempo (cuando él ha despreciado tantas veces su propia vida) y no se hunda, aunque es cierto que en parte le mueve el egoísmo y la necesidad de tener más tiempo a Wilson a su lado. “No te dejaré morir sin más”, le dice. Wilson quiere morir con dignidad, pero para House la muerte siempre es indigna.

Igual de humano se muestra cuando Cuddy tiene que pasar por el quirófano. Son las únicas ocasiones en las que House nos demuestra que es más vitalista de lo que pensamos, incluso le confiesa a Wilson que muchas veces ha pensado en ponerle fin a su vida, pero, aún así, ha decidido seguir luchando (a su manera). También le hemos visto preocuparse por su equipo, como lo hizo con Trece, a quien instó a vivir la vida mientras le quedara tiempo, con Chase, cuando sufre el ataque de un paciente y está a punto de quedarse paralítico para siempre o con Kutner, cuando, después de su suicidio, se culpó por no ser capaz de verlo venir y de evitarlo. Después de todo, hay más House del que muestra esa fachada, tal vez, simplemente, no ha tenido suficientes agallas para mostrarlo.

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