Añorando estrenos: '¿Arde París?' de René Clément

Añorando estrenos: '¿Arde París?' de René Clément

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Añorando estrenos: '¿Arde París?' de René Clément

‘¿Arde París?’ (‘Paris brûle-t-il?’, René Clement, 1966) se recoge uno de los episodios más recordados de la historia de Francia, la recuperación de la ciudad por parte de la Resistencia y el pueblo francés, cuando en 1944, y ante la llegada de los aliados, los nazis recibieron la orden de un Hitler enfadado y dolido para destruir por completo la ciudad. El título responde a esa voz del führer que, en el plano final, pregunta desesperadamente al otro lado de una línea telefónica, si la capital francesa está bajo las llamas como él ordenó. Un plano que cierra de forma irónica todo un alegato a favor de la libertad, construido muy hábilmente.

La película fue la respuesta francesa a ‘El día más largo’ (‘The Longest Day’, Ken Annakin, Andrew Marton, Bernhard Wicki, 1962), film bélico que recrea el famoso desembarco de Normandía, utiliza un obligado blanco y negro para dar mayor veracidad a lo narrado, y se llena de grandes estrellas interpretando personajes breves. Toda una operación comercial de primer orden que, en el caso del film francés —filmado mayormente en inglés— contó con el prestigioso René Clément, quien ya había mostrado las consecuencias de la gran guerra a través de la mirada infantil en ‘Juegos prohibidos’ (‘Jeux Interdits’, 1952).

‘¿Arde París?’ se eleva como un gran fresco, de enorme poder evocador, de lo sucedido en París en el período clave de poco más de dos semanas. Los aliados han desembarcado en Normandía y avanzan hacia la capital del país, que está tomada por los nazis. A ella llega el General Dietrich von Choltitz —Gert Fröbe en uno de los personajes más tratados en el film—, con órdenes estrictas del alto mando de aplicar la mano dura ante una población que se resiste cada vez con más fuerza. Si es necesario tendrá que arrasar por completo la ciudad —incluido el patrimonio histórico— colocando para ello potentes explosivos en calculados lugares de París.

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Lo que más llama la atención de una película como ésta, que recordemos, se ha realizado bajo la batuta de la gran producción con claros y evidentes fines comerciales —además de la transmisión de un mensaje más que claro y que aboga por la humanidad—, es precisamente su intento de alejarse del maistream de la época, logrando un portentoso y vitalista relato que entremezcla con vigor escenas reales y ficticias. Comunión entre el arte y la vida, con no pocos elementos que ayudan a la veracidad, como varias de las escenas que reúnen la terrible realidad con la cotidianeidad de las gentes de París.

Así en la parte final, en la que se concentran la mayor parte de secuencias bélicas —hablamos de una película de 158 minutos—, en una en concreto varios soldados aliados deberán meterse en el piso de una anciana para poder acabar con soldados nazis escondidos tras un muro y disparando a los aliados. Mezclando modales de educación, como saludar a la anciana y besarle la mano, se mezclan con acciones bélicas. El momento es de lo más extraño —los soldados realizan su mortal trabajo mientras la anciana se toma algo sentada al pide su mesa— y combina dos tipos de cotidianeidad bien diferentes, por un lado la vida normal en una casa de París, por otro la muerte, siempre presente en la capital francesa durante los últimos cuatro años.

Un canto a la libertad

Hasta esos momentos, en los que Clément introduce más elementos extraños en la imagen, el film parece un documento gráfico de lo acaecido en esos terroríficos días en los que la traición estaba a la orden del día, y la maldad, pura y dura, se mostraba con la simple premisa, la capital será destruida simple y llanamente como venganza personal de alguien herido en su orgullo. El prodigioso montaje, obra de Robert Lawrence, no ofrece el más mínimo respiro; preciso y alternando varias secuencias, transmite a lo grande, un crescendo narrativo que obtiene su catarsis en el canto del himno La marsellesa, cuando la ciudad es finalmente liberada y el peligro ha pasado.

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Las imágenes de ‘¿Arde París?’ van más allá de la crónica disfrazada de ficción cinematográfica, hay en ellas un halo poético —a ello contribuye el uso del formato scope— que, apoyadas en la impresionante banda sonora de Maurice Jarre —otro de los puntos en común con ‘El día más largo’—, ayudan a mostrar a la perfección la elevación del espíritu humano, el de resistir, en contra de la opresión, de la dictadura, del terrorismo, de la maldad en sí. Sirva como ejemplo toda la movilización de ciudadanos que desean combatir al enemigo, o la impresionante petición de ayuda por parte del jefe de la resistencia al ejército americano. Si algo muestra muy bien la película es el trato entre ambos bandos a todos los niveles, desde soldados hasta altos mandos. Unos luchando, los otros decidiendo con falsa educación.

Kirk Douglas, Orson Welles, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Simone Signoret, Glenn Ford o Charles Boyer, entre otros muchos, prestan sus caras, en casos, a anónimos rostros. Un gran oleo de personajes históricos y otros no tanto, como el punto más alto de una ficción que vista hoy demuestra dos cosas. El mal no tiene límites; y cuando una ciudad —podría decirse también país, nación…— está destinada a perecer bajo ese mal imperante, es deber de otros —en la película los aliados, que aparcan sus planes en la contienda— el ayudarles, no por intereses políticos, sino por la HUMANIDAD.

‘¿Arde París?’ conmueve en lo más profundo con esas secuencias finales, en las que el tempo narrativo parece estirado milimétricamente, en las que las campanas de Notre Dame están a punto de sonar tras cuatro años de silencio. La manos alzadas del pueblo francés liberado junto a las campanas a punto de sonar preceden al instante del canto de La Marsellesa, el cual no emocionaba tanto desde que había sido tarareado con fuerza en un bar de alguien llamado Rick. Unas imágenes poderosas que nos recuerdan que la historia NO DEBE REPETIRSE.

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