'Siete almas' y una pena

'Siete almas' y una pena
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Un arranque prometedor, lleno de intriga, arroja varios cabos sueltos que invitan al espectador a zambullirse en un nuevo melodrama al servicio de la estrella protagonista. Will Smith repite con Gabriele Muccino no sin razón. Le supuso la oportunidad, con un drama resultón, de obtener una nueva nominación al Oscar y así autoconvencerse de que también puede ser un gran actor dramático.

Sin embargo, esta historia sentimental con un protagonista deprimido hasta el alma, con un sentimiento de culpa exagerado, sólo consigue naufragar en un argumento que se torna absurdo. Un puzzle sin resolver, que lejos de intentar darle al espectador las claves de la trama y de las motivaciones de la redención autoimpuesta, sólo consigue evidenciar un resultado del todo decepcionante.

Cabe pensar que Will Smith se inmiscuye en el proyecto para repetir las claves del éxito, por ello también se convierte en productor de ‘Siete almas’. Pero parece que su ego y sus ganas de demostrar su valía como actor están muy por encima de la mano del realizador en contenerlo. Smith es el máximo protagonista y su principal reclamo. Pero para intentar buscar, nuevamente, la lágrima fácil y emocionar con la historia de un buen samaritano en una fábula de venganza que supone el particular camino del calvario de un misterioso y atormentado hombre.

La fórmula se repite tras ‘En busca de la felicidad’ pero no así el resultado. Y esa búsqueda de redención del protagonista con una galería de personajes enfermos y necesitados a los que entrega su cuidado y ayuda, se mueve con dificultad entre el melodrama y la intriga. Para acabar mostrando una parábola tan incoherente como falta de credibilidad, mero vehículo de lucimiento de su protagonista. Que siendo justos, había demostrado anteriormente que sí puede hacer buenos papeles dramáticos (estuvo brillante en ‘Alí’), pero que aquí resulta tan forzado como inverosímil, en gran parte debido a lo disparatado del planteamiento de su personaje.

A ello contribuye, sobremanera, el abuso del gran primer plano que acaba metiéndonos el estreñido gesto de Will Smith en la retina. Por suerte, allí también aparece una maravillosa Rosario Dawson que sí es capaz de mostrar una sonrisa iluminadora y hace más agradable el visionado con su aparición, aunque le toca participar en la parte reblandecida y de tono más bobo de la cinta.

El realizador intenta incidir en el carácter mesiánico del personaje, sin renunciar al dolor y el sufrimiento, pero que se convierte en verdadera burla cuando gira al tono didáctico. Esa ambigüedad del arranque se disuelve en el camino redentor al usar ingredientes que más hubiesen encajado en un tono de comedia: blackberrys fatales, una vetusta imprenta, un pianista ciego, un gran danés y una hipnotizante medusa.

Fracasado intento de melodrama que pierde el rumbo entre pasillos de hospital y momentos de romanticismo trágico, para finalizar en una concesión tan simplista como llena de buenas intenciones, que reblandece hasta disolver el punto de partida. Podría haber dado para mucho más, pero la narración falla estrepitosamente para lograr confundir más que emocionar.

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