'RocknRolla', un Guy Ritchie light

'RocknRolla', un Guy Ritchie light
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Guy Ritchie es prácticamente un director de culto, admirado sobre todo por las nuevas generaciones de cinéfilos, únicamente por dos películas, y si nos ponemos quisquillosos, sólo por una: ‘Snatch’ (obviaré el subtítulo que le pusieron en nuestro país). Nunca me ha parecido una gran película. Entretenida, eso sí, y con un personaje, al que daba vida un inspirado Brad Pitt, realmente atractivo y que ofrecía los mejores momentos de la función. ‘Lock & Stock’ sería el segundo título “famoso” del director, por resultar un preámbulo del ya mencionado. Ritchie nunca ha vuelto a estar en boca de la gente como con esas dos películas. Ha vivido de rentas, acomodado y casado (ya no) con esa cantante que a cada año que pasa está más buena.

‘Barridos por la marea’ (que no he visto, y me da en la nariz que soy un poco más feliz por ello) y ‘Revolver’ (que curiosamente se estrena entre nosotros dentro de dos viernes), fueron dos fracasos más que estrepitosos. ‘RocknRolla’ era una película esperada. Muchos soñaban encontrarse con un Ritchie con las baterías recargadas, dispuesto a dar guerra como antes, mareando al personal con su cámara tambaleante, personajes adorando las drogas y la violencia, y soltando mil tacos por minuto, y mandando la historia a hacer puñetas.

‘RocknRolla’ parece por momentos un mal remedo de ‘Snatch’, con menos mala leche y bastante peor montada. Personajes que nada tienen que ver, o al menos en apariencia, van desfilando sin ton ni son por delante de nuestras narices, mientras esperamos que la explicación del inicio sobre lo que significa ser un RocknRolla tenga algo de sentido en la película. Se trata de un cantante famoso, hijo bastardo de un gángster de pocos escrúpulos, y al que le ha dado por desaparecer haciendo creer a todos que se ha muerto (estrategia comercial, insinúan en cierto momento de la no-historia). Dicho personaje, junto con un cuadro que jamás llegamos a ver (en la más pura tradición Tarantino, perdón, Robert Aldrich), son el mcguffin del film. Todos como locos a buscar ambas cosas, ya que los negocios, y por ende, la vida, de muchos, depende de ello.

Durante su primera hora, no ocurre absolutamente nada. Asistimos a los que se supone es una larga presentación de personajes, a ver si hay suerte y nos sentimos identificados con alguno de ellos. No ocurre, por lo que hay que seguir esperando a que Ritchie descargue su arsenal en algún momento del tercio final. Tampoco ocurre. Su mano llega a verse, o mejor dicho, intuirse, en algunos instantes. Los personajes parecen de su factura, pero no tienen esencia. Se podría decir incluso que no existen, responden más bien a esquemas, clichés fácilmente reconocibles por el gran público. Ritchie ha debido pensar que con esto no necesitaba esforzarse, y dotar a sus pequeñitos de matices diferenciadores, o un atisbo de personalidad, era tiempo perdido. Lo cierto es que la historia se resiente de ello. Los puntos de vista cambian cada dos por tres (y mejor no hablemos de las absurdas voces en off), y lo que es peor, ninguno tiene la suficiente garra como para enganchar.

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Al final todo es una excusa para que todas las historias coincidan en un punto muy previsible, y que se ve venir desde lejos. El clímax final, en el que se descubren algunas cosas, deja entrever algunos errores de guión bastante gordos (las motivaciones del informador o la desaparición de cierto personaje claman al cielo). Y donde se suponía que Ritchie iba a soltarse más que nunca, resulta que pisa el freno. Las situaciones están forzadas, metidas a calzador, con la única intención de aparentar que el film avanza, y muchas de ellas no llegan hasta sus últimas consecuencias. Por poner un ejemplo, en el uso de la violencia, Ritchie está como mucho más tranquilo, como si temiese a algún ojo censor que le llamase la atención por intentar ser bestia. Sin embargo, la película pide a gritos el serlo, y en un posible intento de no herir sensibilidades, se queda corta, descafeinada y sin gracia (los chistes sobre la homosexualidad son tan burdos como ilógicos).

Lo único que salvo de ‘RocknRolla’ son sus actores, los cuales se las ven y las desean para conferir verdad y algo de sustancia a sus insípidos personajes. Gerard Butler e Idris Elba (maravilloso Stringer Bell en esa obra maestra de nombre ‘The Wire’) parecen los dos personajes centrales, amigos íntimos que dan golpes para ganarse la vida. Su importancia en la trama termina siendo menos de la esperada, y la química entre ambos no es suficiente. Thandie Newton pone la cara bonita a la ensalada con el peor personaje de todos, mal dibujado y expuesto (al fin y al cabo el mundo de las películas de Ritchie es un mundo de hombres). Jeremy Piven expresa perfectamente con su cara como están los actores en este film: perdidos. Sólo Tom Wilkinson, con su típica profesionalidad, está a la altura, y junto a Toby Kebbell, parece el único que se lo pasa en grande, y sabe perfectamente qué hacer. Una pena que sus personajes nos sean más que piezas mal engrasadas en un aparatoso mecanismo sin rosca.

‘RocknRolla’ es el primer título importante que nos llega en el 2009, y espero que la cosa no siga por este camino. Ya veremos qué nos depara Ritchie con su ‘Sherlock Holmes’, con los muy apetecibles Robert Downey Jr. y Jude Law, los verdaderos reclamos de la película.

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